Por Gabriela Calotti
Varios casos nuevos se sumaron al tramo del llamado Pozo de Quilmes, en el marco del juicio que desde octubre de 2020 juzga a los acusados por delitos de lesa humanidad en las Brigadas de Investigaciones de la Policía bonaerense de Banfield, Quilmes y Lanús, que inclusive antes de la dictadura cívico-militar de 1976 funcionaron como centros clandestinos de secuestro, tortura y exterminio.
Entre ellos figuran los de Beatriz Lenain, Carlos Garack, Mabel García –quienes declararon por primera vez– y Néstor Rojas, quienes prestaron testimonio el martes en el marco de la audiencia 108 de este juicio que lleva adelante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata, presidido por el juez Ricardo Basílico.
Lara Garack tenía un año y ocho meses cuando la noche del 5 de febrero de 1977 sus padres, Beatriz Alicia Lenain, conocida como «Beli» o «Belinda», y Carlos Eduardo Garack, conocido como «Largo», fueron secuestrados. La patota sabía perfectamente que Alicia era hija de un «coronel» retirado del Ejército, pues a la vecina le dieron la nena y un papelito con el número de teléfono del abuelo materno. El abuelo se llamaba Jorge León. Lara había nacido el 17 de mayo de 1975.
«Tuve la suerte de quedarme con mi familia biológica por ser, estoy segura, nieta de un coronel del Ejército», sostuvo Lara, criada por su abuela paterna, que arrancó su testimonio confesando que tuvo una infancia complicada porque fue «de un lado para el otro», mientras las familias de sus padres se echaban la culpa de lo ocurrido. La adolescencia tampoco mejoró.
«Fue una adolescencia muy complicada. En una casa con mucha tristeza. El almuerzo era siempre mirar a la calle y esperar el regreso de ellos. Esperar una carta de ellos. Como la espera eterna y permanente», contó en una audiencia virtual.
«Yo me imaginaba a mis padres espiándome, que quizá estaban en el extranjero y que con la democracia volverían», confesó. «Y después, en algún momento, lo tengo que matar. Esto está mal. Después de casi cincuenta años decís ‘ya está, no están vivos’», afirmó sin poder ocultar su emoción.
Cuando fue mamá descubrió que su presencia «era el recuerdo vivo de que ellos no estaban», sostuvo con absoluta entereza, antes de asegurar que cuando pudo encontrarse personalmente con María Elena Rosas, la mejor amiga de su mamá desde la escuela secundaria, pudo contextualizar la decisión de sus padres de militar. Hasta entonces «estaba enojada con ellos. Sentí que habían elegido la política y no a mí». Pero «a los 18 años me reencuentro con María Elena, la conozco personalmente y me cambió todo, porque ella contextualizó todo» contándole «qué clase de personas eran, las buenas intenciones, la conciencia social, y entendí que todo era por amor al otro, por amor a mí, y eso resignificó todo. Me amigué con ellos y con su memoria», explicó.
De más grande pudo entonces reconstruir un poco la vida de sus padres en los setenta. «Eran peronistas. Mi vieja estaba en la Juventud Peronista y mi viejo militaba con Montoneros. Mi vieja era maestra. Habían comenzado carreras universitarias. Trabajaron en el Ministerio de Transporte, que es donde se conocieron […] Sé que en los últimos años dejaron de trabajar ahí y militaban en fábricas», contó.
Por el testimonio de un sobreviviente del Pozo de Quilmes, Fernando García, supo que sus padres estuvieron secuestrados allí. Él «los describe perfectamente, con la certeza de que eran ellos». Es más, de ese testimonio surge que «mi mamá estaba embarazada».
«La noticia fue tremenda. Fue un shock enorme», aseguró Lara Garack. Lo supo en febrero del año pasado. Desde entonces se pregunta «si habrá nacido o no, si existe […] Es una noticia triste y alegre al mismo tiempo, porque puede existir una hermana o hermano… tengo la ilusión», dijo al tribunal.
Aunque en el Registro de las Personas no la quisieron anotar como sus padres querían, ellos «desde la panza» la llamaban Lara, en referencia a la protagonista de la película Doctor Shivago, furor en los setenta, contó la mujer, antes de mostrar varias fotos de su mamá con ella en brazos y de su papá.
