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Cuando la ciencia hace frente, la política no es mala palabra 

Por Silvia Montes de Oca

La afirmación quedó expuesta en el aula Arata del primer piso de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNLP. Saben que no son un universo homogéneo. Más bien un mosaico etáreo, de disciplinas y recorridos diversos provenientes de distintas agrupaciones, más los sueltos, porque la producción de ciencia y de conocimiento, en su base, es esencialmente política. En el 1º Encuentro del Proyecto Nacional y Popular para la construcción del Frente Ciudadano en La Plata, “ciencia y tecnología” es una de las doce comisiones que se reunieron desde las 9:30 del sábado que pasó, comienzo de feriado largo. Durante más de cuatro horas, organizados hiper horizontalmente, se cedieron la palabra, apuntaron conclusiones y se escucharon sin apuro, para no solapar las opiniones de unos por sobre las de otros. Compartieron la mirada de ese campo que de algún modo hay que llamar, con título corto, ciencia y tecnología. Aunque para todos también conlleva tácitamente las otras palabras: sociedad, educación, Universidad.

A las dos de la tarde, ya tenían preparado un brevísimo resumen que no contenía más que los diez renglones asignados por los organizadores. Fue grande el esfuerzo de síntesis. Había que compactar ideas, sentimientos, inferencias, aspiraciones y hasta la cuota de incertidumbre por el futuro. La imagen más gráfica fue: “Es como esperar a ver cuánto vas a pagar de gas sin poder imaginar la dimensión del aumento que te va a tocar”. Un pequeño grupo redactaba las conclusiones que, como cada una de las mesas, llevarían al plenario general. A medida que escribían, recibían los comentarios de último momento. El recordatorio de esa moción vertida un rato antes. Como si en el fondo supieran que estaban formando parte de un momento fundacional. Como si no hubiera una segunda oportunidad para escribir los estatutos que formalizan el comienzo de algo importante.

“Si pudiéramos dejar en claro dos o tres cosas, decir efectivamente cuáles son los intereses dañados en nuestro proyecto científico, en nuestra vida como profesores, como investigadores. Y cómo estos ocho o nueve meses de macrismo están yendo a contratendencia de los avances que tuvimos en estos años. Si tenemos esto, tenemos un muy buen punto de partida”. Desde lo micro hasta lo macro, siempre a sabiendas que dentro de los mismos laboratorios, departamentos, aulas y espacios de trabajo compartido conviven los unos y “los otros” –y no hay sólo una clase de otro–. Están los que acompañan el modelo de la ciencia de la eficiencia y la eficacia. Y entre el modelo y el diseño de una ciencia eficaz y eficiente y el diseño de una ciencia aplicada la línea divisoria no está tan clara. Y si hablamos de ciencia aplicada, la discusión se vuelve aun más intensa”. La disputa es quién tiene la palabra sobre la ciencia.

Desarmar imaginarios sociales colectivos, erradicar paradigmas que pesan como lastres y vienen del positivismo científico, fue parte de lo que se habló. El modo que tenemos de mirar lo que es ciencia y lo que no. La manera como entendemos la construcción del conocimiento. Más de setenta personas –contadas a vuelo de pájaro, algunas incluso fuera del aula, porque todos no entraban– coinciden en que no existe una tecnología que se separe de la ciencia y que el modelo de país que se busca es el parámetro para medir la importancia del número de becas o los proyectos que ahora se llaman “insignia” y que no son más que la contrapartida del recorte. O la redistribución de recursos y de ejercicio del poder en las distintas unidades de investigación científica.

En el próximo debate parlamentario sobre la Ley de Presupuesto se pondrá blanco sobre negro. Para el oficialismo, no es lo mismo confrontar con las grandes universidades que con las del conurbano, a las que desde esta congregación científico-universitaria reunida imaginan en el ojo de la tormenta, por los nuevos actores sociales que la integran y a quienes con inusitada frescura se estigmatiza como el sobrante innecesario de la educación pública.

Todos los reunidos pertenecen al sistema científico-técnico, provenientes de las llamadas ciencias duras y blandas, y aportan específicamente sobre la temática, pero hay tiempo para aludir a la Ley de Educación Superior, donde, a pesar de los avances de estos últimos años, la educación pública aparece asociada a la palabra servicio. “Y es un derecho”, dicen. De ahí la lógica de pensar el financiamiento educativo. La mayoría de los investigadores presentes son a la vez docentes en las distintas Facultades de la UNLP. Eso quiere decir hacer equilibrio entre la doble dependencia que marca la Universidad y el CONICET y sus distintas lógicas.

