Por Ayelen Sidún y Manuel Protto Baglione
Mario Margulis describe “la vida nocturna de los jóvenes” en Cultura de la noche a través de los entornos que hablan de jóvenes de los noventa en la fiesta de la noche, donde encuentran la posibilidad de no estar atravesados por la mirada del mundo adulto, sin el control cotidiano y visible: “La noche urbana no es precisamente oscuridad. No es la noche de la naturaleza, sin luz, con estrellas, con sombras, misterios y temores. La noche urbana presenta una ciudad diferente, menos iluminada, acaso ofreciendo por ello mismo mayor privacidad, espacios protegidos de las miradas”.
Los/as jóvenes allí se sitúan en el tiempo opuesto; y en ese tiempo aparece el bardo y el descontrol de fiestas exclusivas, exclusivas para ellos/as como signo de prestigio. Esa exclusividad se va a asociar a una seguridad que no mostrará la desigualdad social, lo que no implica que no exista: “La imagen del bardo anuncia el riego: riesgo de bardear de más, de irse de mambo”.
Esos/as jóvenes de los/as que hablan se encuentran simuladamente no regulados, no atravesados por la mirada adultocrática. Son, sin embargo, parte de un sistema de mercado que sí lo regula todo (inclusive los ámbitos des-controlados).
Esos/as jóvenes de los/as que hablan se encuentran simuladamente no regulados, no atravesados por la mirada adultocrática. Son, sin embargo, parte de un sistema de mercado que sí lo regula todo (inclusive los ámbitos des-controlados), que todo lo observa: cuerpos, tiempos, modos, espacios determinados por la lógica de consumir alcohol y drogas, modas y gustos estandarizantes.
Margulis compila en el libro, a través de diferentes voces, el estudio del rock, de las huellas de controles feroces en la dictadura, de los vestigios del dolor y de lo que sucede en el rock y en la bailanta de los noventa, de los consumos culturales en jóvenes marcados por el puro presente, por la imposibilidad de pensarse en un futuro con líneas visibles, en el medio de la derrota de la historia y los grandes relatos plasmados en las pieles.
los que controlan o debieran controlar no es que no están, están físicamente alejados y con la conciencia menos vigilante, adormecida por los intereses y el sueño.
Esto se observa también en cierta problematización de las experiencias de los jóvenes de manera fragmentaria, es decir, no hay una pregunta por la totalidad (de sus biografías, de sus posiciones de sujetos), y entonces son jóvenes bailanteros y rockeros pero no jóvenes estudiantes, familiares, usuarios de sistemas sanitarios; definitivamente no son ciudadanos (pero, más allá del evidente repliegue de la institucionalidad estatal en los noventa, no aparece las pregunta por los sentidos sobre esa ausencia o sobre lo que significó en otros momentos).
Sin embargo, a la distancia de lo escrito han pasado otros tiempos, ha corrido otra posibilidad para muchos/as que ya no son los/as descomprometidos/as, los/as apolíticos/as, los/as sin futuro… Pero el mercado sigue regulando su noche y sus tiempos, dejándoles de regalo perverso la absurda ilusión de que quizás les son propios.
Contrariamente a creer que evaden el mundo adulto, son adultos quienes crean las condiciones para que los boliches se abran, las fiestas privadas se tiñan de seguridad por exclusividad, son adultos los que organizan las fiestas de esas noches. Hay algo con la legalidad que durante la noche cambia, pero ciertamente no podría ser ese trastrocamiento lineal: “Lo esencial en la significación de la noche para el análisis de la nocturnidad, de la promesa de fiesta que requiere de horas avanzadas, es situarse en el tiempo opuesto, en el tiempo en que los padres duermen, los adultos duermen, duermen los patrones; los poderes que importan”; los que controlan o debieran controlar no es que no están, están físicamente alejados y con la conciencia menos vigilante, adormecida por los intereses y el sueño.