Por Florencia Cremona
Hace días que tengo una angustia enorme por el circo romano con el que los medios de comunicación construyeron el caso Fernando Báez Sosa. Sabemos que la construcción positivista de un caso periodístico permite cortar la cadena de responsabilidad social, ficcionalizar la muerte, el dolor y tranquilizarnos: nosotros que somos buenos no tenemos nada que temer, somos espectadores de lo sucedido. También esconde una amenaza: si se cumple con las expectativas de conducta se está fuera de peligro, porque todo y absolutamente todo depende de la propia conducta. En la construcción del caso policial, lo colectivo se borra en un enorme acto de contrición individual.
Por la primera persona que estoy apenada es por la pérdida de una joven vida, pero del lado de acá, del lado del mundo de los vivos, la condena contra los asesinos de Fernando me parece una carnicería. ¿Podría un juez pensar como un carnicero? ¿Podría un juez pensar como un tribunero? ¿Cómo hago para ser jueza? ¿Lo merezco o soy sospechosa de mala conducta? ¿Soy lo suficientemente honorable? ¿Puede una mujer sin tutela masculina ser honorable? ¿Todavía debería hacerme amiga del juez?
Las instituciones están destrozadas pero reinventándose a la vez. Siento que, a pesar de los derrumbes a los que nos precipitó el larguísimo confinamiento mundial, es el momento de hacerlo con enorme amor y responsabilidad. Este es nuestro mundo y también es este el mundo por venir. La pregunta que me inquieta es hacia dónde las reinventamos. ¿Hacia la actualización incorporando los debates contemporáneos en torno a los feminismos, las políticas de cuidado, los derechos humanos, la soberanía y el amor al prójimo, o hacia el pedido de mano dura, pena de muerte, corte de toda ayuda social y exterminio del otro?
Leo los comentarios construidos para el caso Fernando y recuerdo mis primeras aproximaciones al trabajo en género, cuando finalizaban los 90 y se hablaba de los esposos golpeadores como casos de violencia intrafamiliar. En esos tiempos, la violencia contra las mujeres era producto de un desvío, pero tenía hasta cierto justificativo moral. Con el tiempo, con los estudios, las militancias y también con las caídas de fachadas discursivas, pudimos verbalizar y afirmar que aquellos que llamaban “psicópatas” y “enfermos” eran hijos sanos del patriarcado, machos educados en la masculinidad hegemónica, en un maldito mandato de masculinidad que es urgente desterrar igual que el racismo. ¿Acaso nadie escuchó un corré nene, no seas puto (homofobia fundamental), no seas negra de mierda, etc.?
Homofobia y racismo más mandato de masculinidad dan por resultado un crimen de género en el que los victimarios (a quienes me niego a llamar rugbistas, porque connota todo un significado de clase y poder del que me permito dudar en este caso) fueron víctimas de sí mismos a tan corta edad (y porque si no podríamos decir que el fútbol es prostitución, negociados y cocaína y me parece una discusión corta y simple respecto del deporte, me niego a lo simple).
Me pregunto si realmente la única respuesta que podemos dar como sociedad es meter a pibes sub 20 a prisión perpetua. Me pregunto hasta cuándo vamos a seguir con la cultura del alcohol hasta morir (mandato de masculinidad) y de boliches que cobran entradas y no cuidan. Me pregunto por qué no se logran transversalizar las políticas de género en el poder judicial y en los medios de comunicación que siguen hablando de los tópicos guetificados de la temática (aborto, femicidio, etc.), pero no logran producir desde una perspectiva de género y alientan a las piñas desde más de un programa deportivo: es de varones arreglar las cosas a golpes sin llorar. Lo escuché mil veces, lo vi otras mil desde la comentada cita en Segurola y La Habana hasta piñas en cámara en más de un show de noticias.
Siguiendo la cobertura mediática del caso, otro detalle que me preocupó es el enfoque sobre la responsabilidad de los padres. ¿Solamente las madres y padres somos responsables de nuestros hijos? Padres buenos, padres malos, bien educados o mal educados. Me hizo acordar también a la carta que el empresario Vigil publicó en Gente en el 76, que rezaba: ¿Usted sabe dónde está su hijo ahora? En esa línea, con Fernando se construyó la imagen perfecta de la buena víctima por la que todo el mundo se atrevió a pedir justicia a viva voz. Me pregunto por qué no hay la misma furia por los feminicidios o travesticidios.
Me pregunto por qué no hay una ley de medios que prohíba (sí, no se puede expresar cualquier cosa en un medio de manera irresponsable) decir lo que les va a pasar a los asesinos de Fernando en la cárcel, disfrutando con la imagen occidental del castigo máximo que podría recibir un hombre: el terror anal. Patriarcado que se reinventa en violencia patriarcal heteronormada y religiosa: creer en la venganza es una creencia casi bíblica. Una mujer me escribió por privado diciéndome que los padres de los victimarios pidan perdón y que cómo me sentiría yo si fuese la madre del asesinado. ¿Qué ensalada, no? ¿Acaso sólo podemos ubicarnos en un lugar de filiación para pensar la violencia? ¿Tengo que pensar que el feminicidio es contra mi hermana o contra mi mamá para sentir que esa vida vale? ¿Por qué deberían pedir perdón los padres de los pegadores de Zárate si sus hijos mayores de edad, según la ley, están sujetos a derecho y han sido condenados? ¿Les pedimos acaso que se disculpen los familiares de los genocidas o al feminicida de Ángeles Rawson o de Lucia Pérez? ¿Qué queremos sentir con el pedido de disculpas, acaso alguien ve en esta sentencia una reorganización moral?
¿Es un triunfo político del Poder Judicial al que las empresas mediáticas le vienen reclamando mano dura y que los presos se pudran en la cárcel? ¿Son estos pibes violentos los presos que necesitamos para tener paz? ¿Ahora que están encerrados salimos a discutir la violencia y la nocturnidad y la responsabilidad que tenemos para cuidar las vidas jóvenes? ¿Vamos a pensar las cárceles como lugares de rehabilitación social o como un depósito humano de todo aquello que necesitamos apartar? Me pregunto tantas cosas mientras creo en seguir trabajando por una actualización de las instituciones y por un mundo mejor para nuestros pibes y pibas, que no son caricaturas ideales de Disney, son violentos, cometen delitos y les pasan cosas. Y todos son hijos nuestros.
Equiparar justicia con cadena perpetua me parece como mínimo preocupante. Y festejar el destino de los condenados como si se tratara de una final de fútbol muestra un nuevo estilo de narrativa en el que el eje está en los criminales que tienen características atractivas para generar rechazo o resentimiento más allá de sus conductas delictivas: acaso alguien se hubiese puesto a ver con tanto afán la condena por asesinato en un asalto a mano armada de dos jóvenes reincidentes, de barrios marginales y drogodependientes. El morbo y el clasismo al que incita esta observación no participante que proponen los medios busca obturar el pensamiento complejo y todas las conquistas ganadas en materia de derechos. A pesar de esta fuerte sensación de desamparo e impotencia elijo creer y seguir encontrándonos en comunidad para discusiones tan complejas como esta en la que se debaten tantas vidas jóvenes.