«La ausencia se siente toda la vida. No se termina nunca», sostuvo. «Ojalá se haga justicia», reclamó.
El testimonio de María Elena Rosas completó el de Lara Garack. María Elena y Beli se habían conocido en cuarto año del secundario. «Desde ahí quedamos siempre amigas», contó, al punto tal de que cuando Alicia se divorció de su primer marido, el año en que «vino Perón» a la Argentina, «ella se vino a vivir a mi casa».
Alicia era «muy alegre, muy graciosa. Tenía un Citroen en el que andaba por todos lados y lo compartía conmigo. Yo tenía 21 años. Ella tenía un año y medio más», dijo. Recordó que sabía muy bien inglés y por eso trabajaba como secretaria en la privada de un director del Ministerio de Transporte. Alicia la ayudó para conseguir también un empleo allí.
Fue en ese ministerio donde conoció a Carlos, que por entonces estaba casado «pero se enamoró de Beli». «Sé que empezaron a militar después de que se fueron de mi casa y tiempo después renunciaron al ministerio. Ya vivían en Villa Domínico con otro amigo», explicó al tribunal.
Supo que el «coronel» les ofreció en algún momento ayudarlos para irse del país y que Alicia y Carlos rechazaron su ayuda y le dijeron que no tenían ninguna actividad política.
La última vez que vio a su amiga fue el 21 de septiembre de 1976. «No me dijo que estaba embarazada», precisó.
Meses después, en febrero de 1977, recibió dos telegramas advirtiéndole a Alicia que quedaría cesante por faltar al trabajo. Se enojó. Pero nunca imaginó que su amiga había sido secuestrada. Según sus cálculos, Alicia y Carlos fueron secuestrados días antes del 10 de febrero.
Los abuelos paternos pudieron rescatar a Lara hacia el 12 o 13, alertados por ella y una tía que también trabajaba en el ministerio.
Mabel García, consejera escolar, sobreviviente del Pozo de Quilmes
Mabel tenía 26 años, era maestra en San Francisco Solano. Había sido criada en el seno de una familia de trabajadores peronistas, sin militancia activa, salvo un hermano de su mamá en Quilmes.
«He sido secuestrada durante la dictadura, pero antes de comenzar el relato de ese suceso quisiera hacer una breve introducción de cómo era mi vida antes. Perdón, estoy muy emocionada… Estuve durante muchos años esperando esto», dijo al iniciar su declaración ante el TOF Nº 1.
«Comencé a militar en una unidad básica. Yo nunca integré ninguna organización revolucionaria, ni Montoneros ni el ERP. Siempre milité en esa unidad básica, ni siquiera en la Juventud Peronista», aseguró la mujer que vivía en Bernal Oeste.
Integró entonces la lista del FREJULI al Consejo Escolar de Quilmes, que la eligió presidenta del cuerpo. Al mismo tiempo hizo «un trabajo social en un barrio de emergencia llamado Los Eucaliptus».
Tras el golpe del 24 de marzo, ella y su marido se quedan en la calle. Como su marido tenía un camión viejo, empezó a vender leña en las panaderías de la zona, trabajo que hacía de noche.
Hacia fines de julio, estaba acosatada con sus hijos Javier y Marcela, de 8 y 6 años, cuando escuchó una explosión y de pronto se vio rodeada de tipos de civil y uniformados con ropa camuflada militar. Se la llevaron en camisón y descalza.
«Me sacaron de los pelos de la cama y mis hijos lloraban» y no paraban de preguntarme «por las armas, y por nombres de gente que yo no conocía».
La arrastraron por el pasillo hasta la calle donde vio que la subían a un Torino, antes de taparle la cabeza con una campera. «Cuando llegamos, paran, me sacan y me hacen subir unas escaleras. Después supe que era la Brigada de Quilmes. Me entraron por la esquina de Allison Bell y Garibaldi», aseguró. Más tarde explicó que reconoció lugares del chalet que en esa intersección pertenecía a la Brigada.
Después del primer interrogatorio la llevaron a una sala con piso de madera donde «había una chica jovencita que lloraba, lloraba, me decía que le habían arrancado las uñas. Se llamaba Anahí. Tendría 17 o 18 años», precisó.
