Por Manuel López Melograno
Cuando crucé las rejas de la Casa Rosada el viernes 27 de noviembre de 2015, en mi último día de trabajo, nunca pensé que después de cinco meses seguiría sin encontrar otro. No lo pensé tampoco en diciembre y enero. “Optimista”, “Sos positivo”, “Le ponés onda”, “Tenés que armar algo propio”, me decían los amigos, la familia. Pero, en rigor, de verdad no lo pensé porque con 32 años, doce de trabajo profesional en comunicación gráfica y audiovisual y cientos de contactos y amigos del medio y la vida misma, supuse, “algo va a salir”. Supuse mal. No pensé, claro, que llegaría hasta hoy, 3 de mayo, en la misma situación que ese viernes de noviembre, cuando le pedí al policía federal que custodiaba el acceso por Balcarce 24 que me sacara la foto que nunca me había sacado en la puerta de Casa de Gobierno.
Después de seis entrevistas y catorce meses de proceso hasta que se hizo efectivo el puesto, trabajé un año exacto como redactor para la Secretaría de Comunicación Pública de Casa de Gobierno, donde –junto a dos compañeros– hacíamos notas para comunicar a la sociedad las políticas del Gobierno nacional en una multiplicidad de temas: los calendarios de vacunación, distintos programas nacionales como el Ahora12, informaciones de servicios a los jubilados, campañas de prevención, avances científicos, industriales, educativos, y diversos anuncios de la gestión de Cristina Fernández de Kirchner, entre tantos otros temas que se publicaban en papel en distintos suplementos semanales de circulación nacional, provincial y regional; además de cuatro inserts mensuales para revistas de circulación nacional y regional.
Luego de esa noche, inicié búsquedas en persona, convocatorias en Internet, llamados varios, recorridos y cientos de horas quemándome la cabeza, y nada. El panorama no era ni es alentador. Mi realidad es la de muchos. Somos miles los que estamos sin trabajo, ni hablar de un empleo fijo como aquel; y, por propiedad transitiva, unos cientos de miles afectados en la familia, parejas, hijos y familiares varios, que la sufren igual o más que nosotros.
“La situación de desempleo repercute siempre negativamente en la vida”, afirma la psicóloga Adriana Guraieb, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), al tiempo que sostiene que “el trabajo es una estructura de sostén en el mundo de los adultos, no sólo en lo económico y emocional, sino también en el reconocimiento social». Y agrega: “Sentirse descartado, no saber en qué ocupar el tiempo y no sentirse útil, sumado al empobrecimiento, produce situaciones de ansiedad, tensión, insomnio, preocupación, obsesión, mal carácter y contamina a la familia, que debería acompañar y unirse y no es lo que siempre sucede”.
A casi cinco meses de la nueva gestión de Macri, son 140 mil los despedidos –a razón de mil por día– sumando públicos y privados. Muchos dirigentes y gremialistas incluso aseguran que por cada despedido en el sistema formal, hay tres en el circuito informal, sumando así en los últimos meses casi medio millón de personas, que se suman al desempleo de 5,9 del último trimestre de 2015. Hoy, hay pronósticos de alcanzar las dos cifras.
Entretanto, los despidos no ocurren en una burbuja, sino en un contexto de aumento del 100% en las tarifas del trasporte, más los incrementos del servicio eléctrico; en un combo donde el aumento no sólo constituye “el valor de una pizza” –como dijo el ministro de Hacienda y Finanzas Públicas, Prat-Gay–, sino una retracción en el consumo que ya es una realidad que nadie puede ocultar desde enero. [VER RECUADRO]
Los aumentos lucrativos que afectan a los más vulnerables de la cadena generan una espiral en donde hay menos ventas, lo que se traduce en menos producción y menos empleo. Y, como bien dijo días atrás el abogado laboralista y presidente del bloque de diputados nacionales del Frente para la Victoria, Héctor Recalde, “La realidad social está imponiendo la agenda y puso como principal reclamo los despidos en lugar del impuesto a las ganancias”.
Fuera del aire en CN23
El sector privado también registró un gran número de despidos, con una mayor pérdida de puestos de trabajo en los rubros textil, calzado, cuero, construcción y autopartistas. Pero otro de los rubros muy damnificados fueron los medios de comunicación privados. Hace seis años, Irina Sternik empezó a trabajar en el canal de televisión CN23, desde el comienzo. Hacía la columna de tecnología de los noticieros a la mañana y tenía el sueldo básico de la producción del convenio del Sindicato Argentino de Televisión (SATSAID). Además, tenía su propio programa de tecnología junto a otros productores del canal. “A nadie le importa el canal, pero los trabajadores lo tomábamos en serio. El tema fue que no nos tomaron en serio a nosotros”, dice Irina, a la vez que asegura: “Éramos periodistas comprometidos con la sociedad”.
