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Vienen por las Universidades nacionales

Por Antonio Mangione*

Las Universidades nacionales, con su actual y constitutivo carácter laico, público y de gratuidad, siguen siendo, aun en su heterogeneidad interna, el último bastión que le queda conquistar a la derecha.

Su constitución, su historia, las luchas y reivindicaciones que se dan en su interior, la mantienen alerta y activa. Es, aun con sus múltiples debilidades, una institución que se piensa inevitablemente transformadora. Está empujada por mayorías o minorías circunstanciales a transformar. Arrastra a los más conservadores hacia un cambio que conoce periodos de un lento desarrollo y otros más vertiginosos.

Los diarios Clarín y La Nación insisten desde hace tiempo en reproducir notas de opinión que indefectiblemente estigmatizan, atacan, menoscaban y por supuesto desinforman sobre la verdadera situación de las Universidades Nacionales.

Las formas importan cuando son el fiel reflejo del fondo. Esos textos, desde el título hasta el punto final, se esfuerzan por mostrar a las Universidades nacionales como ineficientes e improductivas. Con cada Gobierno neoliberal, o, por caso, con cada deseo del poder concentrado de llegar a un Gobierno neoliberal, se encienden las críticas desde los medios a la Universidad pública y gratuita argentina.

Así, las opiniones se reparten entre consejos de buen samaritano y ficciones distópicas sobre el futuro de la Universidad pública. La educación es mejor en Chile, dicen los analistas, porque en ese país egresan universitarios en mayor proporción que en Argentina y además porque cada egresado sale más barato, dicen. Hacen un esfuerzo en no aclarar que en Chile la Universidad no es gratuita, tiene un sistema nacional de ingreso condicionado a puntaje y en el fondo queda drásticamente condicionado por ingreso del grupo familiar. Es sin dudas una Universidad para pocos. La Universidad pública en Argentina, por su parte, es ineficiente, supernumeraria, lenta y aporta muy poco: es lo que dejan ver en forma explícita o solapada en estas notas y editoriales estos analistas.

Los consejos sobre las buenas prácticas que debería seguir la Universidad pública en nuestro país se circunscriben a recetas, claramente mercantilistas, sobre la base de una concepción neoliberal, individualista, regresiva y excluyente. Se sugiere que el que pueda pagar debe pagar porque es más justo que así sea. También se sugiere que, como las instituciones son supernumerarias, habría que hacerlas más eficientes, eufemismo de “no se necesitan tantos docentes” o «no deberían entrar tantos estudiantes”, o, como hasta el mismísimo Umberto Eco dijo alguna vez, “las Universidades deberían volver a ser para las élites”. Pagar, pocos, élites. Variables del mercado.

Desde la concepción liberal de la profesión, los egresados universitarios son potenciales integrantes de la fuerza de producción del país. La idea de «un egresado, un puesto de trabajo» es un horizonte deseable y anhelado, lo que no se puede esperar es que la Universidad se regule con la fuerza laboral imperante. De ser así, con Gobiernos de exclusión, que reducen fuerza laboral, que excluyen y homogenizan las salidas laborales, con Gobiernos como el actual, con unos pocos ingenieros y muchos abogados sería suficiente. Consecuencia: una Universidad vacía. No se necesita valor agregado, ni profundizar ni complejizar saberes para un país dedicado exclusivamente a los servicios y que carece de soberanía tecnológica y científica.

En un país con soberanía tecnológica, con industria propia, se produce una explosión en la necesidad de profesionales, pensadores, técnicos, abogados, trabajadores sociales, sociólogos, filósofos, comunicadores, médicos, psicólogos, nutricionistas. El país de los servicios requiere menos complejidad, menos diversidad. Menos trabajadores.

La educación pública universitaria es un derecho en Argentina y lo es también todo lo que sigue, como la permanencia y el egreso. Luego, el mismo Estado debe garantizar empleo. Esto se logra con matriz diversificada y no en la concentración de sus actividades de desarrollo y de producción.

La Universidad como derecho fue un anhelo de los Gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández llevado adelante con decisión política y evidente inversión. Se puede observar en el fondo y en las formas de cada medida administrativa y académica que claramente obedecen a esta política. Se puede ver inclusive en cada metro cuadrado construido como reflejo de la intención de fondo, incluir, contener y empoderar a distintos sectores, sobre todo a los más vulnerables, al mismo tiempo que ampliar los horizontes y propósitos de la Universidad pública.

La Universidad pública argentina es, desde 2003, más grande, amplia y diversa. Concentra la mayor cantidad de estudiantes y docentes y personal administrativo, produce la inmensa mayoría de los conocimientos y desarrollos tecnológicos que se utilizan en el país. Es la que genera los comunicadores y trabajadores sociales que hoy trabajan en los barrios. Es la que permitió que cientos de filósofos, sociólogos y politólogos se constituyan en una resistencia crítica y activa al poder neoliberal. Son los estudiantes universitarios los que alfabetizan, son los docentes y estudiantes universitarios que participan en cientos de proyectos de extensión universitaria. Son universitarios los que se suman a cientos de organizaciones sociales, colectivos y movimientos barriales, sosteniendo y empoderando a los sectores vulnerables. Es una Universidad que tiene deudas y un amplio sector de su comunidad lo sabe.

Es la Universidad de miles y miles de jóvenes que son primera generación de universitarios. Es la Universidad que transforma la visión del mundo, que construye ciudadanía. Es la Universidad, que con todos sus problemas, se constituye como el último botín que le queda saquear a la derecha, y quedan claras las razones.

Un sector mayoritario de la comunidad universitaria no lo va a permitir.


* Docente universitario, Universidad Nacional de San Luis. Investigador IMIBIO-CONICET.