El domingo 28 de mayo se llevaron a cabo las elecciones autonómicas y municipales en España. Los resultados dejaron como gran ganadora a la derecha, representada por el Partido Popular (PP), y también reflejaron la consolidación de la ultraderecha, representada por el parido Vox.
Tras el resultado, el presidente Pedro Sánchez anunció el adelantamiento de las elecciones generales para el 23 de julio.
Para entender los motivos del resultado electoral en España, el fenómeno mundial de crecimiento de las derechas y la perspectiva electoral en el país ibérico, Contexto entrevistó a Juan Carlos Monedero, uno de los fundadores de Podemos y un destacado intelectual de prestigio mundial.
Los resultados electorales son el producto de varios factores. Desde su perspectiva, ¿cuáles han sido los elementos más influyentes que se combinaron para que se produzca el resultado de este domingo en España?
Escribe Jaime Lorite en Twitter: «Mi vecino es un hijo de la gran puta que se cree que ETA le fumiga y que Irene Montero quiere legalizar la pederastia pero yo tengo que hacer autocrítica. Están volviendo gilipollas a media población y degradando la raza humana con tal de ganar elecciones pero yo tengo que hacer autocrítica». Se habrá quedado sin duda a gusto e, incluso, es bastante probable que tenga toda la razón y su vecino sea gilipollas. Pero ¿sirve de algo tener razón de cara a unas elecciones?
España ha entrado sin anestesia en el ciclo conservador europeo. Estos ciclos son respuesta, a su vez, a la respuesta por parte de la izquierda a las crisis económicas. Las élites terminan reaccionando y alimentan respuestas al margen de las propias democracias liberales que les favoreces. Con la paradoja de que la izquierda defiende la democracia liberal -que les resulta claramente insuficiente- mientras que la derecha, la gran beneficiada, patea sus democracias a través de la manipulación mediática y la corrupción judicial.
Hay que añadir que la izquierda arriesga sobremanera cuando participa del juego de gobierno y no logra cambios sustanciales. No basta con no robar, porque el votante, vecino o no vecino del tuitero, prefiere al que roba pero parece que hace algo que al que no roba pero no le solventa todos y cada uno de sus problemas. O por lo menos alguno. Aunque tampoco nos engañemos. Seguro que mucha gente que hace tres años ganaba 735 euros y ahora gana 1080 ha votado a los partidos que votaron en contra de que le subieran el salario mínimo. Los logros del Gobierno no basta con hacerlos, sino que hay que convertirlos en un relato.
Aún peor es cuando la gente que vota a la izquierda ve que sus representantes hacen las mismas políticas que la derecha. Cuando eso ocurre, la gente termina votando a lo que creen que hace más daño al sistema, esto es, a la extrema derecha o una derecha asalvajada. Claro que es mentira que vaya a hacer daño al sistema, pero con su lenguaje y sus modos groseros hacen de lo políticamente incorrecto el espacio político de la protesta, de la superación de obstáculos, de la autorización a romper todas las reglas sin que pase nada.
¿Qué responsabilidad tienen el Gobierno, la izquierda y las fuerzas progresistas en el crecimiento de la derecha?
La izquierda se equivoca si cree que gestionando mejor que la derecha va a conseguir el voto popular. Si la gente tiene frustración de clase pero no tiene resentimiento de clase, echará la culpa a los inmigrantes, a la izquierda, a los sindicatos… A quien le digan los medios de comunicación que tiene la culpa. Moderar el discurso y entregar parcelas ideológicas a la derecha es un error que se paga carísimo en las urnas. Y no hay que confundir ser firme en las ideas con ser amable en las formas. Un problema de Podemos es que le ha terminado pesando el enfado y la gente enfadada parece antipática. Si se cede en los presupuestos ideológicos, si atiendes a las peticiones de la derecha de que cedas, tu fuerte se agrieta. Y ante las dudas, las mayorías se van a inclinar ante quien parezca ganador. Cada vez que cedes a la derecha, te metes un gol en propia puerta.
El crecimiento de las derechas y las ultraderechas parece ser un fenómeno mundial que estaría marcando un clima de época. ¿Las crisis vuelven a las sociedades más conservadoras o incluso más reaccionarías? ¿Cómo deben responder las fuerzas progresistas frente a ello?
