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Hay aprendizajes que no se olvidan

Por Carlos Barragán

Alguna vez, quienes hicimos 678 pensamos que aprender a leer los diarios es como andar en bicicleta. La gente que entendió lo que hicimos durante estos años ya nunca más volverá a creer que la información no está contaminada por intereses, y sabrá que muchas veces ni siquiera está contaminada, sino que es el puro veneno de esos intereses. Hay aprendizajes que no se olvidan. Uno puede olvidarse de cómo se hace un postre, pero nunca se va a olvidar de que Clarín miente.

Mi hijo aprendió hoy a andar en bicicleta, que es de esas cosas que nunca se olvidan, y tampoco se olvida el momento en que uno aprendió a no caerse más. Realmente, andar en bicicleta es algo que no debería ocurrir si el mundo fuese razonable. Hacer equilibrio sobre dos ruedas angostas que van girando parece más un milagro que algo humano. Pero ocurre.

Para quienes vivimos en ciudades muy pobladas, el momento de andar en bici hay que provocarlo. No están los pibes en la calle probando cómo funciona el mundo –bicicletas incluidas– y dándose decenas de golpes en los intentos. Los padres debemos encontrar un lugar donde una bici pueda circular, llevarlos, acompañarlos, etcétera. Y yo le estaba debiendo a mi hijo hace ya varios meses esa dedicación.

Es que los tiempos malos nos insumen mucho tiempo. Estar sin trabajo se convierte en una tarea de muchas horas, y siempre aparece esa mala costumbre de usar las horas de nuestros hijos para cosas menos importantes. Hoy al mediodía fuimos con su madre y su hermana a que definitivamente aprenda a andar en bici. Así lo planteamos porque ya lo veníamos intentando y había estado cerca varias veces.

Decidimos que un buen lugar era el Parque de la Memoria, ahí donde están los nombres de los miles de militantes asesinados por la máquina de oprimir a los pueblos. Sinceramente, lo elegimos en primer lugar porque es tranquilo, calculamos que sin demasiada gente, y cerca del río, condición que a uno siempre le parece una ventaja, ignoro por qué. Y ahí estábamos probando un sistema muy novedoso que descubrió mi mujer, que consiste en sostener la bici con un palo de escoba entre los caños de la estructura. Así, uno tiene que ir sosteniendo el palo y trotando detrás del ciclista novato, y ante cada vaivén peligroso hay que estabilizar el vehículo.

quienes hicimos 678 pensamos que aprender a leer los diarios es como andar en bicicleta. La gente que entendió lo que hicimos durante estos años ya nunca más volverá a creer que la información no está contaminada por intereses, y sabrá que muchas veces ni siquiera está contaminada, sino que es el puro veneno de esos intereses.

Al final vino mi hija mayor, que tiene diez (el aprendiz tiene siete), y propuso que probara sin el palo. Entonces le di un empujón y salió andando y andando. Ese momento mágico que en algún momento nos ocurrió a todos, ese aprender a hacer equilibrio sobre las dos ruedas angostas que giran para no perderlo nunca más. Recién entonces me di cuenta de que mi hijo estaba viviendo ese momento en el Parque de la Memoria entre los nombres de centenares de personas que dieron su vida por querer cambiar el mundo.

Ahí, con un hombre un poco mayor que yo que le decía a su mujer “acá está Alejandro, que cursaba conmigo”. Donde un hombre bastante más joven que yo lloraba frente a otro nombre. Ahí donde un grupo de personas acababa de pegar un cartel que decía “el Parque no se U.S.A.”.

Nunca había ido a ese lugar en todos estos años. También tardé hasta 2012 en ir a visitar la ex ESMA. Porque, así como me animo a algunas cosas, hay otras que trato de no hacerles frente hasta que el tiempo me convence. Me cuesta menos enfrentar a los monstruos de afuera que a los de adentro. Pero hoy vi a mi hijo andar en bicicleta frente a los nombres de los que ya no están, porque, a pesar del cartel que lo prohíbe, me pareció un buen homenaje. Y sin quererlo, sin buscarlo, me encontré con Carlos Labolita, el amigo de Néstor que desapareció en La Plata. Néstor decía que si Labolita hubiese hablado en la tortura él no habría llegado a ser presidente.

Y nos volvimos a casa con la bici, el mate, las empanadas, el palo de escoba, mis hijos y mi mujer. Deseando que mi hijo se acuerde toda su vida dónde fue que aprendió a andar en bicicleta solo. Sobre un pedazo de tierra donde a la dignidad no hay viento que se la lleve. Al lado del río. Ahí donde está la memoria y hoy podemos refugiarnos al aire libre, sabiendo que hay tiempos horribles, tiempos malos y tiempos buenos. Pero que siempre hay tiempo para aprender a andar en bicicleta y para todo tipo de cosas maravillosas.