Por Nadia Quantrán
Claro que nadie menos, claro que ni una mujer menos, ni un hombre menos, ni un niño menos. Pero con tu permiso, paso a saludar y a decirte buenos días –no quiero ser maleducada–, lamento ser aguafiestas, pero nos están matando. Están ejerciendo atroz, sostenida y deliberadamente poder sobre nuestros cuerpos, dejando marcas de todo tipo –básicamente, muertes– como evidencia de que ser mujer implica ya un peligro posible de llegar a una bolsa o a un descampado, o de encontrarte de frente con un cuchillo o una bala. O varios cuchillos o balas.
Desde aquí deviene una infinita cantidad de justificaciones frente a este simple y llano argumento: sí, nos están matando. ¿Y qué nos dicen?
La justificación clásica está basada en el contexto: ya sea de drogas, alcohol, viajes, vestimenta, horario, y todo aquello en donde el adorno y el nivel de “peligrosidad” lleve a enmascarar que “ella se lo estaba buscando”. Este modus operandi de narrativas ha llegado a un punto de exacerbación de lo ridículo que hoy es quizás el más fácil de detectar, por lo insólito de los chivos expiatorios y tangentes por donde se rebusca el análisis; pero lamentablemente aún está vigente y es aceptado socialmente como la explicación a la aberración. Cuantos más detalles mejor, la culpabilización apuntala de manera deliberada a la víctima, casi convirtiéndola en victimaria; y mientras la historia se construye, el morbo nunca es suficiente para la espectacularización. Heridas, sangres, carne, plástico, cartón, objetos contundentes, todo lo que grafique y desafíe a la imaginación cuánto más perversa puede ser. Flashes, luces, cámara y acción.
A veces aparece el argumento biologicista desde la salud, que desde los anteojos de la patologización los abusadores y sus exabruptos surgen de una misma psicopatía colectiva y patriarcal, que paradójicamente sólo se da de modo unidireccional: el hombre sufre demencia hacia la mujer y no en sentido contrario. Pero se trata justamente de una psicopatía muy particular y selectiva, ya que no se ve diariamente y a cada hora, mujeres asesinando hombres, padeciendo la misma “enfermedad”. Tampoco se ven mujeres en grupos que disfruten y se regocijen con el sufrimiento de ejercer abuso sobre un otro. Claro, es que evidentemente nuestras mentes absurdas y obtusas no nos dejan entender esta realidad comprobada científicamente.
Y dentro de la misma rama cientificista aparece la justificación cromosómica de «¿cómo se puede pedir igualdad entre hombres y mujeres?, ¿biológicamente somos diferentes?, ¿o qué es lo que piden?». Bueno, si esa palabra te remite a que somos “mujeres que quieren ser igual a los hombres”, entonces, si a todos los perjudicados les parece, que la palabra sea equidad, que consiste en no favorecer en el trato a una persona perjudicando a otra, es decir, no poner a uno sobre otro, a NINGUNO de los dos.
Otra forma es la de “si se habla de violencia contra las mujeres, ¿por qué no se habla de la violencia que sufren los hombres?”. Es que está más que claro que los índices de muerte de los hombres son mayores o idéntico al de las mujeres; cada hora un hombre es asesinado a manos de una mujer, a cada momento un hombre es violado por una mujer –o empalado a veces–, cada día los hombres deben pensar cómo vestirse para no ser acosados por las calles, volver en horas razonables a sus casas, tomar taxis para no estar en la vía pública y ser provocadores de sus propias peripecias por las razones anteriores. Sí, es cierto, los hombres viven en este infierno diario, ¿cómo podemos ser tan egoístas de sólo pensar en nuestro colectivo? Perdón, si sigo viva voy a pensar en esa cruda realidad que viven diariamente.
Cuando ninguna de las anteriores funciona, se apela a la figura de la feminazi, espécimen femenino –o no– que, teniendo una evidente deficiencia fálica, enarbola bandera y armas contra el sexo masculino (hablemos de sexos y no de géneros, la discusión acá es bastante básica); que, atacando sin cansancio, deja entrever su ambición de conquistar y dominar el mundo mediante el poder de las mujeres, asesinando a todos los hombres del planeta. Es la versión de la Hitler mujer, claro; es idéntica hasta en la punta de su bigote, dice el estereotipo estigmatizador. Sí, serán cinco en el mundo, pero les vuelvo a repetir, señores y señoras: NOS ESTÁN MATANDO.
Sí, la violencia extrema como marca soberana sobre los cuerpos. Los nuestros. Así, con todas las de la ley, con toda la legitimidad que se puede llegar a tener; bueno, así nos están matando hoy. Marcas de muerte repetidas una y otra vez, como forma de castigo y ejemplo de lo que te puede pasar, en cualquier momento de tu vida. Claro, si sos mujer.
Sí, decidí ser bien cruda y escabrosa, pero no para describir cómo y de qué manera nos están matando, sino para ver a todos los que lo están haciendo, a todos esos y esas cómplices que están en esos momentos. