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Con un pie dentro y un pie fuera

Por Franco Dall’Oste

Anne Huffschmid habla de péndulo, o de triangulación. Su español es duro y repleto de erres, con algunas palabras bien mexicanas (como «ahorita», o «jala»). Sonríe y se muestra enérgica.

La triangulación tiene que ver con su pasado: primero docente en Alemania, luego periodista en México, ahora investigadora social. Su vida profesional es una hibridación de culturas, de palabras y discursos.

Nació en Berlín, en 1964. En los noventa se instaló en México, donde comenzó a trabajar como periodista del diario La Jornada y como corresponsal del diario alemán Die Tageszeitung. También colaboró con periódicos, seminarios y revistas suizas, entre las que se encuentran Die Wochenzeitung y Neue Zürcher Zeitung.

En 1996 comenzó un proyecto de investigación sobre estrategias y resonancia discursiva del nuevo zapatismo que le otorgó primero el doctorado en Ciencias Culturales y luego, en 2003, un premio de la Asociación Alemana de Investigación sobre América Latina (ADLAF) por ser la mejor tesis sobre América Latina.

Actualmente reside en Berlín, donde se desempeña como investigadora del Instituto Latino-Americano de la Freie Universität Berlin.

-Periodismo, producción cultural e investigación académica son las tres prácticas que se destacan a lo largo de tu vida profesional. ¿Cómo articulás estas tres cuestiones? 

-Como bien dices, y detectaste en esa trayectoria, vengo de una práctica ligada a la Universidad, con una formación de la que luego decidí apartarme porque me parecía muy restringida. Me parecía una noción que tenía que ver con la disciplina de aquel entonces (yo me recibí como economista), muy restringida en términos de códigos, de pensamiento disciplinar, de un dispositivo para conocer y descifrar ese mundo social y político muy limitado. Entonces me fui a lo que en ese momento consideraba la otra punta, que era el periodismo, y al mismo tiempo algo que siempre había estado, es decir, la cuestión coyuntural, en el sentido de armar otro tipo de narrativas.

En algún momento volví a la Universidad, por una cuestión de investigación ya más o menos definida, que tenía que ver con un tema específico que me jalaba, que era el zapatismo en México. Y sentí que no me bastaba el periodismo como recurso de investigación, porque lo que sí unía y sigue de algún modo juntando esos tres campos que tú mencionas (donde el periodismo se va quedando un poco atrás, porque ya no ejerzo el periodismo como tal, pero provengo de ahí) es justamente la noción de investigar, como producción de conocimiento y producción, al mismo tiempo, de sentido. Digamos, el investigar también como un acto significante que va asignando sentido, que va produciendo sentido, que no solamente va a poner en relieve lo que ya está ahí, ni tampoco va a ser arte en un sentido amplio. No está solamente para visualizar algo que ya está en otra parte, sino que va a producir sentido.

Entonces, me parece muy natural articular ambos ámbitos, aunque en las prácticas y realidades institucionales no están para nada articulados. Es decir, si tú en Alemania vas a proponer un proyecto a las instituciones clásicas que tiene que ver con arte, te van a decir “bueno, entonces tú debes aplicar para una beca de artista”. Afortunadamente, la idea de transdisciplina, como una cuestión de producción de saberes más allá de la academia y no solamente como cruce entre disciplinas (sino que también involucra otros dispositivos de producción de conocimiento), poco a poco va infiltrándose en ciertas instituciones que apoyan la investigación. Pero todavía hay (y eso lo vi en México, en Europa, incluso acá) una departamentación de qué es la investigación propiamente académica y de la enseñanza, y este otro ámbito que es la cultura o las artes.