A dos meses de aquel 29 de febrero en el que encontró su nombre en las listas negras con la nomina de los 118 telegramas de despidos, y en medio de un contexto en el que seguirían en la dirección del canal los mismos empleadores que les habían mentido y echado mientras pedía la reincorporación de todos, “nos dimos cuenta de que no era lo mismo. Fue una especie de traición, porque el canal lo empezamos nosotros a pulmón, desde el día uno. Y 102 personas agarramos el ‘retiro voluntario’; se puede decir que nos despidieron bajo esa modalidad”. El acuerdo entre Grupo Indalo y SATSAID se cerró tras la conciliación obligatoria que había dictado el Ministerio de Trabajo, y les permitirá tirar unos meses –no mucho– hasta encontrar algo nuevo.
“No lo vimos venir porque no éramos ñoquis sino trabajadores, teníamos sueldos súper bajos, no había sueldos astronómicos salvo los directivos”, sostiene Irina, y asegura que “es muy triste porque sabemos el panorama en los medios de comunicación, que en todos los canales están echando gente, tratando de entender que es una especie de adoctrinamiento del sector y sabiendo también que es muy difícil ir a buscar trabajo donde están echando compañeros”.
Ahora, para subsistir, se armó la página ladob.net, donde, después de unas vacaciones para bajar la locura de estos meses, piensa hacer lo mismo que hacía en el canal con notas de gráfica y video. “Y buscar otra cosa, pero sé como todos que voy a tener que tener paciencia, porque no hay trabajo”.
La procesión va por dentro
Ahora bien. Los números dicen, pero no explican. ¿Cuál es la realidad de los despedidos hoy? ¿Qué pasa en el hogar cuando uno pierde el empleo? ¿Qué pasa con el miedo a no conseguir otro trabajo o a perderlo los que aún lo tienen? ¿Cómo se sobrevive a la crisis del desempleo? ¿Cómo impacta en las familias?
“Freud decía que el amor y el trabajo son las bases de la vida –asegura la doctora en psicología Elsa Wolfberg–, de modo que el trabajo tiene una cantidad de ventajas que, cuando se pierde, también se pierden estos aportes que el empleo da a la vida, ya que no sólo organiza el tiempo, retribuye económicamente la tarea hecha. También permite ejercer habilidades, armar un capital social con las personas con las que se lo comparte; mientras que también sostiene la autoestima, la pertenencia y un lugar en la sociedad, y la autoestima en las familias, de modo que tiene muchas características que hacen a la salud mental”. Y agrega: “Una de las primeras cosas que golpea la pérdida de trabajo es la autoestima, y la pérdida de la autoestima puede llevar a la depresión”.
El violento cambio en la rutina que genera la pérdida de empleo te dinamita la autoestima. Pasamos de estar quejándonos del jefe a no tener siquiera ese jefe. Ahora es levantarte en la casa, ver de hacer alguna changa, y, en el mejor de los escenarios, sobrevivís estancado. Pero la realdad es que es un retroceso, un problema real. No sólo la fría estadística.
Es algo no elegido por la persona que quiere trabajar y no quiere reducir el bienestar medio o alto que tienen él y su familia. Pero lo tiene que hacer. Empezás a comerte los ahorros en el caso de que los tengas, porque el gasto fijo sigue: el alquiler, los servicios y la comida no se toman vacaciones mientras conseguís otro laburo. Así, primero bajás el nivel de vida, después te vas olvidando de los proyectos a futuro, que pueden ser incluso cenar con un amigo o comprarle a tus hijos un par de zapatillas.
Es lo que Wolfberg llama “el déficit social”, que se genera al no poder gastar con los amigos, en salidas, cenas, planes distintos: es una renuncia tras otra. Todas juntas, y así es fácil entrar en una fase de depresión, donde están sombríos, amargados, desganados y con mucho miedo a futuro.
En términos de salud, la especialista sostiene que las personas que pierden el trabajo tienen un aumento sostenido de la secreción de cortizol, que ocurre en la depresión a semejanza del estrés, que se genera a partir de la búsqueda frustrada; esto de «Qué pasa que busco trabajo y no lo consigo». Muchas veces –como en mi caso– hay un riesgo de que la persona pueda ingresar en un cuadro de irritabilidad y averiar sus vínculos más próximos.
