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Bahía Blanca y los jubilados: dos ejemplos peligrosos para el Gobierno ultraderechista

Por Carlos Ciappina

Nos enseñaba la gran Alcira Argumedo que los pueblos desarrollan matrices de pensamiento propio. No son conceptualizaciones racionalizadas ni análisis académicos construidos en gabinetes asépticos. Son, como decía otro gran sociólogo colombiano, Orlando FalsBorda, modos del sentipensar: construcciones racionales entramadas con emociones, sentimientos y modos de ver la sociedad y el mundo que subyacen como «matriz» y que orientan de un modo consciente o inconsciente la acción colectiva de los pueblos.

El 7 de marzo de este año –apenas hace seis días– un temporal de lluvia ininterrumpida –similar a las ocurridas en La Plata, Valencia (España) o Nueva Orleans (EE. UU.)– abatió la ciudad de Bahía Blanca y sus alrededores. Todos los científicos serios del mundo han venido previniendo sobre las consecuencias catastróficas del cambio climático generado por el capitalismo desbocado, y, en especial, las tormentas inéditas en su dimensión.

En Bahía Blanca llovieron casi 400 milímetros en un solo día. La ciudad se anegó por completo, las rutas de acceso se cortaron, la energía se cortó, colapsaron escuelas y hospitales y –hasta el momento de escribir estas notas– murieron dieciséis personas.

En ese contexto terrible, el Estado municipal colapsó, el Estado y el Gobierno provincial se hicieron presentes e iniciaron al menos la provisión de alimentos básicos y ayuda para los desplazados de sus hogares, mientras que el Gobierno nacional se limitó a decir –en boca de su jefe de Gabinete– que finalmente el tema era responsabilidad de la Municipalidad y la Provincia de Buenos Aires. Al presidente de la república le tomó cinco días ir hasta Bahía Blanca –si la ciudad hubiera quedado en Texas suponemos que hubiera llegado antes–. Prometió 10.000 millones de pesos para la reconstrucción, que, según cifras estimativas, requerirá 400.000 millones de pesos.

En este contexto inicial de desolación, tres palabras claves de la matriz de pensamiento popular: ayudar, compartir y ser solidario. Mientras se desarrollaba la catástrofes no fueron pocos los que arriesgaron –y en algún caso perdieron– sus vidas para ayudar al otro. Una enfermera con cuatro hijos en su casa inundada permaneció con los bebés de neonatología y junto a otras enfermeras los mantuvieron vivos con el calor de sus propios cuerpos. Dos muchachos nadaron hasta poder ayudar a un vecino que estaba atrapado por el agua junto a su perro. Un joven perdió la vida tratando de salvar de la corriente a dos niñas –que aún no aparecen–.

Pero, además de los actos individuales, resurgió, de la matriz popular, la solidaridad y la organización. Los clubes de fútbol de todo el país, los clubes de barrio, los sindicatos, las escuelas y universidades de la provincia, los trabajadores ferroviarios recibieron –y reciben– una cantidad de donaciones conmovedora: colchones, ropa, zapatos, alimentos. Trenes, micros, camiones y autos no alcanzan a llevar la cantidad enorme de bienes que desde todos los rincones del país un pueblo solidario entrega –¡para horror de los mileístas!– gratuita y solidariamente. Rápida, adecuada y eficaz ha sido la respuesta del pueblo argentino: ayuda y solidaridad.

Mientras tanto, en la capital de la nación argentina, los jubilados vienen realizando desde la asunción del Gobierno actual la marcha de los miércoles en un reclamo que no puede ser más justo: la actualización y la mejora de sus ingresos, que han sido vaporizados por la política económica nacional que ha sumido a millones de jubilados en la pobreza y la desesperación después de haber trabajado toda una vida.

Cada manifestación, cada miércoles, un enorme dispositivo de represión descomunal castiga con balas de goma, gases y palazos a los jubilados y jubiladas –muchos ellos con dificultades de movilidad y bastones–. Los jubiladas y jubiladas, lejos de retirarse, persisten y retornan sin temor a las calles.

La marcha de este miércoles, 12 de marzo, introdujo una novedad: la mayoría de las hinchadas de fútbol dejaron de lado diferencias y rivalidades para unirse a ellos en su justo reclamo; camisetas de clubes antagónicos en lo deportivo marcharon juntas; también se unieron sindicatos combativos y algunos representantes políticos. Las hinchadas mostraron el camino: ayuda social y solidaridad.

La respuesta del Gobierno nacional fue brutal y despiadada: como todos los miércoles, pero en una escala mayor, arrojaron gases, dispararon balas de goma y les pegaron a ancianas y abuelos con bastones.

Muy probablemente el próximo miércoles la marcha sea aún mayor.

Los hechos de Bahía Blanca y los jubilados junto a las hinchadas son un peligro para el Gobierno liberticida: Bahía Blanca y los jubilados junto a las hinchadas son la muestra viviente de la disposición del pueblo a no abandonar sus matrices profundas: ayuda social al que necesita, solidaridad con los más débiles. Mientras el Gobierno nacional liberticida repite su mantra insolidario, individualista y economicista, el pueblo argentino actúa según su matriz profunda y vigente: solidaridad, justicia social y acompañamiento a quien más lo requiera.

Malas noticias para este Gobierno cruel. El Gobierno de los tuits comienza a estrellarse contra la realidad de carne y hueso: un pueblo con una matriz de persistencia en la lucha y en la organización.