Otra cuestión es que, por ejemplo, mi vínculo con la Universidad es la investigación y la docencia, y yo creo que tendrían que estar mucho más articuladas entre sí. El periodismo viene ahí como tercer campo, cuando yo empecé a trabajar, incluso dando clase también. Y cuando volví, luego de cinco años de ausencia, ya de la mano de la investigación, insistí mucho en eso: que realmente mi práctica, el hacer periodismo, tenía bastante que ver con hacer un buen diseño de la investigación, que realmente se distinguía en extensión, en recursos, pero no tanto en cierta metodología. Y el buen periodismo no es solamente ir y armar el relato a través de una visita al lugar de los hechos, sino que consiste en ese imperativo etnográfico de volver, y volver, y volver a ese mismo lugar, y tratar de entender y ponerte a ti mismo en tu propia subjetividad. Es decir, que muchas cosas aplican tanto para una investigación cualitativa, cultural y social, como también para el buen periodismo.

-¿Cómo te ayudó la reflexión en torno a los mitos para comprender la situación de México?

-Mi acercamiento, o mi relación con México, como un conjunto de objetos de estudio realmente fue más bien como un mundo de vida. Es decir, para mí México fue primero un ámbito donde vivía y después se fue convirtiendo en estos distintos objetos de estudio que variaban dependiendo el momento.

Yo llegué a México por proyectos, y luego, por una cuestión familiar y afectiva, decidí quedarme. Y entonces mucho de mis temas, mi mirada general, tenía que ver con México, con el periodismo como tal, con la cuestión urbana, el tema de la memoria y, entre ellos (y no como tema extra), la cuestión de la mitología del poder y los mitos. Esto lo aprendí, lo percibí en México (desde México en realidad, porque no solamente tenía que ver con el país). Y lo que ahí principalmente aprendí, con el tiempo, es que los mitos no son esa falsificación, no son esa otra realidad ficticia, no son la ideología falsa, no son lo que te va a lavar el cerebro, sino que son lo que produce sentido, son las instancias que producen realidades, en el sentido de que producen sentidos sociales. Y eso me parece incluso una cosa muy mexicana, en relación incluso con colegas de aquí, que consideran el mito como algo que se tendría que deshacer para llegar a la realidad.

Lo que en México realmente aprendí es la productividad del mito, en el sentido de que no es ni bueno ni malo, sino que está ahí operando un poco como esa noción, que está muy vinculada (pero que no es la misma), que tiene que ver con los imaginarios urbanos. Encontré bastante útil estos conceptos y los traté de introducir un poco en el debate alemán, haciendo un esfuerzo de traducción conceptual, porque me parece que imaginario no es esa conciencia falsa manipulada que tendrías que quitar para enfrentar la realidad en toda su materialidad, sino que es, justamente, una instancia productiva que, igual que el mito, combina historicidad, temporalidad, condensa experiencia, percepción y narrativas. Digamos, es un conjunto complejo, que en la noción de desmitificación no vamos a captar, que es muy usual en las ciencias sociales clásicas. Y ahí siento que los aportes de los estudios culturales con los que en buena parte me topé y luego fui incorporando, acá en América Latina, fueron muy fructíferos, e incluso introduje estas nociones en el campo del estudio de lo social.

-¿Cuál creés que es el rol del investigador social, tanto en América Latina, como en Europa? ¿Ves alguna diferencia entre ambos?

-Me doy cuenta en tu pregunta que me es difícil dar cuenta de esto de forma geográfica. Es decir, si bien es pertinente la pregunta, no te puedo decir en México en comparación con Argentina, en México en comparación con Europa, etcétera. Quizás por esa dinámica híbrida en la que me muevo, me encuentro triangulada entre distintas disciplinas y entre distintas geografías del saber, como hace un momento decíamos. Me cuesta esa mirada comparativa.