En ese sentido, la psicóloga agrega que a veces se suma otro problema, cuando “la familia y el círculo no siempre lo contienen, incluso porque la familia también entra en incertidumbre, en carencia y en tener que reacomodarse. No todas las familias tienen la unidad y el afecto suficiente para poder reacomodarse a la situación”.
Despedido sin causa
Juan Rabellino trabajó dos años y medio en Fabricaciones Militares (FFMM), hasta que lo echaron el 27 de enero pasado, junto a otros 139 compañeros que prestaban servicio en el edificio central de avenida Cabildo 64, ubicado en el barrio Belgrano, CABA. “Mi ingreso fue normal, sin conocer a nadie y después de dos meses de trámites”, dice este joven de veintisiete años que trabaja desde los dieciocho para bancarse solo y vive con tres amigos y su novia en una casa alquilada en Parque Patricios. “La purga fue rara porque no se sabe quién armó la lista y con qué criterio”, confiesa, al tiempo que recuerda cómo fue pasar esos dos meses sin trabajo: “Fue una mierda, porque sentí bronca de que echen gente y sin ningún criterio de nada. Nos echaron por echar, sin fijarse siquiera qué hacía y cómo lo hacía cada uno”.
Él ingresó por selección, luego de enviar un curriculum en junio de 2014 y pasar varias entrevistas. Luego de estar dos años de asistente en la Dirección de Administración, arrancó en Mesa de Entradas, y desde mediados de 2015 pasó al sector de abastecimientos, en el área de control y seguimiento de contratos. Se lamenta porque jura que costó mucho recuperar el organismo que estuvo por cerrarse, y que allí veía a la gente trabajar. Ahora, mientras rememora los duros días del conflicto, se le viene la imagen del desastre: “A uno de los pibes, que era el jefe de logística, lo echaron conmigo y se murió de cáncer en una semana. Todo tiene que ver con todo”, se lamenta.
Pese a este contexto negro y de crisis, Juan cuenta que estudió Ciencias Políticas en la UBA y bromea que “nada todos los estilos”, en clara referencia a todos los trabajos y changas que hizo en su vida, y agrega: “Yo pude pasarla porque no tengo gastos. Soy yo solo con una novia y amigos que me bancan. Además, soy ordenado con los gastos y tenía ahorros para pasarla mientras buscaba el otro laburo que por suerte llegó”. Su actitud fue inmediata. Se movió rápido, llamó gente y dio con un nuevo empleo dos meses después.
La actitud de Rabellino ante el despido es lo que la psicóloga Adriana Guraieba define como los que “funcionan en pro actividad, como si les hubieran inyectado adrenalina y al día siguiente o días después son un avión y tapizan la ciudad con los CV, los perfeccionan, van y vienen, hablan por teléfono”, a la vez que aclara que están los otros, que “duermen doce a catorce horas por día porque no quieren abrir los ojos a una realidad tan diferente, negativa; que consideran que no tienen ningún contacto que les pueda dar una mano y se deprimen antes. Se ponen pesimistas, enferman y generan todo tipo de trastornos psicosomáticos”. Incluso desplazan el foco del problema: piensan en la acidez, la artritis o presión alta en lugar de ver el posible mercado de trabajo. “En el fondo, esperan que suceda algo que no dependa de ellos. No tienen la fuerza necesaria. Por eso, ahí la terapia fortalece para ayudar al trabajador con su autoestima y que pueda encontrar una salida”, grafica la especialista.
En materia económica, la situación es compleja. Hasta diciembre de 2015 los datos oficiales decían que, para una familia tipo de cuatro miembros, el costo de la Canasta Básica Alimentaria (CBA) por hogar se ubicaba en 3.936 pesos, y el de la Canasta Básica Total en 7.194 pesos, por lo cual niveles de ingreso inferiores a estos montos convertían a esos hogares en “indigentes” o “pobres”. Una persona sola, sin familia, gasta en promedio unos 8 mil mensuales, sólo en alquiler, servicios y comida.
Para hacer un comparativo, el joven Rabellino estuvo en FFMM trabajando sin vacaciones ni ausencias, ocho horas diarias de lunes a viernes, por 10 mil pesos primero y 16 mil el último año. Ahora, después de dos meses sin trabajo, ingresó en una industria mediana en la que trabaja diez horas con gran desgaste físico y gana doce mil. Para peor, el dueño de la pyme ya le dijo que está complicado para cumplir con la promesa que le hizo al contratarlo, que es pasarlo al área de ventas (por 18.000), ya que la empresa que venía con fuerte trabajo ahora está estancada, sin actividad, y este mes apenas llegó a cubrir el alquiler.
