Por Carlos Ciappina
Gana Macri: la recolonización del Estado (2015-2019)
El triunfo de Cambiemos-PRO en 2015 evidenció que las transformaciones societales en torno a la construcción de una nueva subjetividad neoliberal junto a las operaciones judiciales y mediáticas podían generar el apoyo masivo a una opción electoral de derechas (aunque aún esta opción no podía expresarse en los términos de un programa neoliberal en toda línea).
El corto período de Macri generó un cambio profundo en el modo de conducir las políticas públicas y el Estado. Lejos del decálogo neoliberal de achique y reducción, el macrismo colonizó los resortes claves del Estado: los CEO, gerentes y dueños de grandes empresas y bancos fueron puestos a cargo de áreas claves del Estado. Por primera vez en la historia post Segunda Guerra Mundial, Argentina eliminaba la intermediación entre empresas de gran capital y la conducción del Estado. A diferencia de la dictadura (que puso el Estado en manos de las Fuerzas Armadas) o del menemismo (que conservó la conducción estratégica del Estado desde la política, pero a favor de las empresas), el macrismo sustituyó la conducción del Estado por la conducción de las gerencias empresariales. La política fue sustituida por la gestión empresarial.
Las consecuencias fueron profundas: endeudamiento externo fugado en manos de las grandes empresas, ruptura de las negociaciones tradicionales con los sindicatos (emergencia de modalidades mafiosas de represión a sindicatos) y, sobre todo, la consolidación discursiva que volvía a poner al Estado como el problema y al mercado (de la mano de las empresas a cargo de manejar el propio Estado como si fuera suyo) como la solución.
El retorno nacional-popular y la emergencia ultraderechista: el largo plazo y el corto plazo se encuentran
Todas las promesas en las que se basó el triunfo de Cambiemos-PRO del 2015 quedaron truncas en los cuatro años de la gerentocracia. Ninguno de los parámetros sociales y económicos del 2019 eran mejores ni remotamente a los del período 2011-2015. El Gobierno macrista terminó en una derrota electoral aplastante a nivel nacional y a nivel de la provincia de Buenos Aires. Pero la consolidación de un partido de derechas con altos porcentajes de votación había llegado para quedarse. Más aún, quedaban varios líderes de derechas con chances electorales en las provincias y a nivel nacional.
La elección de 2019 luego de la desastrosa gestión estatal macrista repuso en el Gobierno a una coalición peronista-kirchnerista con una fórmula (Alberto Fernández presidente, un peronista moderado) en la que la presencia de Cristina Fernández de Kirchner (aun como vicepresidenta) rememoró en significativas capas populares la posibilidad de una mejora concreta en las condiciones económico-sociales.
Las razones por las cuales los indicadores sociales fueron empeorando han sido explicitados repetidas veces: pandemia, crisis de la guerra entre Ucrania y Rusia, la deuda externa impagable con el FMI y su peso. Las esperanzas de una recuperación del salario, del consumo y la inclusión al estilo del período 2003-2015 no se cumplieron. Hoy Argentina tiene uno de los salarios más bajos de América Latina, un enorme número de trabajadores en negro, un 50 % de niños en situación de pobreza y roza el 40 % de pobreza en general.
Llegados hasta aquí, ¿por qué Milei?
En este 2023 se cruzan los procesos de largo plazo con los de corto plazo. En el largo plazo, desde la última dictadura hasta aquí se ha ido constituyendo, como hemos visto, una economía con altas tasas de desempleo más o menos profundas según los Gobiernos, un mundo laboral con un sector precarizado del trabajo cada vez mayor, la reducción porcentual del empleo formal en relación con la población trabajadora en general y modalidades de contratación flexibles.
El resultado ha sido la emergencia de millones de argentinos cuya realidad cotidiana pasa por carecer de empleo o tener un empleo precario, y la reducción de la sindicalización. La realidad de la pobreza a tasas hoy cercanas al 40 % debiera contarse como uno de los fracasos más rotundos de la democracia posdictadura.
También forma parte de este proceso de largo plazo la construcción permanente de un sentido común individualista, antipolítico, en donde la explicación sobre las situaciones de precariedad económica y social tienen que ver con razones de índole personal (fallas de cada persona) y no social. Es más, en este proceso de largo plazo se han ido desdibujando hasta desaparecer las referencias explicativas sociales: en el lenguaje de los medios de comunicación y en el lenguaje común las explicaciones causales basadas en las características de la sociedad capitalista se han deslizado hacia posicionamientos de carácter individualistas-actitudinales.
Como ejemplo, podemos poner los delitos comunes, que pasaron de asociarse a situaciones de pobreza estructural a cuestiones de decisión individual o, por ejemplo, el desempleo, que dejó de tener que ver con la crisis del mercado laboral y explicarse por la decisión de no querer trabajar de los sujetos, individualmente considerados.