Buena parte de cómo yo concibo el rol o la responsabilidad de la investigadora con su realidad social viene impregnada de este México, como de esta América Latina en sí, y tal vez no tanto de Alemania, donde tengo una relación estratégica con la institucionalidad, que de repente me permite hacer cosas que no podría hacer en otro ámbito, me facilita recursos que no podría obtener en otro lado, pero tampoco me siento 100% atada a ella. Por ejemplo, tenemos en Berlín un colectivo de estudios urbanos donde permanentemente estamos poniendo en juego esas alianzas estratégicas con esas instituciones y las academias. Nosotros, como investigadores sociales, urbanos en este caso, trabajamos sobre la situación en México, por ejemplo (algo que me concierne como ciudadana de ese país), pero estos conceptos no sólo aplican para la emergencia de la violencia como tal, sino también, en un tema que ahorita en Alemania nos tiene muy desafiados como investigadores sociales, como creadores y como gente que pensamos la ciudad, con esta llegada de muchísima gente, y la manera de cómo vamos a ampliar nuestra noción del derecho a la ciudad, que es una consigna que llevamos y que estamos tratando de llenar de contenido. Ahora hay que empezar a definir el derecho a la ciudad para sujetos que no tienen ciudadanía, no tienen papeles y no los van a tener. Todos juntos pelear para que esa gente tenga el derecho a definir.

Ahí es donde estamos como investigadores urbanos, pero creo que no representamos la academia Alemana; somos algunos que justamente nos mantenemos en ese margen estratégico. No estamos en contra, porque de ahí venimos y de ahí obtenemos recursos, pero no nos comprometemos en un 100%. Es decir, no somos catedráticos, estamos siempre con un pie dentro y un pie fuera.

Pero a lo que voy es que tanto en México, como acá, está la cuestión de cómo la investigadora social se compromete con su realidad. Es decir, siempre somos una relativa minoría los que consideramos que la realidad permanentemente nos plantea desafíos que necesitamos incorporar, redefinir dispositivos conceptuales y teóricos, y establecer cómo vamos a trabajar en la práctica. Por darte un ejemplo: en Berlín, donde en este momento todos los investigadores, todos los artistas, todos los periodistas, todos tienen la tentación de hacer algo con los refugiados, porque es como el tema de moda. Es decir, la emergencia es el tema. Todo el mundo, supongo que acá también, tiene que hacer eso. Bueno, hay que replantearnos en concepto de qué, en función de qué, en intereses de quiénes, estamos en esos nuevos nodos de colaboración. Incluso proponer “bueno, tenemos ahí ciertos recursos, ciertos saberes, ciertas metodologías, pero vamos a buscar un vínculo para colaborar con gente que viene de otros lugares, con otras necesidades, etcétera”. Entonces, ese es el compromiso de dejarse interpelar, dejar que las nuevas realidades te obliguen a repensar, al mismo tiempo, no en el sentido moralizante, sino en el sentido de cómo puedo yo poner en la mesa lo que tengo a mi disposición, y cómo lo puedo conjugar con lo que otros vienen haciendo.

Lo mismo para México. Los periodistas están, en este momento, en esta disyuntiva de cómo representar la violencia extrema, qué narrativas utilizar. Los que estamos en estudios culturales sabemos, estamos conscientes, de que el terror produce un mensaje absolutamente paralizante, que no debemos reproducir. Pero, entonces, cómo hacer para generar esas otras visualidades, y para no hacer lo que cualquier Gobierno quisiera: bajo la consigna de una ética visual bastante falsificada, decir “no, nosotros no vamos a reproducir el mensaje de los narcos, vamos a enfocarnos en lo positivo y en lo lindo”. Entonces, la responsabilidad de los investigadores sería no participar en esa jugada del Gobierno, sino poner el foco en lo constructivo, más si hay un país en estado de excepción; trabajar con esa gente que está en la cuestión de las narrativas que están en frente, digamos, los colegas periodistas que para mí están en el frente de pantalla (pantalla en el sentido amplio), y reflexionar con ellos cómo podemos contribuir a generar esas otras imágenes de ese estado terrible del país. Ese para mí ese sería como el rol, el compromiso del investigador.

