Por Edgar De Santo*
“la pluralidad humana es la paradójica pluralidad
de los seres únicos”. Hannah Arendt
Si algo podemos afirmar, es que primero siempre se construye el arte y luego, quizás, el comentario o la crítica. El arte pospornográfico no escapa a esto. Se construye, se reinventa en cada performance, en cada video, en cada fotografía.
La necesidad de darle explicación a esta forma estética no nos incumbe forzosamente: simplemente la hacemos.
En el hecho estético posporno está todo lo que entendemos por arte pospornográfico: nuestra visión política, nuestros desacuerdos con la heteronormatividad, nuestra insurrección al momento de confrontar con un estereotipo humano.
Cuando Beatriz Preciado enuncia en su Testo Yonqui que toda pornografía es performance, arroja luz sobre la censura implícita de la cultura hegemónica que permite besos y abrazos hétero en cine comercial y escinde lo pornográfico. De este modo se afirma que lo pornográfico es “puro sexo” y nos enfrenta a algo que todos sabemos pero a lo que muchos dan vuelta la cara. Sin embargo, no tiene “nada de realista” ni de “documental”. Es una simple coreografía de genitales, manos, lenguas y bocas puestos al servicio de un imaginario legitimado. Es por esto que Sprinkle, la actriz porno norteamericana de mediados de 1980, decidió mostrar lo agobiante que resulta repetir como una máquina una ínfima parte de la sexualidad humana. Casi como la denuncia del Marqués de Sade en buena parte de su obra, que anticipa acerca de la explotación humana de la Segunda Revolución Industrial. Carne y sólo carne en manos de poderosos.
Hasta aquí, alguna errática precisión para abordar cuestiones acerca de cómo llegan a Argentina y cómo se relacionan con nosotros las teorías euronorteamericanas sobre pospornografía.
Quizás, a mi modo de ver, la diferencia central es que aquí no son subvencionados en absoluto los trabajos de posporno, y en España y Francia, por ejemplo, sí. Acá no hay plata para estas cochinadas… y sí para otras.
Es indiscutible cierto afán sucursalero que tenemos, en términos teóricos, por estas latitudes. Sin embargo, hay un tamiz particular que me alegra sobre todo eso: cuando se hace arte llamado posporno, se vislumbran en nuestras producciones otras visiones. Son de aquí, desde este contexto, que hacen su crítica a las políticas del gusto imperantes en Argentina.
El proyecto ENDO, por ejemplo, de Guillermina Mongan, Fernanda Guaglianone y Diego Stickar, aporta una espesura singular en su despliegue de formas: nada es trash, todo es limpio y luminoso, nos afecta en un estatuto diferente a otros trabajos. Lo limpio y luminoso saca a la luz una comprensión del hecho artístico donde persiste la experiencia, a lo que no podría categorizarse dentro de ciertos parámetros teóricos, incluso de lo posporno. Eluden y desde los cuerpos expresan su postura política con una potencia notable. Fotos, videos, afiches, vidrieras, son tratados con una calidad material y plástica que nos distancia y nos atraviesa, que nos amarra y nos expulsa. Esta extraordinaria producción expresa lo necesario acerca de lo indecible. No hay pijas ni conchas, tiene un hieratismo que subraya una presencia por ausencia. Y lo posporno está en qué contextos instalan su obra. Ese es el mayor hallazgo expresivo.
Esta vuelta de tuerca, al tomar ciertos paradigmas posibles sobre lo posporno y apropiárselos desde otra mirada, desde aquí y ahora más precisamente, como un guiño o como un “corte de manga”, lo hace singular. ENDO podría llamarse “chanchos pero limpitos”. No podemos decir que sea absolutamente original este tratamiento, pero sí que se distancia de los modelos euronorteamericanos.
Otro ejemplo, sin desmedro de otros, que me permite profundizar la singularidad que posee la producción local es el tan mentado Juntitos de Diego Stickar. En alguna ocasión escribí sobre esta obra contando lo que esconde lo obsceno: Diego muestra, esconde, subraya, tiene ganas de compartir estéticamente su calentura. Y posee, como toda producción artística, un carácter esquivo, no mimético pero si diegético, que nos invita a recordar alguna emoción que hemos tenido. De todas formas, no se salvó de que Facebook lo sancionara y le cerrara la cuenta.
Por otra parte, la singularidad de hacer de su propia emoción un desarrollo audiovisual también prístino da cuenta de que el concepto de “sucio” vinculado a los genitales y al sexo es desterrado de plano como hecho político de la producción artística pospornográfica de estos autores. Un cachetazo más a cierta moral del asco.
El arte posporno de acá, podría afirmar, sigue apostando a una pluralidad de seres únicos, tal como la convicción de que no existe un único imaginario posible de la sexualidad humana y el repudio a la idea de explotar personas y ser explotados.
* Facultad de Bellas Artes – UNLP