Para Tomás Vilche es más fácil componer música que sentarse a escribir una letra. El líder de Los Bluyines cree que eso le sucede porque siempre estuvo pegado a una guitarra. Pero en la vida de este hombre nacido hace 30 años en Comodoro Rivadavia (Chubut) algunas cosas han cambiado bastante. Dejó atrás La Patrulla Espacial, su banda de nueve años de la que se fue en no muy buenos términos, y expandió sus propias concepciones artísticas. «Siempre le di mucha importancia a la música, la voz era como un adorno más», dice. «Pero después me di cuenta el valor que tiene la letra y una voz particular, porque es lo que más se diferencia. En este disco está más adelante y trato de darle a las palabras un valor que acompañe la música».
Los Bluyines (que se completan con Julián Rossini en teclados, Marco Dómini en guitarra, Imanol Sánchez en batería, Sergio Caparelli en bajo -hoy su lugar lo ocupa Matías Lucero- y la colaboración permanente del armoniquista de La Flower Power Chavo Romero), están terminando su primer disco tras el debut con El Tiempo Vuela, el EP que puso a Vilche de nuevo en el centro de la escena. Si aquellas canciones estaban marcadas por un rock and roll de corte stone con groove intenso y bailable, lo que se viene lleva el sonido de la banda hacia otro nivel. Los ocho temas, registrados en mayo de 2014 en Estudios Tolosa con Gualberto De Orta y Eduardo Carreras, tienen melodías más oscuras y densas, variaciones climáticas, capas sonoras que construyen diferentes texturas, arreglos psicodélicos.
«Uno de los principales motores de mi música es hacer algo que no haya escuchado antes», dice Vilche
«El disco, la música, involucra un montón de sentimientos. Obviamente hay oscuridad: es amor y desamor, noche y día. Cosas contrapuestas. Es un concepto que venimos laburando», dice Vilche, que espera tener el álbum listo para fin de año. «En este lugar están todas las cosas de uno».
¿Cómo definirías el disco?
Va a dejar reflejado el momento en el que estamos, más lo que quedó registrado en el estudio. Una música rock con blues, psicodelia y vuelo espacial, además de alguna influencia de músicas electrónicas, no tanto en los instrumentos y las máquinas sino en las ideas y las formas de componer. Por ejemplo Los Natas usaban eso, tenían muchos climas y reiteraciones.
En algún punto esa es una tendencia de época.
Sí, pero tratamos de diferenciarnos, porque suena todo muy parecido. Todo tiene sus syntes, sus violas, todo perfectito. Y las mezclas que buscamos es que sean como en Todos los ocasos o en Ella, que es más experimental. Que se escuche una banda de rock pero que tenga recovecos, que entren cosas por atrás, que aparezcan y desaparezcan.
Siempre fuiste detrás de la psicodelia, ¿qué te atrae de esa música?
Que te sorprende. Aparecen cosas que no están en el común de lo demás, de lo que está sonando. La psicodelia no es un sitar, son cosas que están en un lugar indicado pero podrían no estarlo y ser algo más común. La psicodelia de zapadas interminables a mi no me conmueve, sí la cosa de experimentar y llevar el sonido más allá.
¿Por qué hacés música?
Uno lo hace porque le gusta, si después le copa a la gente, joya. Lo hacés porque querés sacar algo. Tengo toda esta música adentro y la quiero sacar. Y también porque no se hizo. En toda la música que fui haciendo con los diferentes proyectos, uno de los principales motores fue hacer algo que no había escuchado antes. Quería escuchar mi disco con cosas parecidas a tal otra pero que sea nada que ver al mismo tiempo, con algo nuevo.
¿Qué tienen Los Bluyines que no escuchás en otras bandas?
La mezcla de cosas en las dosis que le ponemos nosotros, eso para mi es nuevo. El toque de canción rocanrolera y guitarrera con algo de los Chemical Brothers. Una mezcla de música electrónica y con una cosa en estudio de psicodelia a lo Electric Ladyland de Hendrix. Todo eso sonando en Argentina, rocanrol medio paranoico en el país más stone del mundo, metiéndole algo psicodélico a lo Primal Scream. Eso acá está hecho pero muy así nomás.
Al meter psicodelia en Los Bluyines hay algo de La Patrulla ahí.
Sí. En el momento en que estaba en las dos bandas era como si quisiera hacer cosas diferentes. «Voy a hacer algo así, pero que no tenga tantos componentes de lo otro», me decía. Pero al salirme me di cuenta que todo esto es mi música, es mi musicalidad. Entonces todo eso tiene que estar, sino es como que me estoy diciendo «no pongo esto para que lo ponga otro». Al estar enfocado en este proyecto todo está pensado para acá, y me empezaron a surgir cosas que hacen a mi identidad y fue todo mucho más natural, una especie de vuelo, ya no tan atados a una canción pop, digamos, con una forma más cuadrada.
¿Cómo viviste el aniversario por los diez años de La Patrulla?
Cuando me fui pedí que no siguieran usando el nombre porque lo puse yo, que sigan tocando los temas si querían. Werner (Schneider) decía que querían cambiar el nombre, que iban a cambiar de estilo y hacer las canciones nuevas. Pero decía que los chicos no querían. Cuando salió el Disco Negro (2011) la gente me decía que no tenía tanta psicodelia como antes, cuando yo tenía más participación. Hasta defendía muchas cosas igualmente, porque hay arreglos míos, pero terminé trabajando para los tipos porque un día a uno se le ocurrió que no sé hacer música, cuando de mi tomó de todo. Me vampirizaron.
¿Quedaste dolido?
No, hacé la tuya. Tengo mi música y mis cosas, siempre hice mil cosas con banda o solo: toqué el bajo con Shaman (Herrera), me invitan a tocar la viola y a cantar en otras bandas en vivo o para discos. Siempre fui así y los pibes fueron más sectarios a mi modo de ver. Entonces desde ahí es fácil criticar y autoprotegerte. Después, al de afuera le vendés lo que querés. Más si te hacés un nombre.