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“A Cambiemos le conviene seguir construyendo ‘la brecha’”

Por Roberto Alvarez Mur

Historia política, las élites económicas y el rol del Estado son algunos de los elementos que la doctora en Ciencias Sociales de la UBA, Ana Castellani, más ha indagado en su vasta trayectoria. En una entrevista exclusiva con Contexto, Castellani se explayó sobre la nueva etapa que comienza en la Argentina frente a la llegada de Cambiemos y los rumbos consecuentes de sus políticas económicas. Define la especialista: “Son apuestas que ya se conocieron en nuestro país, que han tenido consecuencias desastrosas”.

 la estrategia electoral de cambiemos se transformó para presentar a Macri como una persona humanizada, más cercana al pueblo, que iba a sostener las principales políticas distributivas del kirchnerismo.

–Si los últimos diez años estuvieron marcados por un amplio crecimiento de los sectores populares acompañados por políticas de fortalecimiento del Estado, ¿cómo se entiende que las elecciones hayan dado como ganador a un partido vinculado con las élites económicas y sociales del país?

–Es que, precisamente, Cambiemos no se presentó a sí mismo de esa manera. Hay estrategias electorales que claramente fueron más exitosas en el caso de Cambiemos, que no se presentó como un candidato de la élite. Hubo todo un proceso de transformación en su estrategia electoral para presentar a Macri como una persona humanizada, más cercana al pueblo, que iba a sostener las principales políticas distributivas del kirchnerismo. En ningún momento se lo presentó como lo que efectivamente es, es decir, una persona proveniente de un origen social alto, de un estrato empresarial muy particular, y con una trayectoria ligada al mundo de la gran empresa argentina. Lo que logró fue, a través de estrategias políticas, presentarse incluso por fuera del “círculo rojo” que él mismo denuncia.

En ningún momento se lo presentó como lo que efectivamente es, es  decir, una persona proveniente de un origen social alto, de un estrato empresarial muy particular, y con una trayectoria ligada al mundo de la gran empresa argentina. Lo que logró fue presentarse incluso por fuera del “círculo rojo” que él mismo denuncia.

–¿Qué representa para la historia política argentina la llegada al poder de Cambiemos?

–Es una etapa completamente inédita para el régimen democrático que se instaló en el país desde 1983. Nunca antes había logrado un partido que no fuera de los dos grandes partidos tradicionales llegar al poder con un claro apoyo de los sectores del “establishment”. A través del Foro de Convergencia Empresarial, que es la asociación política-corporativa que armó el empresariado en 2013, se comenzó a trabajar con los candidatos para tratar de orientar el resultado de la elección, y con Mauricio Macri siempre tuvieron una muy buena relación. Esa fue su gran apuesta.

Es una experiencia completamente nueva. Si bien no es la primera vez que la orientación de la política pública se perfila en una dirección más proclive al capital que al trabajo, y no es la primera vez que hay empresarios en cargos públicos, sí es la primera vez que esto sucede por fuera del peronismo y en un régimen democrático.

–Si Cambiemos construyó su perfil en base a una idea y un discurso de diálogo, de unión entre los ciudadanos y respeto a la diferencia, ¿qué lectura hace de la persecución y represión que manifestó el Gobierno frente a todo tipo de discrepancia ideológica o reclamo social en apenas el primer mes de gestión?

–Creo que hay que diferenciar entre la estrategia electoral y la estrategia de legitimación de la gestión de gobierno. Cambiemos utilizó una estrategia de campaña construyéndose como la antítesis del kirchnerismo. En mi opinión, obtuvo gran parte de sus votos gracias al rechazo que generaba parte de la ciudadanía hacia el gobierno anterior, más que la confianza o apuesta por Cambiemos. Hay un conjunto de votantes del macrismo que es núcleo ideológicamente convencido, habrá otro anti kirchnerismo también con otro perfil. Pero hay algo que es más grande, quien antes pudo haber votado por Cristina en 2011 y hoy pensó que era mejor cambiar. Se hizo una apuesta fuerte por diferenciarse y por cambiar. Hoy “la brecha”, lejos de cerrarse, cree el Gobierno que le es conveniente seguir construyéndola como un adversario. El kirchenrismo como un emblema de todo lo que ellos no quieren ser y un calificativo ya casi despectivo que se utiliza para adjetivar Universidades, agrupaciones políticas o actores. Es operación ideológica que los medios vienen construyendo desde hace mucho.

–¿Se puede observar un paralelismo más o menos claro de la actualidad frente a otras etapas históricas donde predominaron las élites económicas frente al poder político, como podría ser la oligarquía de principios del siglo XX o la última dictadura, por ejemplo?

–No me atrevería a hacer un paralelismo con períodos como la dictadura o con el liberalismo de principios de siglo, no con exactitud. Aquellos eran tiempos donde no había democracia y la concepción política era diferente. Sí se asemejan en la concepción que se tiene del Estado y el rol que juega en la actividad económica. Más allá de que en este momento, aun en régimen democrático, exista este giro en la orientación de la política económica que reduce la actividad del Estado, e incluso una mayor actividad represiva del Estado, manifestada en las acciones recientes frente a la protesta social.

