«Si no hay transgresión no hay pornografía, por eso el cine porno es un cine moral», dice Cesar Jones, el director nacido en La Plata que ya lleva 15 años de carrera y 16 películas filmadas. «Siempre se está tensando con alguna moral y la está transgrediendo y eso es lo que provoca el placer».
Hace 15 años que haces cine porno, tenes tu propia productora (LP Sexxx) y ya sos un icono de ese género en nuestro país. ¿Cómo empezaste?
Si soy «icono» es por defecto. Hay poca gente dirigiendo porno e incluso en las épocas más pobladas se trató de un ámbito reducido. Yo estudié cine en la Facultad de Bellas Artes y éramos un grupo de personas a quienes nos fascinaba el porno. Cuando arrancamos a filmar ya estábamos finalizando la carrera y teníamos otras herramientas, otra conciencia respecto de lo que significaba “realizar” dentro del ámbito del cine. Alguno de nosotros disparó la idea de hacer una porno y sonó tan natural para todos que inmediatamente nos embarcamos en la producción y en la realización, hasta que finalmente concretamos nuestra primer película, sin siquiera pensar si iba a tener algún tipo de futuro comercial.
El academicismo cinematográfico suele repudiar el cine de género y sobre todo la pornografía. De hecho los cortos de terror realizados por los platenses de Paura Flics eran exhibidos como ejemplo de lo que no hay que hacer, ¿cómo ves eso desde tu experiencia universitaria?
El día que entré a la carrera y el rector de aquel entonces dio la charla inaugural en el auditorio, su discurso versó sobre una idea fuerza que era que el cine “de verdad”, el que había que tener en cuenta, era el cine de autor, y que el cine de género era una especie de detrito que había tirar a la papelera de reciclaje. Recuerdo haberle dicho que ceñirse a los códigos del género que sea y hacer fluir tu presencia y tu mirada es un desafío doble, porque no tenés la libertad de cauce que te da el cine de autor, que a mí -entre paréntesis- me encanta si está bien hecho. El tipo me respondió con sarcasmo: «si querés llenarte de dólares puede ser que este bien ese tipo de cine». Todo el mundo se cagó de risa y esa fue la recepción que tuve. Los géneros como el porno, el terror, el sci-fi, en aquel momento, eran vistos como expresiones menores y casi impuras. No conozco otros realizadores del estilo, pero tanto nosotros como los chicos de Paura Flics somos la prueba flagrante del prejuicio que acarreaba esa mirada porque, más allá de habernos ceñido a determinado terreno genérico, miramos y disfrutamos todo tipo de cine. Mi paleta de gente admirada va de Andréi Tarkovski a Lucio Fulci, pasando por todo lo que hay en medio. Mi director preferido es Tarkovski, y yo hago porno. Está esa idea prejuiciosa de separar en compartimentos estancos y además jerarquizados: primero viene el cine de autor, después vienen los géneros un poquito más legitimados, después los menores y allá en el último lugar viene el género menor por antonomasia que es la pornografía. Ese era del canon de aquellos años en la universidad, pero en el tête à tête con algunos profesores y mis compañeros -cuando empecé a filmar- no sentía desaprobación sino más bien una curiosidad intensa.
¿De qué trata Toda en la boca: un informe ordinario, tu película recién estrenada?
Es una ucronía utópica, porque plantea un universo donde todas las instituciones que conforman el conglomerado mainstream de una sociedad (estatales, privadas, mixtas, fundaciones) están al servicio del contralor y la mejora pro benéfica de la sexualidad de los ciudadanos. Ese universo se vuelve muy perverso por la mirada del espectador. La lascivia la aporta el público porque las criaturas son inocentes en pantalla, para los personajes ese es el mundo rutinario de todos los días. Es el reverso de la historia de la sexualidad foucaultiana, de todas las alegorías del yugo del poder sobre la sexualidad de los seres humanos, porque plantea ese mundo aparentemente inocente siempre teniendo como condición (en un lazo de complicidad con el espectador) que ese mundo es posible solo en la representación.
«Los militantes del posporno conciben al cuerpo como una “herramienta” para utilizar al porno como pancarta política. Si alguien se excita con eso es un caso de análisis y estudio.»
Sos de exhibir tus películas en salas, incluso Visiones de un erotómano participó de un festival y fue exhibida en una sala INCAA.
Visiones… cerró el Festival de Cine Inusual de Buenos Aires en el 2013 y justo un tiempo antes en el mismo complejo, que son salas del espacio INCAA, se pasó por primera vez una retrospectiva de un director porno, y tuve el placer de ser el elegido. Por otro lado, Toda en la boca se presentó pero bajo otra modalidad: se hizo en un espacio de arte bajo una modalidad de video bar, con una pantalla gigante, mesas, tragos, y con ausencia de la circunspección a la que te obliga la sala de cine. Es una experiencia muy interesante la de recrear el visionado de una película porno in situ, con un grupo de gente mirando en una sala o en un video bar o en donde fuere, juntos, una película, durante una hora y media. Yo lo vengo haciendo desde hace varias películas y es una experiencia que percibo como muy gozosa y feliz. Hay una especie de excitación contenida que es muy novedosa para el porno de hoy, que generalmente suele ser sinónimo de satisfacción o desfogue inmediato. Acá se trabajan otro tipo de excitación: contenida pero no menos gozosa que es la que se tiene cuando se ve porno socialmente pero en un estado de alta complicidad. Imagino que el desfogue vendrá luego, puertas afuera, cuando la gente entra en modo de libre albedrío. Por otro lado, al ver una película, el espectador no puede cortar y pasar a la escena que sigue, se tiene que aguantar ese zocotroco de situaciones sexuales-porno-perversas sin pestañear prácticamente, lo cual es un ataque a mansalva a la psiquis del que está mirando. Es un ejercicio casi mengueliano (risas).
