Por Alberto «Negro» Ramírez*
La mención que hizo Cristina Fernández de Kirchner de la frase de Juan Domingo Perón “cada peronista lleva el bastón de mariscal en su mochila” (de su libro Conducción Política) tiene un claro sentido desde el planteo político que ella formula, aunque a veces resuena de modo equívoco en las/os receptores.
Cristina requiere de cuadros auxiliares de conducción, en el lenguaje de Perón. El pueblo necesita otros liderazgos complementarios del que expresa Cristina, tanto por la persecución mediática y judicial que ella padece como por el riesgo cierto de que pueda invalidarse su candidatura, la proscripción que ya sufrió el peronismo en la propia persona de su líder histórico. Y también porque hacen falta otras voces, otras representaciones políticas de una gran parte del pueblo que no ve en el Frente de Todos una alternativa diferente.
Y el pueblo no puede ver una alternativa en situaciones económicas como las que vivimos actualmente, sobre todo en materia de salarios, jubilaciones e ingresos en general insuficientes perdiendo frente a la inflación y con las consecuencias lógicas de limitaciones en el acceso a derechos sociales esenciales.
Si hay ausencia o insuficiencia de aquellas políticas que han sido la esencia del peronismo y, a la vez, hay una campaña mediática de desgaste y denostación permanente, difícilmente esa parte de la población no politizada encuentre una diferencia entre el Frente de Todos y resto de los partidos políticos.
Pero además debemos poner en discusión cuál es el sujeto de la transformación actual en la Argentina y con qué grado de representación política de ese sujeto contamos hoy.
Perón aglutinó tras de sí a un movimiento obrero que hasta la emergencia del movimiento peronista en aquel 17 de octubre de 1945 era un sujeto fragmentado, con luchas de resistencia heroicas pero con escasa incidencia política en la vida institucional. Con Perón primero en la Secretaría de Trabajo y Previsión, y luego con sus dos primeras presidencias hasta el golpe de 1955, la clase trabajadora argentina pasó a ser un sujeto determinante de políticas públicas y se potenció el movimiento obrero en cantidad y calidad de sindicatos y afiliados.
Desde aquel origen y aún a pesar de los golpes y la proscripción política durante dieciocho años, el peronismo mantuvo su hegemonía en gran medida por el apoyo incondicional de la clase trabajadora, expresada a su vez no sólo por los sindicatos sino también por las comisiones internas de delegados y los obreros de las innumerables fábricas que contenían un alto nivel de trabajo formal, un activismo gremial y político, y a su vez ingresos salariales en permanente lucha por la redistribución de los ingresos y la participación obrera en su reparto.
El modelo político peronista tuvo en sus orígenes una fuerte territorialidad mediante las unidades básicas impulsadas por Perón en base a su doctrina expresada en libros, documentos y discursos públicos con claro contenido nacional y antiimperialista. Esas bases territoriales se fortalecerán durante la resistencia peronista a los golpes militares y a la proscripción, con la incorporación de un activismo juvenil rebelde y con posiciones revolucionarias.
La dictadura militar de 1976 asestó un golpe enorme a esta construcción del poder popular argentino. Los 30.000 desaparecidos no sólo expresan la pérdida física de cuadros intermedios necesarios sino que a la vez son la consecuencia visible del ataque oligárquico e imperialista a las bases peronistas y del campo popular, junto a la cárcel y los exilios interno y externo.
El golpe modificó la estructura productiva impulsando el cierre de numerosas industrias, limitando derechos laborales, privatizando y reduciendo los ingresos de los trabajadores, desarticulando con la represión la organización obrera en las fábricas al perseguir y desaparecer delegadas y delegados gremiales, lo que no impidió que junto a los organismos de derechos humanos fueran las y los trabajadores el principal bastión de la resistencia.
Hoy el sujeto político sigue siendo la clase trabajadora, pero ya no sólo expresada en los sindicatos, ya que existe una gran cantidad de trabajadores informales, cooperativistas, cuentapropistas o encuadrados en movimientos sociales bajo distintas formas de economía social y popular.
Por eso la fábrica de antes, ámbito natural de decisión asamblearia para movilizar y discutir política, hoy tiene en el barrio popular y el asentamiento el anclaje para el desarrollo del poder popular organizado y complementario de las asociaciones sindicales.
De este laberinto se sale por abajo
Es frecuente en los análisis políticos escuchar que “de los laberintos se sale por arriba”, para justificar que es desde las conducciones partidarias y cúpulas políticas donde se encuentran las respuestas y las “salidas” a las crisis recurrentes, a los límites impuestos al campo popular en su disputa con los monopolios locales y extranjeros y quienes los representan políticamente.
Esa mirada siempre vertical “de arriba hacia abajo”, como si hubiera un arriba y un abajo en la construcción popular, agranda la distancia entre una parte de la militancia y la dirigencia en relación con las bases.
A veces esa distancia incluye discursos, lenguajes alejados del cotidiano de la población, otras veces también comprende recursos económicos y prioridades diferenciados entre ese supuesto arriba y un abajo que está en la base.
Base que en cambio sí es tenida en cuenta para el voto y eventualmente para movilizar, pero cuyas necesidades y ausencia de derechos y recursos no es entendida o receptada por una parte de la dirigencia y de la conducción del Estado para instrumentar efectivamente políticas públicas que les den respuesta.
Es cierto que estamos en un laberinto, en el que vemos que una parte de la población es permeable a discursos de odio, a propaganda de derecha antiperonista o al menos a poner en la misma bolsa al Frente de Todos y al resto de los políticos.
Pero de este laberinto se sale por abajo.
En parte como decía Facundo Cabral, “vuele bajo porque abajo está la verdad”; pero sobre todo porque es necesario recuperar el entusiasmo, la alegría y la esperanza de quienes más lo necesitan.
Que nadie se sienta obligado a ir a una marcha o mandoneado por quien se cree “mariscal” porque maneja un recurso estatal, esas prácticas alejan a las bases de las organizaciones.
La primer condición de un militante debe ser el amor sincero y profundo a su pueblo y a quienes más lo necesitan, nada podremos construir si no sentimos realmente en la piel cualquier injusticia que sufra un compañero o una compañera de nuestros barrios.
Necesitamos “volver a enamorar”, a tener ganas de militar una causa, una bandera, deseos de formación política y voluntad de participar esperando a cambio vivir con dignidad, con esperanza, viendo cómo en nuestras barriadas las compas y los compas, las pibas y los pibes, felices, crean en el futuro porque viven un presente de esperanza, de lucha y de concreciones en materia de trabajo, estudio, deporte, artes, vida plena, como quisieron Perón, Evita, el Che, los 30.000, Néstor y Cristina.
La presencia real en los barrios, la potencia de representaciones genuinas surgidas de las propias bases, la concreción de proyectos y políticas estatales y comunitarias visibles nos irá fortaleciendo en un poder popular genuino que sea la base para sostener no sólo un gobierno popular sino un proceso de liberación nacional y social.
Las representaciones populares auténticas no se heredan, no se compran o venden, no se digitan ni dependen de los medios de comunicación; van de voz en voz, se expresan en las calles, se estrechan en manos y abrazos, en apasionada solidaridad con quienes más lo necesitan.
«Sin concesiones, sin aspavientos
Pero entregándose por entero
Van por la vida mis compañeros» (de la compañera Teresa Parodi)
*Abogado laboralista, docente y militante popular del Frente Político Social Carlos Cajade, integrante de la CTA de lxs Trabajadores Región La Plata y el partido Frente Grande.