–La apuesta fuerte del macrismo ha sido disminuir las restricciones respecto del mercado internacional, como parte de su idea de “liberar” la economía. ¿Cuáles son las consecuencias que representa este paradigma de política pública?

–Primero hay que tener en claro que la gente que viene del mundo de la gran empresa –y eso incluye a la gran mayoría de los cuadros de gestión en este momento a nivel nacional– tiene la idea de que el papel del Estado en la economía tiene que ser subsidiario, que el mercado es el gran dinamizador y que la Argentina arrastra décadas de intervencionismo que hay que ir desmontando. Y que, una vez que se liberan esas regulaciones, el capital responde, se presume, favorablemente con inversión. La apuesta es a la inversión privada, una parte a la inversión pública más restringida y con capital internacional. Pero el grueso de la apuesta está puesto en la inversión privada y las exportaciones. El tema con eso, y el Gobierno es claro al respecto, es que las condiciones internacionales no son favorables en esta coyuntura por la caída de la demanda y del precio de lo que nosotros vendemos. La inversión externa directa es bastante escasa en términos relativos. En ese sentido, la inversión pública se tendrá que hacer con endeudamiento porque, en un contexto de déficit primario, es muy difícil pensar cómo costearla.

Después está la inversión financiera, la otra apuesta, que se pone con toda la desregulación de todo el mercado cambiario y financiero a disposición de poder inaugurar un nuevo ciclo de valorización.

–Este ciclo de valorización, ¿qué objetivos tiene? ¿Qué es lo que significa en lo concreto para el país?

–Son apuestas que ya se conocieron en nuestro país, que han tenido consecuencias desastrosas. Porque, si se prolongan en el tiempo, hay una primera fase que es la fase de burbuja, donde el endeudamiento y el ingreso de capitales permiten sostener más o menos una estabilidad cambiaria y su nivel de reservas apropiado; pero generan una segunda fase, un problema mayor con respecto de las devoluciones y pagos de intereses, y eso se hace a costillas de ajustar distintos rubros del gasto público. Eso genera problemas de gobernabilidad y económicos muy concretos a nivel de la economía “real”.

Son apuestas que ya se conocieron en nuestro país, que han tenido consecuencias desastrosas.

Generalmente, la apertura del capital financiero o los ingresos a tratados internacionales de comercio requieren la apertura comercial. Y en Argentina, donde gran parte de la producción está volcada al mercado interno, esa apertura comercial genera dificultades para seguir sosteniéndose. Entonces se cierran empresas y despiden personas.

¿Política vs. empresas, o ideología empresarial?

–Uno de los principales debates frente a los dos modelos de país que se enfrentaron en 2015 se focalizó en la brecha entre la militancia política y la práctica empresarial. ¿El triunfo de Cambiemos inaugura una etapa político-partidaria del empresariado argentino? ¿O el empresariado siempre tuvo un espectro político de sí mismo?

–Hay que separar dos dimensiones de la política. Por un lado, hay una política corporativa en el sistema político, de influencia, que es la organización política del empresariado, la cual siempre existió, a través de corporaciones sectoriales. Ocasionalmente han armado asociaciones intersectoriales, como Asociación Empresaria Argentina, por ejemplo, como un actor político más en el tablero de actores del sistema.

Por otro lado, lo que es novedoso con la llegada de Cambiemos, la gran cantidad de personas que vienen del mundo de la empresa en el aparato del Estado, diseñando e implementando políticas públicas, que es otra dimensión. Esa parte es novedosa por la magnitud y el alcance, y el tipo de CEO, que son en su mayoría provenientes de corporaciones extranjeras. Que tienen una trayectoria construida en una empresa privada y eso les da una concepción de cómo se gestiona que es muy diferente a las lógicas de gestión del sector público.

–¿Cuáles son las diferencias más fuertes y qué criterios representan?

–Estos CEO tienen una concepción muy negativa del Estado, es muy difícil pensar que se puede gestionar bien lo que uno cree que intrínsecamente no es bueno, que es espurio, que es secreto o sucio. La gestión típica de la empresa –que no sostengo bajo ningún punto que no sean gestiones que no ejerzan política interna– es mucho menos flexible que la que se necesita en el sector público. El sector público tiene otras reglas, otra complejidad, las fórmulas que pueden surgir de los cálculos organizacionales para racionalizar plantillas y procesos que pueden ser muy eficientes en el mundo de la gran empresa, en el mundo de la gestión pública te va a disparar una multiplicidad de conflictos. Hay cuestiones de la muñeca y del “timing” propio del sector público que hay que atender. Hay que entender la lógica política de todos los actores y todas las consecuencias que disparás cuando estás en la función pública. Después, porque las leyes mismas entre lo público y lo privado son distintas. De lo que estoy segura, por experiencias en América Latina o incluso Europa, es de que el ingreso tan masivo de sectores privados al sector público genera muchos riesgos. Fundamentalmente, riesgo de conflicto de interés.


 

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