Estos procesos de largo aliento, que han ido dibujando un perfil determinado de sociedad crecientemente desigual, se articulan hoy con procesos de corto alcance. Los últimos ocho años (los cuatro de Cambiemos-PRO y los cuatro del Frente para la Victoria) han generado, entre otras, dos situaciones de frustración popular: en el caso del macrismo, con el incumplimiento del pacto electoral con el cual ganaron las elecciones del 2015; la promesa de «no te va a faltar nada de lo que tenés» fue sustituida por un proceso acelerado de destrucción económica, fuga de capitales, incremento del desempleo y crecimiento de la deuda externa mientras las grandes empresas asociadas al presidente y su círculo rojo obtenían ganancias siderales.
La frustración tuvo tal profundidad que el macrismo perdió holgadamente las elecciones de 2019 a manos del Frente de Todos. El retorno del peronismo (y aliados) al poder generó una nueva esperanza, habida cuenta de lo vivido en el período 2003-2015. Tras casi cuatro años de gobierno, los indicadores sociales no son sustancialmente superiores a los del período 2015-2019; el salario formal e informal es extremadamente bajo, la desigualdad social ha crecido y las características del acuerdo con el FMI limitan las posibilidades de desembolso de más recursos a amplios sectores de la población.
No es casualidad, entonces, que se haya producido un repentino estallido de hartazgo con la clase política de la mano de un candidato que aparece como nuevo, «anticasta», con un discurso extremadamente individualista y antiinstitucionalista que destina los peores epítetos para las instituciones públicas, la educación pública, la salud pública, las organizaciones sindicales, las perspectivas sociales y, obviamente, los partidos políticos tradicionales.
No importa que Milei encuentre enemigos y obstáculos en todas partes (el Estado, las universidades, la Iglesia católica, los partidos políticos, el pensamiento socialista/comunista, pero nunca, nunca en las empresas). No importa cuán irracional nos suene su discurso, a los ojos de un número significativo de compatriotas hartos, hastiados y empobrecidos (pese a los «cuarenta años de democracia») les resulta lógico que la culpa sobre su situación provenga de aquellos que son los responsables de representar al pueblo, pero que no han cumplido con ese mandato.
Las propuestas de Milei son cualquier cosa menos novedosas: bajo una parafernalia discursiva basada en el gesto grandilocuente y la agresión verbal extrema, se esconde un proyecto profundamente retardatario, basado en el viejo (tiene 80 años) de la escuela económica ultraliberal de Hayek (mantra del neoliberalismo): achicar el Estado, privatizar empresas, despedir personal, bajar el salario, eliminar los sindicatos, mercantilizar la salud y la educación públicas, sustituir la moneda propia por el dólar, reducir los impuestos de los ricos, asociarse en forma de neocolonial con los Estados Unidos y Europa Occidental, promover la mano dura contra la expresión de los pobres y, en el caso de Milei (como todos los liberales argentinos, Milei es profundamente conservador), derogar la legislación que garantiza el aborto y aún la del matrimonio igualitario, junto con la reivindicación de la última dictadura militar.
¿Cómo pasamos de aquel venturoso octubre de 1983 a este tenebroso octubre de 2023? ¿Cómo fue posible que en la sociedad que enjuició a los dictadores y represores hoy apoye expresiones políticas que los ensalza y tengan sumado un 60 % de los votos?
¿Cómo explicar que hace apenas tres años millones de personas se manifestaron por la interrupción voluntaria del embarazo y hoy sean otros los millones que votan a un candidato antiderechos de las mujeres?
¿Por qué la suma de los partidos populares de octubre de 1983 alcanzaba el 90 % del padrón y hoy es de apenas un tercio?
¿Qué hacer?
Dijo una vez Lenin e hizo la revolución soviética.
Sin necesidad de seguir los pasos del gran político y pensador ruso, sí es imperioso pensar una estrategia a corto y largo plazo.
En el corto plazo, hay que poner todo el esfuerzo en el triunfo electoral ampliando la base de acumulación de poder político sumando a todos aquellos que compartan los principios básicos de la lógica que generó los mejores años de vida de la población argentina: Estado cercano, industrialización creciente, solidaridad social, educación pública, pleno empleo, respeto a los derechos humanos básicos, ampliación de la agenda de género. Sería un error fatal que en esta coyuntura electoral se eligiera parecerse más en lo discursivo a la ultraderecha y dejar de lado la discursividad y la práctica de los partidos nacional-populares. Entre un modelo auténticamente de derechas y una mala copia, el electorado preferirá el original. No es renegando de los principios políticos del campo nacional-popular sino confirmándolos como se puede dar una batalla discursiva con la ultraderecha.
La coyuntura actual no es la de una elección de una Administración u otra, sino la de la existencia del Estado nación como tal o la disolución de la institucionalidad democrática: si se interpreta así la actualidad, entonces es necesaria la creación de un gran frente popular electoral con todos los partidos democráticos, desde la centroderecha hasta las izquierdas. La contracara es que ganen la elección sujetos que creen, por ejemplo, que Videla y los dictadores genocidas son algún tipo de víctimas.
Desde el retorno democrático, no enfrentamos una coyuntura tan abismal como la de hoy. Es la unión por la patria o la disolución nacional.