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Francia, Inglaterra, la FIFA y el racismo : la hipocresía como sistema

No hay excusa, gritar que los jugadores de la selección francesa de fútbol no son franceses porque son afrodescendientes no admite otra cosa que un repudio sin contemplaciones. Pero, también, conviene poner en contexto la actitud de los jóvenes jugadores argentinos haciendo algunas preguntas incómodas.

Por Carlos Ciappina

Todos los medios masivos de nuestro país se han hecho receptores de una noticia dolorosa en medio de los festejos por la obtención de la décimo sexta Copa América: en un corto video casero –unos 40 segundos– se puede ver a algunos jugadores argentinos llevar a cabo cánticos  claramente xenófobos y racistas. No hay excusa, gritar que los jugadores de la selección francesa de fútbol  no son franceses porque son afrodescendientes no admite otra cosa que un repudio sin contemplaciones.

Pero, también, conviene poner en contexto la actitud –repudiable y sancionable– de los jóvenes jugadores argentinos haciendo algunas preguntas incómodas.

¿De dónde proviene ese racismo? ¿En dónde se aprende el racismo? Gústele o no a Francia e Inglaterra –y a la mayoría de Europa por extensión– el racismo moderno nació, se desarrolló  y pervive aún en las sociedades colonialistas europeas.

El racismo francés e inglés (también el español por supuesto) fue la base religiosa, ideológica y científica indispensable para la construcción de los Imperios Británico, Francés y Español que asolaron tres continentes (África, Asia y América Latina)  durante los siglos XV hasta la actualidad. 

Más aún, todavía hoy  Gran Bretaña mantiene colonizados varios territorios del mundo (entre ellos el nuestro), lo mismo que Francia y España. 

¿Francia, Gran Bretaña y España están libres de racismo? Muy por el contrario, asistimos en estos tiempos a un recrudecimiento del racismo y el neofascismo de la mano de partidos con chances de ganar las presidencias en Francia (Marie Le Pen) y España (VOX), o con miembros del Parlamento en Gran Bretaña. Grandes y robustos partidos políticos racistas –Marie Le Pen llegó a decir que la selección francesa de fútbol no la representaba– obviamente por su composición afrodescendiente– y el nuevo crack español –el joven Lamile Yamal, de apenas 16 años– tiene que escuchar cánticos racistas de los propios hinchas españoles cuando juega para la selección de fútbol de su propio país.

Lo que queremos señalar –y contextualizar– es el carácter hipócrita de la reacción europea cuando el racismo lo cometen “otros”: Europa cometió el mayor genocidio de la historia humana: la “conquista” de América por parte de españoles, franceses, británicos y portugueses significó la muerte para 50 millones de seres humanos; Europa fue el centro de la comercialización de seres humanos , con 20 millones de personas esclavizadas arrancadas de África; Europa fue el lugar adonde nacieron el fascismo y el nazismo, y Europa fue –sobre todo Francia e Inglaterra– el lugar donde nacieron las teorías racistas del cientificismo decimonónico, teorías que las elites latinoamericanas tomaron como propias y que han formado parte de la formación de nuestros niños y niñas a través de décadas de educación eurocéntrica.

Por eso es interesante preguntarse de quién es el dedo acusador cuando los jugadores de fútbol de un país que ha sufrido y sufre el colonialismo como el nuestro cometen un acto –deplorable, lo reiteramos– de racismo verbal. 

Le creeríamos a ese dedo acusador si, por ejemplo, los Estados modernos de Europa –léase Francia, Gran Bretaña, España, Holanda, Bélgica– emitieran un pedido de disculpas y perdón a los pueblos del mundo que colonizaron. Ese pedido de disculpas debería incluir los millones de muertes que las guerras de liberación de los pueblos llevaron a cabo contra la voluntad europea, en países destrozados por querer ser libres como Vietnam, Argelia, el Congo, la India o las repúblicas latinoamericanas.

Les creeríamos aún más si las disculpas fueran acompañadas por un cálculo honesto de las enormes riquezas que fueron sustraídas, saqueadas y producidas con la sangre y el trabajo esclavo de millones de indígenas de cada uno de esos continentes. Los ofuscados europeos –que cargan las tintas contra los jugadores argentinos– podrían reivindicarse devolviendo en una nueva versión del Plan Marshall los cientos de miles de millones de dólares que saquearon del mundo colonial y que significaron la ruina y la pobreza para África, Asia y América Latina y la opulencia, la belleza y el ocio para las sociedades colonialistas de europa occidental. 

Y aún podríamos creerles totalmente –que se han vuelto antirracistas de verdad– si levantaran todas las restricciones inmigratorias que todos los gobiernos europeos –de derecha a izquierda– han instalado desde la Segunda Guerra Mundial para evitar que vayan a vivir los “indeseables” africanos, asiáticos y latinoamericanos a la bella, culta y blanca Europa. Los africanos y asiáticos se acumulan de a millones en los campos de concentración del Mediterráneo, habitantes de un limbo ilegal, no los admite Europa y no pueden  volver a sus países. Si Francia, Inglaterra y España levantaran todas las restricciones al ingreso de los pobres de los países que destruyeron quizás les creeríamos aún un poquito más.

Estas líneas –reitero– no pretenden exculpar a los jugadores argentinos en sus cánticos de post-partido. Pero sí proponemos señalar la mirada hipócrita de Europa. Quizás la FIFA –que posee miles de millones de dólares y que tan bien se lleva con gobiernos de derechas y aún terribles dictaduras – podría destinar algunos cientos de millones a la formación antirracista y anticolonialista de todos los jugadores del mundo, o quizás mejor aún, podría destinar cientos de millones de dólares junto a los Estados europeos para desarrollar un fondo común educativo que permita  modificar los planes de formación de niños y niñas de todo el mundo y promover realmente el anticolonialismo y el antiracismo. 

Conjeturo que les resulta más fácil quedar bien con una frase de ocasión y una suspensión deportiva destinada a algunos jóvenes jugadores de un país “bárbaro” que , encima, les gana los partidos en aquella única actividad en que están –los países ricos y los países empobrecidos– de igual a igual: los once contra once del fútbol.

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