Ante las crisis, siempre hay una respuesta de enfado frente a las élites políticas y económicas, pero esas élites reaccionan. Ante la crisis de 2008, Sarkozy y Merkel dijeron que había que humanizar el capitalismo porque tenían miedo a una respuesta social. Como no pasó nada, el modelo neoliberal siguió apretando económicamente a las mayorías. Lo que generó el auge de la extrema derecha, alimentado a su vez por las crisis de refugiados y, en el caso de España, por las tensiones secesionistas de Catalunya.
Vivimos hoy un claro momento de incertidumbre con las continuas crisis, el calentamiento global, el aceleramiento tecnológico, las migraciones, el desempleo, los problemas de vivienda… Esa incertidumbre, más el miedo que alimentan los medios de comunicación -como la derecha no quiere ofertar orden social, oferta orden público- son el caldo de cultivo ideal para el auge de políticas autoritarias. Hay que añadir que el gran éxito de la derecha no es lograr que apoyen a sus líderes y a sus políticas, sino que odien a la izquierda. Lo que les genera un salvoconducto a las élites y piensan los que les votan, también a ellos, para hacer lo que quieran.
Por eso, aunque las élites roben, dejen morir ancianos en residencias, sean idiotas o corruptos, la gente les vota porque sienten que están con los ganadores, los que les cuidan del orden público al que amenaza la izquierda. Que es la que les ha subido el salario mínimo, les ha limitado el precio de los alquileres, les ha protegido frente a las inmobiliarias, les ha apoyado durante la pandemia o defiende sus derechos como mujeres, LGTBI, jóvenes o de cualquier minoría.
Pero, en la lectura de la gente, envenenada por los medios de comunicación, el gobierno de coalición «ha puesto a gobernar a ETA», «están rompiendo España», «sueltan a violadores», «rebajan las penas a los independentistas», «solo le interesan los trans y lo queer», «son amigos de Venezuela», «hacen escraches» o «están removiendo las heridas del pasado».
Las fuerzas progresistas tienen que hacer buenos diagnósticos. Es un error creer que los postulados de la izquierda del siglo XX valen en el siglo XXI, y que añorar los tiempos de la URSS y pensar en conflictos de clase del siglo pasado sirve y basta. Hay que entender las nuevas demandas -lo que pasa por entender a los jóvenes y sus angustias, al igual que el miedo de los ancianos-, ser muy firmes y claros en su línea ideológica (contra las desigualdades de clase, de género, de raza y de ciudadanía, ecologista, pacifista, internacionalista con una lectura inteligente de lo nacional) y no ceder ante las presiones, encontrar liderazgos que sea convincentes y saber que si no cuenta con canales de comunicación plurales y objetivos es prácticamente imposible que pueda hacer que sus propuestas se conozcan.
¿Qué horizonte se vislumbra hoy en España de cara a las elecciones generales y qué posibilidades de recomposición tienen las fuerzas progresistas en este corto plazo hasta la votación?
Quizá el único efecto positivo de las elecciones es que las principales líderes de la izquierda, Yolanda Díaz y Ione Belarra, por fin se han sentado a elaborar una lista conjunta. La convocatoria adelantada de elecciones tiene, probablemente, muchas razones: los ataques internos a Sánchez en el PSOE, a quien culpan los que ya intentaron echarle y fracasaron de la debacle socialista, la necesidad de no aguantar al PP durante meses insistiendo, ahora con la presión del resultado electoral, en la ilegitimidad del gobierno y pidiendo un adelanto electoral; romperle la luna de miel a la derecha; hacer una campaña electoral mientras que el PP está negociando gobiernos con VOX; beneficiarse del prestigio de las reuniones internacionales que le otorga presidir el Consejo Europeo; y, quizá, intentar asestarle el golpe definitivo a Podemos y regresar al bipartidismo al tiempo que se da una opción de, al obligarles a unirse, poder ganar las elecciones generales. Pedro Sánchez es un político de una nueva hornada que tiene como prioridad su propio éxito y no tanto el de su partido o cometidos superiores. De manera que la convocatoria de elecciones ahora supone salir -algo que también le pasaría de no hacer nada- o una jugada que puede pillar con el pie cambiado a la derecha y darle a la izquierda una oportunidad. Se habría jugado la primera parte de un partido y ahora vendría la segunda, con un escenario político más clarificado.