«Me cuenta que la habían sometido sexualmente. Estaba muy angustiada. Yo también, estaba aterrorizada. Me llevan nuevamente a ese lugar tan grande y me someten a mí sexualmente. No fue una sola persona, fueron varios», dijo muy angustiada, antes de asegurar que «la persona que controlaba que aguantáramos la tortura era Bergés. Un hombre cruel, sádico».
«Supe porque una sola vez pude verlo y Anahí me decía que era el doctor. Su físico, los bigotes, la impronta. Una vez lo vi y luego fue pública la cara de este hombre», respondió luego interrogada por la auxiliar fiscal Ana Oberlín.
«Un día a Anahí le dijeron que se iba a bañar, le trajeron ropa, le dijeron que se iba en libertad», y nunca más supo de ella.
Mabel en cambio fue llevada a la Comisaría 1ª de Bernal, donde otra detenida, llamada Nora, la ayudó a bañarse y le dio ropa interior. Estando allí pudo ver a su padre y a sus hijos.
En diciembre la trasladaron a la Unidad 8 de Olmos, donde la pusieron a trabajar en la parte de Sanidad.
«Con este suceso nunca más en mi vida pisé un local partidario, nunca más quise hablar de política. No solamente me ultrajaron, se llevaron de todo de mi casa, fueron varias veces […] Además de mis cosas, se llevaron mi vocación, se llevaron a Mabel García. A esa Mabel García que tuve que armar de pedacitos», sostuvo antes de reclamar al tribunal «que este hombre termine en la cárcel y deje de estar en su casa».
Néstor Alberto Rojas, fue secuestrado en julio de 1975 en el Cruce de Florencio Varela, en medio de las movilizaciones contra el llamado «Rodrígazo». Tenía veintidós años.
Primero fue llevado a la Comisaría 1ª de Berazategui, luego a Puente 12, donde fue sometido a las «peores torturas», y de allí lo trasladaron a 1 y 60, repartición bonaerense que también fue centro clandestino y cuyo juicio comenzó hace un mes en La Plata.
Aseguró que sus años en el Chaco santafecino, «en el corazón del quebracho colorado» donde tuvo lugar la feroz matanza de huelguistas de la empresa británica La Forestal, allá por 1921, lo marcaron luego en su militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y en su brazo armado, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), de la cual se dijo «orgulloso».
En las tres audiencias anteriores volvieron a declarar testigos que ya lo habían hecho durante el juicio por la Brigada de San Justo.
El presente juicio por los delitos perpetrados en las Brigadas de la Policía bonaerense de Banfield, Quilmes y Lanús, conocida como El Infierno, con asiento en Avellaneda, es resultado de tres causas unificadas en la causa 737/2013, con solo quince imputados y apenas uno de ellos en la cárcel, Jorge Di Pasquale. Inicialmente eran dieciocho los imputados, pero desde el inicio del juicio, el 27 de octubre de 2020, fallecieron tres: Miguel Ángel Ferreyro, Emilio Alberto Herrero Anzorena y Miguel Osvaldo Etchecolatz, símbolo de la brutal represión en La Plata y en la provincia de Buenos Aires.
Este debate oral y público por los delitos cometidos en las tres Brigadas, que se desarrolló básicamente de forma virtual debido a la pandemia, ha incorporado en los últimos meses algunas audiencias semipresenciales.
Por esos tres CCD pasaron 442 víctimas tras el golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976, aunque algunas de ellas estuvieron secuestradas en la Brigada de Quilmes antes del golpe. Más de 450 testigos prestarán declaración en este juicio. El tribunal está integrado por los jueces Ricardo Basílico, que ejerce la presidencia, Esteban Rodríguez Eggers, Walter Venditti y Fernando Canero.
Las audiencias pueden seguirse por las plataformas de La Retaguardia TV o el Facebook de la Comisión Provincial por la Memoria. Más información sobre este juicio puede consultarse en el blog del Programa de Apoyo a Juicios de la UNLP.
La próxima audiencia en formato virtual, se realizará el martes 27 de junio a las 8:30.