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De los relatos

Por Griselda Casabone

 Uno no debe nunca consentir arrastrarse

 cuando siente el impulso de volar.

Relatar es narrar, contar: “Había una vez…”.

Los relatos pueden ser ficcionales (cuento, novela) y no ficcionales (biografía, crónicas periodísticas). Aunque, dice Piglia, todo relato es ficción, porque cuando uno (se) cuenta siempre, de alguna manera, inventa: que no se podría evitar, en el recuento de hechos que elegimos para narrarnos, aquellos que nos favorecen, necesitamos recuperar. La prensa argentina, por ejemplo, se ha mostrado muy creativa en esto de inventar ficciones y venderlas como información objetiva, como “realidad”.

Los relatos surgen porque los pueblos precisan historias: historias que den cuenta de sus logros, de sus festividades, de los sucesos que los hicieron más pueblo. O menos, según: Malvinas.

Los relatos tienen dos condiciones básicas: 1) que cuenten algo significativo; 2) que el episodio se desarrolle a lo largo de un tiempo determinado, por lo que son usuales los verbos de acción (llegó, entró, creó, disparó, amó) y los marcadores temporales (al principio, luego, en algún momento, entonces, de repente, al final).

“Significativo” no quiere decir “importante” o “extraordinario”: el nacimiento de una flor, la metamorfosis que va del capullo al esplendor y el desgajo, es significativa para el jardinero que mira el vivir en este transcurso. Lo significativo no está en el suceso, que, en lo esencial, es siempre el mismo (vida, muerte, dignidad, amor, odio, guerra), sino en la manera de contarlo. Como enseña Cortázar, todo estaría en la “tensión e intensidad” del contar, la posibilidad de repiquetear en la sensibilidad del lector como una piedrita lanzada en el medio del estanque tranquilo, un sacudón del sentido, un aleteo de imaginación, un puente. Y, entonces, el pulóver es el asesino que te asfixia, una esferita mínima es todos los mundos del hombre.

La estructura tradicional del relato es: introducción, nudo, desenlace. Pero es lindo jugar con las estructuras y así se pueden encontrar relatos que empiezan por el final (la muerte) y terminan por el principio (el nacimiento) y ahí tenés “Viaje a la semilla”, de Carpentier, muy lindo.

No hay pueblo sin relato. Un pueblo es pueblo porque tiene relatos. Los relatos dicen qué pueblo es un pueblo.

Los relatos que narran los pueblos cuentan historias verdaderas y también historias que esos pueblos necesitan recordar y que transmiten –con cambios, adiciones y omisiones– a las generaciones siguientes: la memoria del pueblo. Los relatos futboleros –algunos milagrosos: la mano de Dios– celebran victorias populares y dan alegrías y anécdotas a granel, pero es muy bueno para los pueblos cuando se complementan o se alinean con otros relatos más consistentes, amplios, trascedentes, de esos que dan identidad, engordan la dignidad de los pueblos.

Durante los últimos años del gobierno de Cristina, la oposición se burló cruelmente del “relato” kirchnerista. El “proyecto nacional y popular” de una porción significativa del país –que se regaló una gesta (subordinar el mercado a la política, recuperar el Estado, impulsar como política de Estado los derechos humanos, levantarse digno frente a la avaricia de los fondos internacionales), unos héroes (Néstor y Cristina)– fue minuciosamente menoscabado por el anti relato de una porción significativa del país que no entendió esa gesta, la ninguneó.

Los pueblos necesitan relatos y héroes porque los relatos y los héroes compartidos conforman la argamasa de la patria: dan unidad, sentido, impulso, causas. “La patria es el otro” es un relato poderoso y noble, de esos que juntan y sanan, enmiendan e inflan los corazones.

¿Qué relato viene a contar el macrismo?, ¿qué héroes? ¿Qué triunfos propone?, ¿qué gesta? ¿Qué episodios de estos tiempos entusiasmarán a los pibes en las clases de historia, a los ciudadanos en los mítines y plazas? ¿Qué memoria inspirará al pueblo y lo lanzará al futuro? ¿Qué victorias ganará para nuestra posteridad? ¿Qué Argentina surgirá de estos tiempos?, ¿qué batallas contra los abusos y traidores inscribiremos en el mapa del mundo?

El macrismo es el no relato, la antileyenda, historieta contra el pueblo, argumento paupérrimo con pálidos personajes de cotillón, sin coraje ni vocación. Administradores, ordenadores, empresarios, contadores de la cuenta propia, del número y el folio, que desprecian los relatos populares porque su patria, si la tienen, empieza y termina en un libro contable, clink caja.

Esta certidumbre de la ausencia de epopeya y triunfo es el primer, fundacional, irreversible fracaso del macrismo; esta tristeza extendida, esta abulia cívica. Porque el macrismo es menos que un relato, es apenas un trámite burocrático, constancia administrativa –entrada, salida–, chiste malo, eslogan de mercachifles, palabra sin vuelo, sin luces ni glorias, que desprecia, porque teme, la algarabía grande de los pueblos, sus conquistas y sus héroes, los que se inscriben en los cuerpos, se llevan como estandarte y se repiten, una y otra vez, una y otra vez, en rondas y fueguitos.

El héroe lidera el relato del pueblo, no lo entrega, lo vende ni lo traiciona: ni al pueblo ni al relato. No pide perdón a sus antiguos amos, de los que el pueblo –con sangre del pueblo– se liberó y se alzó soberano. No festeja las derrotas del pueblo ni bastardea sus ilusiones.

Porque fui parte de un buen relato –relato maravilloso que lleva también mi letra–, aquí me quedo, con la ilusión de que mi pueblo no se resigne a este presente desnutrido de sueños, y salga a exigir un relato que le devuelva la honra y la alegría, lo más genuino e íntegro de su ser pueblo.