Por Héctor Bernardo
La jornada de debates y votación en la Cámara de Diputados de Brasil, que concluyó con la aprobación del impeachment (juicio político) contra la actual presidenta, Dilma Rousseff, mostró la pobreza argumentativa de los representantes de la derecha. Un discurso vacío y cargado de odio que, si no fuera por el apoyo de los grupos mediáticos hegemónicos, quedaría expuesto ante toda la sociedad.
Los elementos que componen ese discurso que se expuso este domingo en Brasil, y que oscila entre el odio y la nada, son los mismos que se replican desde el Río Bravo hasta el extremo austral de continente.
El triste espectáculo que dieron los legisladores en Brasilia, que festejaban cada voto a favor del juicio político como si se tratase de una definición por penales, quedará grabado en la historia de la política brasilera. Lo que seguramente pasará al olvido rápidamente será la pobreza de los argumentos usados por los golpistas al anunciar sus votos.
Por “la felicidad”, por la “unidad del país”, por “la reconciliación”, “contra la corrupción” y por “un futuro mejor”, fueron algunas de las frases que acompañaron el voto de los golpistas. ¿Quién puede estar contra esos conceptos? ¿Quién votaría contra “la felicidad” o contra “la unidad del país”? ¿Quién votaría “a favor de la corrupción” o por un “futuro peor”?
El problema es que esos conceptos no eran los que estaban en discusión el domingo 17 en el Congreso de Brasil. Lo que se discutía era si se podía o no juzgar a la Presidenta por una decisión de política económica. Lo que estaba en discusión era el respeto a la voluntad popular de más de 56 millones de brasileros que votaron por Rousseff o si quien iba a gobernar hasta 2018 iba a ser elegido por un grupo de diputados que se dedicaron a conspirar desde el primer día que la Presidenta asumió el gobierno. Lo que estaba en disputa era el respeto al sistema democrático o la sumisión al poder de las corporaciones. Pero ninguno de los legisladores iba a decir los verdaderos motivos de su voto. Era más fácil decir que votaban por “la felicidad”.
Tal vez el único que en su brutalidad se animó a decir con sinceridad cuál era el verdadero motivo de su voto fue el diputado del Partido Social Cristiano (PSC), Jair Bolsonaro. Al momento de enfrentar el micrófono y justificar su voto a favor el impeachment, Bolsonario aseguró que su voto era “contra del comunismo” y “por la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante”. Cabe recordar que dicho coronel fue parte de la última dictadura en Brasil, y fue quien torturó Dilma Rousseff cuando estuvo secuestrada por el Ejército.
Pero el discurso esgrimido en Brasil se ha podido escuchar también en otras partes del continente, siempre contra los procesos populares. En Argentina, durante su presidencia, Cristina Fernández de Kichner tuvo que soportar toda clase de insultos y descalificaciones, desde aquellos que se referían a ella como “la yegua”, hasta la pintada que apareció en algunas paredes cuando estuvo enferma, “Viva el cáncer”, pintas que en la historia argentina ya habían aparecido cuando se enfermó y luego falleció Eva Perón.
También es fácil recordar el discurso que el actual presidente Maurio Macri tuvo durante toda su campaña. La frase que quedará como sello es “La revolución de la alegría”. Seguramente será recordada como otras expresiones de campaña de otros momentos del país, como “salariazo y revolución productiva”, frase acuñada por Carlos Menem.
En una entrevista titulada “En América Latina hay bases militares y bases mediáticas”, el filósofo de origen mexicano Fernando Buen Abad habló de las similitudes del discurso de los referentes de la derecha a lo largo de todo el continente y afirmó que se trata de una matriz comunicacional.
“Estoy seguro de que si tuviéramos dinero e instituciones fuertes para hacer estas tareas de investigación identificaríamos estructuras semánticas y sintácticas idénticas. Una que he trabajado es la siguiente: cuando ganó las elecciones en México Peña Nieto, dijo ‘Hemos sembrado una semilla, de la que crecerá un árbol, del que tendremos los frutos’. Esa es la misma frase que dijo en Venezuela Henrique Capriles cuando perdió las elecciones frente a Hugo Chávez, y también en Argentina, en Tigre, Sergio Massa, dijo exactamente la misma frase en uno de sus discursos: ‘Estamos sembrado una semilla, de la que crecerá un árbol, del que tendremos los frutos’. Si tuviéramos la posibilidad de hacer una ‘tomografía computada’ del discurso que está corriendo en América Latina en estas bases mediáticas continentales, veríamos que hay matrices que tienen una orientación y que pasan por el Grupo Random de Colombia, por CNN en Estados Unidos y que viene del Grupo Prisa, donde están los laboratorios de guerra ideológica y psicológica más poderosos del mundo”, concluyó el filósofo mexicano.
En Venezuela, los “democráticos” antichavistas produjeron 43 muertes y 600 heridos con las guarimbas de enero de 2014, y cuando el líder de aquel levantamiento, Leopoldo López, fue juzgado y condenado, se dijo que era un “preso político”. Eso si no se hace referencia al golpe de Estado de 2002 contra el presidente Hugo Chávez.
En Venezuela, Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, la derecha habla de respeto a las instituciones y se niegan sistemáticamente a respetar la voluntad popular; dicen que los líderes populares son dictadores autoritarios y tratan de imponer su voluntad violando la Constitución una y otra vez, o persiguen a estos líderes con sus jueces adictos; hablan de felicidad, unión y un futuro mejor, pero cuando llegan al Gobierno lo único que hacen es concentrar la riqueza en pocas manos, aumentar el desempleo y la pobreza. Dicen una cosa y hacen otra, porque, como dijo el ex presidente argentino Carlos Menem en un brutal ataque de cinismo: “Si decía lo que iba a hacer, no me votaba nadie”.