Por Florencia Cremona*
Durante la última semana, en la televisión y en los diarios locales y nacionales se difundieron dos femicidios: el de Claudia Schaefer y el de Paola Tejeda. Uno ocurrido en un country de Pilar, provincia de Buenos Aires, y el otro en Altos de San Lorenzo, barrio de La Plata.
Sobre Paola Tejeda, la mujer de 33 años a la que su pareja le disparó un tiro en el abdomen, se especuló con la posibilidad de que se hubiese infringido el daño a sí misma. Como si eso cambiase algo, como si morir de desesperación en medio de una discusión no fuese un femicidio.
A veces no hay más nada que decir. Tal vez se trate de repetir lo mismo. Lo mismo es desentramar las estructuras elementales de la violencia que nuestra sociedad produce y reproduce contra los cuerpos feminizados. Que comienza con la violencia económica, política, social y emocional contra las mujeres.
Tal vez se trate de repetir lo mismo. Lo mismo es desentramar las Estructuras Elementales de la Violencia.
El capitalismo tardío excluye a las mujeres como plenos sujetos de derecho, a la vez que produce relaciones humanas cada vez más cargadas de terror. En este plano, el femicidio es el último golpe siempre. No porque las mujeres seamos pobrecitas chicas haciendo macramé. Sino porque, incluso viviendo a toda y deseando más, no logramos dejar de querer lo que otros quieren que queramos querer. Querer u obtener algo distinto nos sitúa de facto fuera del alambrado.
A pesar del giro discursivo propuesto e instalado por la masiva movilización popular del 3 de junio pasado, en las coberturas de los femicidios los argumentos son infames.
Los periodistas deberíamos tomar la medida política de no comentar el móvil del femicidio. Porque no hay ”móvil”. A quién le importa el enojo, la emoción apasionada o la injusta división de bienes (le importa a los varones que necesitan separar la cachetada del asesinato, al chiste misógino del maltrato psicológico; en definitiva, le importa al sistema político y económico patriarcal que dice chicas en tanga sí, pero ni una menos…).
Los periodistas deberíamos tomar la medida política de no comentar el móvil del femicidio. Porque no hay ”móvil”.
Lo que cuenta es la desprotección social en la que transcurren nuestras vidas y la falta de educación emocional que nos separa de nuestras emancipaciones definitivas. Cada asesinada es también una advertencia disciplinadora. Y la repetición acrítica de los casos que se empeñan en cristalizar la dimensión de tragedia también es repudiable.
Más si tenemos en cuenta que hay una industria cultural que nos prepara para la sobreadaptación a todo tipo de vejaciones, sacrificios y mutilaciones. Basta con mirar cinco minutos una telenovela cualquiera. O el póster de una muchacha famosa constipada y modelada para posar junto al prominente abdomen desabotonado del poder obsceno, desalineado y repleto de cadenas.
En estas retóricas, que necesitamos erradicar, se ocultan los dispositivos institucionales y culturales que enseñan y justifican las violencias contra los cuerpos feminizados, consolidando lógicas patriarcales en las que todos y todas estamos en peligro.
* Directora del Laboratorio de Comunicación y Género de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (UNLP).