Por R.G.M.
«¿Podría la gente de los asientos más baratos aplaudir? Y el resto de ustedes solo sacudan sus joyas». Corrosivas como su propio autor, las palabras de John Lennon en aquel concierto frente a la mismísima reina quedaron inmortalizadas. A pesar de la intención para nada ingenua de algunos, la cultura jamás fue ajena a la discusión de clases y la dimensión política. Desde la ya obsoleta discusión sobre alta cultura y expresiones de supuesto menor rango, hasta el trasfondo político que infiere. Y no solo desde lo discursivo, sino desde el modo que circula. Ese flujo y su alcance son lo que realmente determinan su potencial político. Inclusive por sobre los mensajes, símbolos o interrogantes que aborde. La manera misma en la que las prácticas y bienes culturales son concebidos infiere su verdadero valor ideológico.
Y desde algunos medios y sectores, esa posición es abierta. Al punto de llamar despectivamente «regalo» a las políticas que garantizan el acceso igualitario a espectáculos y eventos culturales, tal como hace el diario La Nación en un editorial que cuestiona los beneficios que la provincia otorga en diferentes rubros de la economía. Allí cuestiona, entre calificativos reaccionarios y mucha preocupación por el sector privado, que el Teatro Argentino de La Plata brinde entradas libres y gratuitas a todas y todos los bonaerenses. «¿Por qué no se cobra una entrada razonable, o al menos un bono contribución, para grandes producciones artísticas que, por supuesto, son muy costosas, como todo trabajo de calidad? ¿Eso es la ‘cultura inclusiva’? ¿O lo inclusivo sería que el que pueda pague, y que por esa vía se financien programas que acerquen a los sectores más vulnerables al teatro y a los museos?».
De un modo simétricamente opuesto, el autor de esas líneas iguala la capacidad de síntesis ideológica de Lennon. Por un lado, da a entender que ciertos circuitos y producciones «de calidad» deberían estar destinados a quienes pueden pagar. Promueve no solo un acceso limitado sino segmentado por arbitrarios recortes socioeconómicos. Revela -dicho sea de paso- el nivel de ignorancia histórico olvidando que el origen de algunas disciplinas como la lírica o la ópera son profundamente populares.
Pero distinguir entre «alta cultura» y popular nos haría caer en la «trampa», palabra que caprichosamente usa para teñir de oscuridad una política transparente y distributiva. Cuando el Teatro Argentino abre sus puertas para Romeo y Julieta o para un encuentro de carnaval, no distingue entre quienes «aplauden» o «quienes hacen sonar sus joyas». Pueden quedarse tranquilos que una «cultura inclusiva» no es excluir a quienes más tienen sino sencillamente otorgar iguales condiciones. Quizá entonces sí pueda aplicarse la palabra «indiscriminado»: con criterio pero sin discriminación. Hablando de palabras, no daremos mucho lugar a considerar el término «piñata» a quienes promovieron tantos años de globos que al pincharse no tenían más que aire en su interior.
Volviendo al debate, hay algo más en esta posición contra una cultura inclusiva: excluirla, precisamente, del circuito virtuoso de la economía al cual presume abonar. Considerarla un gasto y no una inversión. No sólo en términos simbólicos, ya que es incuestionable el potencial liberador del arte y la cultura. Sino en términos concretos: la cultura es parte de la rueda productiva. Cada obra, cada película, cada canción, incentiva y activa consumos y producciones. Del mismo modo que un descuento en una carnicería no es un regalo sino un modo de reactivar el mercado interno, cualquier manifestación artística hace lo mismo. Desde el que la lleva adelante, como trabajador o trabajadora. Desde quien produce o provee recursos, materiales, herramientas, hasta quien la consume, transitando toda la cadena. Para hacerlo simple y tratando de llevar tranquilidad a nuestro colega de La Nación: cuando una persona no paga la entrada en el teatro quizá pague un taxi o compre una gaseosa en el kiosco de la esquina.
Tan simple como el concepto de movimiento. Esa palabra que tanto asusta a quienes quieren que unos ocupen ubicaciones de lujo y otros se queden afuera. La cultura es y debe ser para todos y todas. Y al que quiera protestar, que haga sonar sus joyas. Jamás sonarán más fuerte que la voz del pueblo.