El sueño de muchas swifties es llegar, de alguna manera, a ella. Con este texto no pretendo llegar a Taylor Swift, más sí pretendo que Taylor Swift llegue a todos aquellos que la necesiten. Que llegue a esas niñas y niños que se sienten solos en la escuela, a las mujeres con el corazón roto por un perejil que les dijo «te amo y te juro que voy a cambiar» y encima después las hizo sentir culpables, que llegue a los chicos que gustan de otros chicos y a las chicas que gustan de otras chicas, a la gente con champagne problems, a quienes aman con tanta intensidad que pierden la cabeza, a las depresivas, a las nostálgicas, que llegue a cada persona a la que le hayan hecho sentir que su identidad no encajaba en este mundo, porque la mismísima Taylor lo dijo: «está mi música para quien quiera escucharla, pero también está el agujero de conejo, sean bienvenidos: acá estamos todos locos».
Es lógico que muchos la consideren una yanqui lavadita y aburrida que canta canciones más o menos parecidas, pero no hay por qué analizarla desde una posición tan cerrada, si bien sabemos que al momento de empaparnos en un relato, no hace falta identificarse con el narrador en sí sino con su narrativa, y vaya que Taylor Swift se preocupó por desplegarla. No son solamente canciones, Taylor Swift construye un universo con infinitas ramificaciones para desarrollar, que trasciende épocas y contextos. Escuchar su discografía es comparable a leer El Señor de los Anillos, a ver Star Wars, hay una historia plagada de pistas y significados, de hilos conductores y detrás de todo eso está la relación que planteó desde el principio con su fandom. Es por eso que sabemos que el color rojo tiene un significado aparte, que si escuchamos Question? identificamos instantáneamente el sample de Out of the woods y encontramos una posible continuación de un relato, que si cantamos Dear John y 13 años después escuchamos «give me back my girlhood, it was mine first» sabemos de qué estamos hablando. Taylor Swift nos convirtió de alguna forma en su diario íntimo y así nos concedió la más profunda de las amistades. Entendemos a Taylor porque ella nos entiende, y porque la vimos crecer ante nuestros ojos. No son solamente canciones, es su trayectoria: cuando el mundo más la golpeó -simplemente por ser una mujer intentando defenderse-, resurgió de las cenizas al grito de «¿Dicen que soy mala? Entonces soy la más mala de todas». Su carácter desafiante fue ejemplar en varias ocasiones, porque hay muchas cosas que Taylor Swift hizo solamente porque le dijeron que no podía. Por mujer, por cantante pop, por gringa, por demasiado joven, por demasiado grande, por demasiado tonta, por demasiado trola. Cada bala que quisieron tirarle, ella la detuvo en el tiempo y la convirtió en canción, y es por eso que cada canción la convirtió en un éxito. Taylor Swift aprovechó al máximo el poder catalizador que tiene la música de transformar la mierda en algo hermoso.
Hoy se dice que el único otro fenómeno comparable con las swifties es la beatlemanía, pero no me resulta igual. Lo que genera Taylor no es solo fanatismo, es un sentimiento revolucionario, cuya única arma es la más poderosa de todas: un flechazo directo a lo más profundo, al espíritu, apelando a la sensibilidad humana. Con sus discos creó un espacio a salvo y con su accionar un ejemplo. En un país en que las superestrellas no acostumbran a meterse en política (y menos si salieron del ámbito country), ella alzó su voz e invitó a la reflexión, sin miedo a tomar partido en contra de los poderes que amenazaban contra los derechos de las mujeres y del colectivo queer. Taylor tiene, probablemente, el micrófono con más alcance del planeta. Y lo aprovecha, y hace de eso una responsabilidad, hace de eso un puente para construir un mundo mejor. Taylor Swift no es solamente una mastermind, es un corazón enorme que tiene la generosidad de repartirse a lo largo y a lo ancho del planeta. Por eso el sentimiento swiftie es comparable a un sentimiento religioso, está fundado en una profunda creencia, en una profunda fe sobre el amor inabarcable que esta mujer nos ha dedicado a lo largo de su vida. Y como resultado, lo único que una verdadera swiftie quiere, es que Taylor Swift sea simplemente feliz. Así que hagan los friendship bracelets, tomen este momento y abrácenlo, no hay por qué tener miedo. Bienvenidos y bienvenidas al agujero de conejo: acá estamos todxs locxs.
(*) Carmen Sánchez Viamonte es compositora, cantante y guitarrista nacida en La Plata. Publicó tres álbumes, siendo La Fuerza el más reciente. El mes próximo lanzará Mala, que será presentado el 1º de diciembre en Sala Ópera.