Por Laboratorio de Comunicación y Género
El lunes se dio a conocer un nuevo femicidio. Paola Tejeda, de 33 años, fue muerta a manos de su pareja en Altos de San Lorenzo, barrio del partido de La Plata. Tres días antes, la noticia fue el asesinato de Claudia Schaefer, ocurrido en un country de Pilar. Hay que decir que Claudia hizo su primera denuncia por violencia de género unos días antes de ser asesinada y después de haber aguantado más de diez años de malos tratos. Y esto pocos medios lo cuentan.
Tanto la muerte de Paola como la de Claudia fueron presentadas en los medios en el marco de peleas con sus respectivos ex esposos. En ambos casos se trató de situaciones extremas, en las que los agresores fueron “empujados”, por quién sabe qué designios fatídicos, a empuñar un arma contra el ser amado.
La triste conclusión es que la reiteración de hechos de estas características no hace a la mejora del tratamiento mediático. Los discursos circulantes, que construyen relatos hechos a medida, siguen cometiendo las mismas infamias al indicar que el acusado “mató a su pareja en medio de una acalorada discusión” o que se trató de “un violento episodio”.
La conocida “emoción violenta” se convierte nuevamente en el comodín que utilizan los hacedores de noticias para intentar facilitar al lector los motivos del agresor. Y es entonces que podría replicárseles, ¿es que acaso existen motivos para que un varón ponga fin a la vida de una mujer? ¿Por qué? ¿Por celos? ¿Por amor? ¿Por locura? Se olvidan entonces de contar lo anterior, lo importante, el cómo, el hasta cuándo. El relato incompleto y discontinuo, que exculpa quitando responsabilidades, facilita así el olvido y la naturalización. La lectura acrítica posterga la revisión de la trama cultural que nos atraviesa.
El barrio o el country sólo son entonces potenciales escenarios donde se despliegan libretos escritos con antelación, donde los roles ya están definidos de antemano. Donde los cuerpos femeninos o feminizados merecen escarmiento por intentar escapar del dominio de otro que parece “autorizado” para regular, poseer y luego destruir. Donde ciertos cuerpos son descartables.
Lo cierto es que la muerte física de la víctima supone siempre el último eslabón de una larga cadena de violencias. Se trata, en todos los casos, de ataques sistemáticos que debilitan existencialmente a quien, por su condición de género, parece ser merecedora de destratos no sólo por parte de su pareja y su entorno más inmediato, sino también por las instituciones y autoridades a las que acude por ayuda sin obtener respuestas, y por los medios que dicen bogar por la erradicación de la violencia contra las mujeres mientras lapidan a la adolescente que por su estilo de vida se buscó su trágico final.
Crece así el número de víctimas, pero también el de victimarios. Ya sea por acción u omisión, ya sea con un arma o con un micrófono. Otro femicidio que se borra de la memoria colectiva, otra historia que después de unas semanas de mediatización extrema se convertirá en una más del archivo. Otra Paola, otra Claudia, otra…