De todos modos, es consciente de que es un privilegiado en el contexto actual. Como muchos de ustedes, el joven afirma que conoce gente que la pasó realmente jodida, como su ex compañero de seguimiento de contratos que vive con su familia en La Plata. “Lo intiman con el alquiler para desalojar la casa, tiene tres pibes y hasta el día de hoy no puede conseguir laburo siendo profesional y con mucha experiencia. Está desbastado”, se lamenta.
Ese golpe en las familias con hijos es intransferible. Los niños tienen que ser cambiados de escuelas, con la pérdida de sus compañeros y la suspensión de actividades, y “maman” la falta de dinero y las privaciones de los propios diálogos de los padres. Una situación dura y traumática para todos.
El miedo al despido y a no conseguir otro trabajo
En este contexto, se sabe, el temor de los trabajadores que aún conservan su empleo crece motivado por lo vivido en cada dependencia o empresa por las políticas de ajuste, que en definitiva condicionan y restringen la libertad de los trabajadores física y psicológicamente por el nuevo entorno laboral hostil. Hay varios estudios científicos que analizan cómo los empleados que todavía conservan el trabajo tienen trastornos corporales llamados psicosomáticos, debido al estrés y la incertidumbre, que desencadena en miedo que condiciona las libertades individuales.
Cuando acaban de cumplirse 130 años de los hechos que le dieron origen a la celebración del Día Internacional de los Trabajadores, durante una huelga en Chicago por la reducción del horario laboral allá por 1866, Argentina enfrenta el gran desafío de pelear por la problemática del empleo, defendiendo los que están y generando los que faltan. Porque, si hay algo que queda claro, es que quedarse sin laburo es algo que no se le desea ni al peor enemigo.
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“La crisis no la pagarán los trabajadores”
Los que leen siempre un poco más el futuro de la política que el resto ya habían pronosticado una tensión y una primera crisis social en el país en este tiempo, y lamentablemente no se equivocaban. Por eso esos 350 mil trabajadores que fueron protagonistas de la masiva movilización el viernes pasado, que reunió a los cinco sindicatos más fuertes, nucleados en la CTA y la CGT, a los que acompañaron decenas de agrupaciones políticas y sociales y miles de ciudadanos autoconvocados en el monumento al trabajo para dejar un mensaje bien claro al nuevo Gobierno: la crisis no la van a pagar los trabajadores.
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El entorno y la actitud, claves en contención
En términos de lo que ocurre dentro de los hogares, la psicóloga explica que una de las derivaciones negativas de esta situación es que el despedido siente que pierde toda autoridad y consideración en la familia y puede llegar a convertirlo en situaciones de agresión, incluso alcohol mediante, que lo desinhibe y facilita reacciones intemperantes, lo que tiene la función de devolverle la autoridad a través del grito, de la pelea, algo que suele ocurrir con relativa frecuencia cuando entra a primar la desesperanza.
Aquí, explica Wolfberg, hay cuatro elementos claves para que esto no derive en un deterioro de los vínculos y del propio despedido:
1. Apoyarse y cuidar en los vínculos más cercanos y familiares. Tiene que contar con la solidaridad o generarla con diálogo con la idea de que “en este barco estamos todos” y “sumemos afecto, esperanza y buen trato”.
2. El segundo elemento es explorar los vínculos menos próximos, periféricos, en torno a posibles oportunidades de trabajo, pero también para conformar una red de contención próxima, porque, después de todo lo que se ha perdido, no se tienen parámetros y puede derrumbarse en caída libre. Cuanto más solida es la red, más pertenencia se tiene a la sociedad de la que ha sido expulsado.
3. El trato consigo mismo. Quizás por vergüenza o por sentir que es un objeto descartable y no una persona con toda su dignidad y capacidades, hay una tendencia al aislamiento, y esto es absolutamente negativo. Tiene que cuidar su propia autoestima y la confianza en sus habilidades, su ingenio y su empatía.
4. Compartirlo con otros y no victimizarse. Esto que suele ser una necesidad de todos ante cualquier problema es clave. Urge la necesidad hablar y confiar a otros lo que pasa, lo que se siente, y compartirlo de alguna manera. No aislarse colapsando y haciéndose la víctima, porque de nada sirve que otro lo compadezca.
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