En el contexto actual, la cuestión del Estado en relación con lo científico, y la idoneidad de políticas estatales que intervengan o no en el campo tecnológico para articular con el sector económico y social, está en debate dentro de nuestro país.

-¿Cuál es tu opinión respecto de esta cuestión, en relación con la situación que vive México y Europa?

-Es un tema complejo. Porque en mi mente está el tema alemán, europeo, que tampoco se puede hablar de un todo, y está, obviamente, muy fragmentado, el contexto de las instituciones públicas en México (tema del cual habla Rossana [Reguillo]). Y, bueno, es el debate que se está dando acá nuevamente.

Me parece que es como difícil. En mi caso yo tengo una relación, como te dije, estratégica con lo institucional. Esto, obviamente, no impide tener una idea sobre lo público y lo estatal. Estoy mucho más enfocada hacia dinámicas públicas de sociedad civil (palabra que no me gusta, «sociedad política» le vamos a decir, en un sentido amplio y no necesariamente gramsciano). La estatalidad no es como esa cosa que prácticamente dejó de funcionar, que se está fragmentando, y que es muy poco predecible. En el ámbito de educación, la tentativa de la privatización, de desestatización, está tan vigente como en todos lados. Pero me parece que ahí, en la cuestión de la estatalidad, de la institucionalidad, es difícil poner en comparación, por ejemplo, con una institucionalidad argentina que viene con la historia con la que viene y en distintos momentos se desmanteló, se reinventó, se refortaleció, y que no tiene demasiado que ver con esa institucionalidad, ese campo de fuerzas, que es el PRI en México.

Me parece, la verdad, muy difícil pensar el tema de políticas públicas de una forma comparativa. Más allá de que, obviamente, necesitamos una fuerte institucionalidad, y eso como tendencia mundial. En Alemania es la escuela pública, la escuela privada, la Universidad privada, ahí se diversifica la oferta educativa universitaria, o esa es la tendencia que vemos en los países centrales, incluso en Alemania, que ha tenido esa institucionalidad bastante sólida.

-¿Qué campos de interés tenés como objetivos a futuro? 

-Dos cosas, dos nociones de campo. Campo temático, pero también entendido como conjunto de dispositivos, es decir, concebir la investigación como construcción de sentido y, en última instancia, como esa construcción de narrativas.

Me interesa cada vez más la articulación entre cierto tipo de producción más cultural y esa producción de saberes más académicos, productos más consumibles desde lo académico. Me interesa cada vez más desde hace algún tiempo la fotografía, el cine documental, que son temas y escenarios específicos, pero me llevan también a otras metodologías, concretamente la antropología forense, concebida como una práctica de memoria subversiva que desafía, ahí sí, el mito como intencionado, por el lado de la desaparición forzada, en distintos escenarios. Eso me lleva, más allá del tema específico, al terreno de la corporalidad, del cuerpo.

Me ha pasado de trabajar mucho tiempo con espacios, espacialidades, discursos, discursividades, en todos sus sentidos, y mucha imagen, visualidad: ahí me voy a quedar. Pero me interesa mucho más entrar en esa materialidad extraña que es el cuerpo, e intuyo que es lo que yo tendría que hacer, después de unas décadas de haber investigado estos otros modos, explorar otras vías, que pueden ser el cine, la imagen. No se trata de dejar atrás lo discursivo, eso es como una óptica que ya tienes implantada. Es decir, el discurso no es algo que se desaparece. Pero, dejándolo como dispositivo estructurante de la realidad, me interesa más generar nuevas narrativas. Y ahí lo visual, lo cinematográfico, en relación con esta última materialidad que son los huesos. Y aquí se producen muchas paradojas entre visibilidad, invisibilidad, los muertos y el mundo social, de qué manera podemos regresarlos o no. No sé, me gustan esos temas, que son muy existenciales. Son un riesgo. Pero creo que la buena investigación es asumir riesgos, es meterse en terrenos que no teníamos explorados.