En tus películas manejás conceptos poco comunes dentro del género, ¿cómo surge esa necesidad de armar un relato sustancial?
Eso se dio naturalmente desde la primera película. Cuando me volqué al porno jamás lo pensé como una oportunidad de filmar exclusiva y excluyentemente cuerpos en acción sexual (aunque a veces obviamente disfruto de ese tipo de encare del porno). Para mí hay un sustrato erótico que es el que en realidad enciende el motor del relato y le da sentido, me llena de entusiasmo y sube mi libido a la hora del proceso creativo. Eso es algo natural, que vino dado en mí. No es que yo me plantee diferenciarme de otras tendencias como el gonzo donde el argumento e incluso el relato se reducen a su mínima expresión. Como espectador disfruto muchas veces ese tipo de expresiones e incluso influyen en mis películas, pero a mí me gusta el relato.
Para mucha gente la pornografía es sinónimo de prostitución y violencia de género. ¿Qué pensás sobre las críticas del posporno y la cosificación de la mujer?
Yo creo que en nombre de causas loables muchos se convierten en una suerte de pastor contra inquisidor que anda buscando el pecado, la macula, en cualquier cosa que se mueva. Hay gente que sensatamente está contra la violencia de género, la misoginia y cualquiera de esas pesadillas; y hay quien ve machismo en absolutamente todo. Dentro de ese arco habría que discriminar entre unos y otros. Yo no lo sufrí demasiado, porque soy una rara avis dentro del género. Estoy equidistante entre el pornógrafo tradicional y los pastores del post porno, entonces más bien me miran con recelo desde los dos lados. Recuerdo algún cruce dialéctico cuando me preguntaron por aquel evento posporno en la facultad de Ciencias Sociales de la UBA, porque tuve una opinión muy crítica. Los militantes del posporno conciben al cuerpo como una “herramienta” para utilizar al porno como pancarta política. Si alguien se excita con eso es un caso de análisis y estudio. El pos porno fracasa en ese sentido y creo que no le importa fracasar. Por eso cuando ves una performance de ese estilo la libido está ausente, es más bien para reafirmar una serie de principios y demás. Pero yo de ningún modo porto con esa mala conciencia ni tampoco son mi problema los que creen que la pornografía es un -te lo digo con la fraseología posporno- «pérfido agente del capitalismo hetero-patriarcal que viene a reforzar la misoginia y cosificar a la mujer». Por supuesto que hay porno misógino, pero son expresiones matemáticamente despreciables y marginales. El porno en general es un género que carga con la mirada masculina porque el 99 % está hecho por hombres. Pero equiparar la mirada masculina a una mirada misógina es tener la lente muy distorsionada, y por otro lado presuponer por ello que las mujeres que actúan en porno están poco menos que obligadas -por un contexto cultural y demás- a ser objetos. En todo caso habría que decir que la cosificación abarca por igual a hombres y mujeres. Sí existe la cosificación como un juego sexual que yo verifico su presencia tanto en las películas o en los videos porno como en la vida sexual de cualquiera. Esa parcelación de los planos que caracterizan la pornografía no solo es aceptable sino que es necesaria para obtener placer. ¿Cuantas veces en nuestra propia vida amorosa y sexual nos abandonamos en el juego amoroso a una parte de nuestro acompañante y nos perdemos allí? No estamos todo el tiempo pensando «estoy con un ser humano», eso ya viene dado, está en tu alma. La verdad que ejercer ese tipo de cacheo policial sobre una obra representacional que invita al placer es realmente malo.
Sé que tenés un vínculo artístico muy fuerte con la música, sobre todo con la obra del Flaco Spinetta.
Me gusta mucho la música, pero mi experiencia en ese campo tiene más que ver con la intensidad con que me atraviesa la experiencia de escuchar música que con ser un gran conocedor de ella. De chico tuve mis intentos de banda, pero no era muy bueno. Andrés Luce, que es el guitarrista y cantante de El Sueño de los Insectos, me pasó una música que tenía y me invitó a que le hiciera la letra. No sé si es medio impúdico contar esto, pero sucedió justo después del fallecimiento de Luis Alberto. La letra me salió en unos minutos y está inspirada en su partida, pero lo más loco fue cuando le pasé esa letra a Andrés y él se dio cuenta inmediatamente de qué trataba y recién ahí me confesó que a él esa composición le había salido por el mismo motivo. No me costó hacer la letra porque la canción ya casi que me la dictaba. El flaco Spinetta es el ser que no conocí personalmente más importante de mi vida. A veces me asusta porque noto que ha influido hasta en mi manera de hablar.