“No vamos a volver a tener una gestión como la del compañero Salvarezza», se escucha por ahí, cuando entran a hablar de la tensión entre investigar para proveer soluciones a problemas concretos de demanda social o ir al compás de lo que regula el CONICET. Hay quien aporta que detrás de la vinculación entre ciencia, tecnología y sociedad hay una pelea que es cultural. “Y dentro del complejo científico y tecnológico argentino reside en la forma en que nos evalúan, en que nos financian las actividades. La forma en la que nos compartimentamos nosotros, en las jerarquías, en el acceso al trabajo”.

Tal vez por eso el recuerdo a la gestión del Dr. Roberto Salvarezza, que renunció a la presidencia del CONICET cuando sintió que no es lo mismo la ciencia en cualquier modelo de país y que es el modelo el que determina la política científica. Porque importa el crecimiento en el número de becas doctorales otorgadas hasta diciembre de 2015 y los ingresos a la carrera del investigador científico. Pero igual o más el haber dejado entreabierta la puerta para discutir qué rol cumplirán los papers como medida de excelencia y desempeño o cómo se evaluará la trayectoria de los investigadores. O si se van a privilegiar algunos clusters conforme a ciertas modas internacionales en ciencia. Un debate que no terminó y que hay que profundizar. Porque, además de la política, a la ciencia la atraviesan las modas.

Ahí se produce un alto y alguien enuncia que esa es una de las razones de la continuidad del ministro Lino Barañao durante la actual gestión. No vaya a ser que la enunciada continuidad de las políticas de Estado en CyT sea un engañoso espejismo, “donde lo único que se garantice sea un Estado sin participación popular. O, al menos, de todos los actores sociales directamente involucrados”.

“Por ejemplo, si el proyecto del Tronador, del cohete lanzador, de los satélites o de cualquier otra vinculación entre Universidad y Estado deja de existir, eso es un retroceso”. Es un ingeniero aeronáutico el que habla y está preocupado por la utilidad social de la ciencia, no sólo como un proyecto de extensión a partir del cual acercarse a la barriada. “Es formar parte del complejo productivo nacional, tratando de difundir, transferir recursos tecnológicos y aprendizajes. Tiene que ver con indisciplinar la ciencia en el sentido de romper las barreras que nos compartimentan e impiden abordar problemáticas en forma conjunta. Con poder medir cuál es el impacto social del gasto que hace toda la sociedad en los investigadores como actores sociales de la CyT”.

“Sino, lo que pasa es que terminamos trabajando para cadenas de valor que quedan en el exterior. Tenemos que desarrollar y profundizar un camino de ciencia y tecnología hacia el cambio social. Recuperando autores, aprendizajes e historia propios”.

Infaltable, vuelve una y otra vez la idea del debate pendiente dentro de la propia comunidad científica acerca del lugar que ocupan las diferentes disciplinas. Desde las ciencias sociales o la comunicación, la recurrencia a los pedidos de desarrollo tecnológico, obligan a esas especificidades a una traducción de sus actividades. Todavía perdura una mirada elitista, se lamentan.

Pero de la comunicación no se olvida nadie. La palabra aparece en todas sus formas y es requerida como insumo indispensable en las acciones a futuro. Porque no se defiende lo que no se conoce y lo que se busca es invertir los tantos para que no sean científicos defendiendo las políticas científicas, sino la sociedad en su conjunto. Es que los asistentes a este encuentro están pensando la ciencia junto con la inclusión social y la soberanía. Todos recuerdan cuando, alrededor de 2001, los doctores en ciencias, con sus magras becas, no sabían si alcanzarían a sobrevivir dedicándose sólo a la investigación. Y así como hoy se escucha la voz de los sindicatos en sus distintos reclamos sociales, tendrá que filtrarse la voz de los científicos. Incluso hacia dentro de las aulas, donde los recién graduados se enfrentan a un panorama que ya no es el que era.

Hablan de dispositivos discursivos como herramienta para contrariar la campaña de despolitización, que apunta a deshistorizar, transformar la dinámica –de lo que hace quince años hubiera sido un estado impensado para la ciencia– en fotos sueltas que no permiten la comparación de los cambios que se vienen dando, en franco retroceso. Saben que faltó instalar un poco más la construcción del conocimiento como el campo material de un proyecto nacional.

Se van al plenario con su brevísimo resumen, sabiendo que volverán a verse y a encontrarse, porque ya tienen fecha para ponerse en acción y porque no quieren la “ciencia de los talentos”. Quieren la ciencia como motor de desarrollo. Y habrá que pensar la mejor estrategia comunicacional para que ese sea el discurso hegemónico en la sociedad. “Nosotros somos parte del Estado. No somos un ente que tiene una relación con el Estado. Y en tanto y en cuanto tenemos cierto margen de autonomía, debemos usarla para dar la pelea. A pesar de que el imaginario nos ubica en una especie de olimpo, nosotros sabemos que no es así, y tenemos que dar cuenta de eso”.