Por Rodrigo Aramendi
El hecho fue trasmitido en simultáneo por los cinco canales de aire de alcance nacional, por seis canales de noticias de cable, más de diez radios, un millón ochocientos mil tuits e incalculables posteos en Facebook. Las mediciones señalan que hubo casi cincuenta puntos de rating sumando todas las señales que reprodujeron la emisión. En definitiva, todo dato cuantitativo indica que el universo de los interesados en la política argentina estuvo pendiente de los acontecimientos de esa noche. Prácticamente una cadena nacional.
Frente a tremendo interés se vuelve imprescindible generar análisis que trasciendan la particularidad del caso y la coyuntura en el que se dio esta vez. Apuntar las miradas de modo serio a plantearnos la utilidad y los sentidos que esta forma de mediatización de la política aporta (o no) a un escenario electoral en particular y al debate político en general resulta central.
Todos los análisis que se realizaron durante y posterior al debate se ordenaron en base a un modelo dicotómico central: ganador/perdedor. Este esquema permite desnudar una lógica intrínseca del debate político mediatizado. Profundicemos en el análisis: dos candidatos, dos posiciones enfrentadas, una tribuna aséptica, un periodista devenido en moderador que media entre los dos gladiadores. Es claro que la estética propuesta en la escena promueve en primera instancia una gramática de enfrentamiento en donde claramente hace falta un ganador y un perdedor.
Parece sencillo deducir que toda narrativa literaria (y la televisión no deja de serlo) está planteada en torno a este enfrentamiento dual: héroe/villano, bueno/malo, ganador/perdedor. Planteado así, resulta evidente cómo la secuencia es sólo uno más de los tantos eslabones con los que dialogamos diariamente desde los medios de comunicación. Absorbidos por un modo de contar(nos) nuestra realidad, se desvela la inexorable lectura del enfrentamiento que promueve un único resultado posible, el de un ganador y un perdedor.
A partir de esta condición de producción narrativa emergen lecturas que surgieron durante y posterior a este momento: las ideas dominantes y mayoritarias que se aproximan más al valor “debate”, entendido como enfrentamiento o lucha por la verdad y la razón, y abandonan el concepto “político”, en donde se busca la construcción de una articulación con el electorado; y la dirección por parte de los candidatos de una mayoría en pos de un modo de encarar los problemas colectivos.
La centralidad del debate en las campañas
Durante los días previos vimos con claridad la formación de un clima de centralidad del debate en las campañas de, y para, ambos candidatos. Señalan los especialistas en el análisis político que el debate televisado es sólo uno de los momentos del debate público. Como quedó demostrado inmediatamente de terminado Argentina Debate, los diferentes referentes de cada espacio político, del periodismo y de las distintas representaciones de la sociedad civil salieron a ocupar la arena pública en busca de interpretar y dar sentidos (en muchos casos, de completarlos) a lo ocurrido durante el “enfrentamiento” de los candidatos.
Sin dudas los días posteriores marcarán cada minuto de radio y televisión, cada centímetro en los medios gráficos e innumerables posteos en las distintas redes sociales que darán cuenta de detalles, frases, imágenes y opiniones surgidas a partir de lo ocurrido en la Facultad de Derecho de la UBA. Seguramente el eje de estos últimos días de cara al balotaje tendrá mucha más vinculación con esto que con cualquier otro hecho político.
Es claro entonces que existe un consenso tácito en la opinión pública de la centralidad del debate en la definición de una elección novedosa para nuestro país.
Se abre entonces la necesidad de repensar este fenómeno por dentro y por fuera del caso puntual en el que se dio. Se tejen infinitos modos de encarar un análisis serio de este hecho, que antes que nada fue un hecho comunicacional. Pero uno en particular resulta atractivo para pensar: podría enunciarse como el análisis del “género debate”. O, para mayor precisión, de este modo de producir un debate.
Se evitará en este artículo entrar en los rasgos retóricos, temáticos, enunciativos y estilísticos. Se centrará en la idea matriz del género presentado. A la disyuntiva entre mediatizar un debate político y hacer un debate político y televisarlo.
El debate político necesita del argumento, de la estructura lógica, del diagnostico de cierta situación a través de estadísticas y datos, de la articulación entre una solución con los efectos derivados de ella, y por supuesto del planteo ideológico que sustenta esa posición.
El debate político necesita del argumento, de la estructura lógica, del diagnostico de cierta situación a través de estadísticas y datos, de la articulación entre una solución con los efectos derivados de ella, y por supuesto del planteo ideológico que sustenta esa posición. En este sentido, en muchas ocasiones hemos visto cómo se ordenan los debates parlamentarios en pos de dar cuenta de todas estas dimensiones a la hora de apoyar o rechazar un proyecto de ley.
Otro elemento central del debate político es que apunta a un público que va enriqueciendo su conocimiento sobre el tema a medida que se concatenan los diferentes argumentos. En ese sentido, cualquier consumidor de una sesión parlamentaria (por dar un ejemplo) culmina su participación no sólo con una posición tomada, sino también con mucha más información sobre el tema de la que tenía antes de exponerse a dicho debate.
Por último (aunque hay muchas aristas más que podrían ser consideradas), el debate político obliga a los intervinientes a ser responsables de sus dichos, de sus actos, de sus procedencias y de las consecuencias de su posición durante el debate.
Como primera conclusión, podemos señalar entonces que el debate político es procesual y apunta a la transformación del otro.
La lógica mediática, en cambio, promueve en estos tres ejes ideas y sentidos completamente diferentes. Está regida por el marketing, vender/ofrecer marcas, frases, eslóganes. El argumento debe ser corto, directo, increpante. No hay tiempo para el desarrollo ni la vinculación de temas. No se pronuncian datos ni estadísticas (se puede decir que se devaluó de $3 a $15 el dólar cuando el valor es de menos de $10). Los temas aparecen huérfanos de historia y de proceso, al punto de poder, en una misma explicación, confundir MERCOSUR con UNASUR. Y hasta poder plantear ideologías eclécticas que promuevan la gestión pública con “mentalidad privada”.
Por supuesto, se vuelve evidente la diferencia de prosumidor que promueve el debate mediatizado. Un destinatario emocional que al mejor estilo de la Roma antigua alienta por sus guerreros para que sean más feroces, más violentos, más terminales con el adversario. Donde al finalizar la trasmisión puedan sentirse reafirmados en sus posiciones iniciales. Donde la transformación y el cambio de posición (que tanto esfuerzo nos genera a todos) no sea un problema, y sólo sea una promesa incumplida.
De más está aclarar que en la versión mediatizada de la política no hay responsabilidad. Asesorados por expertos, los candidatos pueden exclamar posiciones contrarias a sus prácticas precedentes, negar su propia historia y prometer a diestra y siniestra cosas que ni Dios ni la Patria podrán demandarle.
¿Es entonces un sinsentido el debate político en los medios? No, por supuesto que no. Siempre es mejor ampliar la participación política, exponer a la mayor cantidad de gente posible los temas de interés público. Seguramente sea por su novedad y por la inexperiencia colectiva en torno a este formato (no me refiero sólo a la Argentina) que no se han generado estrategias mejores. Que quedemos supeditados a los análisis y las interpretaciones de lo ocurrido y que quede inconcluso el debate político, adherido a la promoción de marcas y eslóganes.
Sin dudas los medios de comunicación, y quienes nos dedicamos a pensarlos y hacerlos, necesitemos seguir discutiendo y problematizando estos temas en pos de generar, algún día, un verdadero debate político mediatizado y no seguir reproduciendo la mediatización del debate político.
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