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Milei: el viejo proyecto de la crueldad

Por Carlos Ciappina

Razones para una sorpresa que no debería ser tal

Las PASO del domingo 13 de agosto fueron ganadas por Javier Milei, quien no solo obtuvo casi el 30 % de los votos, sino que ganó en 17 de las 24 provincias argentinas.

Para calificar a Milei es necesario utilizar tres categorías: ultraderechista, ultraneoliberal y neofascista. La pregunta se cae de madura: ¿Cómo se produce el fenómeno en el que un liderazgo con estas características obtenga un 30 % de las preferencias del electorado? 

La respuesta no es sencilla y requiere de la concatenación de procesos histórico-sociales de largo plazo con procesos político-sociales de corto plazo.

Los orígenes del proyecto de la crueldad 

Desde el triunfo de la revolución bolchevique hasta el período 1989-1992, o sea, casi todo el siglo XX, el capitalismo se vio obligado a moderar las aristas más crueles de su desempeño, aquella crueldad que había desplegado sobre los obreros británicos, franceses, alemanes o norteamericanos y también sobre todos los pueblos colonizados durante el siglo XIX.

La existencia del campo socialista y su expansión por buena parte de Asia, África y Europa Oriental proponía un modelo alternativo que postulaba la necesidad de abolir el capitalismo como modelo societal pues estaba basado en la explotación humana y ambiental. 

En esa tensión entre capitalismo y socialismo, el capital, sobre todo en Europa occidental y en los Estados Uunidos post Roosevelt, aceptó a regañadientes los presupuestos de la necesidad de un Estado conductor del proceso económico y, sobre todo, la existencia de ciertos derechos universales que el Estado debía garantizar. El panorama se completaba con el reconocimiento del derecho de los trabajadores a sindicalizarse y exigir mejoras salariales y de vida. Entre fines de la Segunda Guerra Mundial y fines de los años ochenta del siglo XX las condiciones de vida de la clase trabajadora en buena parte de los países de Europa Occidental, los Estados Unidos y algunos países como Argentina o México fueron las mejores desde el nacimiento del capitalismo. 

Al mismo tiempo, la sociedad capitalista del Estado benefactor o interventor se volvía bastante homogénea: el pleno empleo y los servicios sociales (salud y educación) gratuitos configuraban un escenario de certezas, estabilidad y aún ascenso social de los trabajadores. 

El fin de la experiencia socialista soviética y de buena parte de Europa Oriental no fue solo el fin político del socialismo real sino que habilitó la puesta en duda de los principios ideológicos que los sustentaban. Rápidamente se habló del fracaso colectivista, del fin de las ideologías, del colapso de una sociedad basada en los derechos a los bienes por parte de las mayorías. Se abría la puerta para el retorno del capital con su propuesta original: el neoliberalismo.

Se afianza la crueldad neoliberal 

A partir de la década de 1990 se le ofrece al mundo un solo modelo societal eufemísticamente denominado de libre mercado, pero mejor conocido como neoliberalismo. De libertad poseía muy poco o nada, pero era (y es) muy hábil en el manejo del discurso. 

El nudo central clave del modelo neoliberal es la búsqueda de una superrentabilidad en un mundo global despojado de todas las trabas que pudieran obstaculizar al capital. Para alcanzar ese objetivo será necesario desmontar toda la arquitectura del Estado interventor y desarticular toda aquella institucionalidad, por ejemplo, los sindicatos, y medidas que favorezcan aunque sea mínimamente las condiciones de vida de los trabajadores. 

El proceso de reconfiguración del capitalismo en su versión neoliberal se comenzó a desplegar con diferentes velocidades, según los países, a fines de los años ochenta y en particular los años noventa. 

Un aspecto clave de este proceso es la desestructuración de la sociedad homogénea del capitalismo keynesiano: la certidumbre de una clase trabajadora amparada en derechos y beneficiada con servicios gratuitos brindados por el Estado va a ser paulatinamente sustituida por una sociedad con altas tasas de desempleo, reducción creciente de los servicios sociales y baja en los «costos» laborales, por las vías de la reducción drástica del salario. La búsqueda de la incertidumbre como sistema disciplinador será uno de los pilares del neoliberalismo.

Argentina: 40 años de democracia y 47 de neoliberalismo

En la Argentina, la modernización de la sociedad agroexportadora y la construcción de una sociedad del bienestar dirigida por el Estado se desplegará, con algún intento previo del yrigoyenismo, durante el primer peronismo (1945-1955).

Con sus rasgos particulares (liderazgo de multitudes del general Perón, la figura movilizadora de Evita, protagonismo de los sindicatos en la toma de decisiones de política social y económica, renovación cultural plebeya), el primer peronismo logró consolidar un esquema societal basado en la centralidad del Estado nacional como conductor de todo un modelo de industrialización con alta ocupación, altos salarios y acompañado de un Estado muy activo en la provisión de bienes públicos como la educación, la salud y la acción social. La articulación entre peronismo, sindicatos y Estado superó al tiempo del propio peronismo (golpe de Estado de 1955) y con todos los matices e intentos de destrucción de esa articulación vía golpes de Estado amañados por las élites o gobiernos semidemocráticos se sostuvo desde 1955 hasta la dictadura cívico-eclesiástico- empresarial y militar inaugurada con el golpe de 1976.

Hasta 1976, la sociedad Argentina gozaba de parámetros económico-sociales comparables por la extensión de su educación pública en todos los niveles, su sistema de salud pública y el despliegue de una sólida industrialización privada y estatal a los de las sociedades consideradas desarrolladas. Claramente se distinguía inclusive dentro de lo que en el lenguaje de época se denominaban países en vías de desarrollo.

La dictadura y su «miseria planificada» (Rodolfo Walsh dixit)

El 24 de marzo de 1976 se inicia con el pomposo nombre de Proceso de Reorganización Nacional la dictadura más atroz de la historia argentina. El golpe militar (que escondía las complicidades mediáticas, civiles, empresariales y eclesiásticas) de 1976 tenía un clarísimo proyecto societal: la reconfiguración a fondo de la sociedad argentina en dos planos que se retroalimentaban, terminar con la movilización y la organización político-sindical por medio de un plan sistemático de represión genocida y, al mismo tiempo, instalar las bases de una recomposición del capitalismo argentino. ¿Recomposición bajo cuáles principios? Los del neoliberalismo.

Sin embargo, la dictadura enfrentaba un problema enorme para desplegar los principios de la escuela monetarista de Chicago (el plan económico de Martínez de Hoz). El inconveniente no solo era de carácter económico sino de carácter ideológico: la sociedad argentina peronista (o no peronista) consideraba que los principios a seguir en materia económica eran los de la articulación del Estado empresarial con el Estado social. La Argentina de 1973-1976 no se movilizaba por menos Estado sino por su opuesto: más ocupación, más escuelas públicas, más hospitales, mejores salarios.

Tanto es así que en las elecciones de 1973 el partido que se presentó con el programa económico de la escuela de Chicago (el partido Nueva Fuerza) apenas arañó el 2 % de los votos. 

Frente a esta situación de predominio social de la visión estadocéntrica, la dictadura propuso el primer plan neoliberal sistemático del país a partir del terror. El plan económico de Martínez de Hoz solo fue posible a partir de un plan de terrorismo estatal que se desplegó sobre 30.000 desaparecidos y asesinados y cientos de miles de presos y exiliados. 

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