Por Nicolás Verni
Todo arte supone angustia. Toda angustia, sospecha a pérdida.
Mi arte es la magia. La llaman “negra” por ignorancia, por suponerla malvada, prohibida. Creen en los límites del conocimiento. Yo difiero.
Mi motivo es una hermosa mujer. Ella descansa en un altar que le fabriqué. Aunque la muerte la reclamó, mi saber aleja a la corrupción.
Sólo su palidez delata la ausencia.
Mientras ella descansa, yo estudio. Ha sido así por años.
Mi duermevela termina hoy. Todo está listo. Mis siervos han ejecutado la tarea a la perfección. Como siempre, callan.
La fórmula fluye y atraviesa su cuerpo inconmovible. Yo espero inmóvil y sin pestañear.
Otro fracaso. Me alejo furiosamente cuando escucho un sonido.
Es ella: Helena se alza de nuevo. Me mira tiernamente con sus ojos grises.
Me acerco corriendo y grito su nombre con locura.
Ella sonríe y acerca sus labios a los míos. La beso nuevamente, mi magnífica Helena…
Pero no es ella, es la Otra. La terrible y bella. Viene a buscarme de una vez por todas.
Mis piernas tiemblan y ceden. Mi corazón se hace pesado. La oscuridad me engulle y ahora toco el vacío. Pero no tengo miedo.
Tal vez Helena esté allí.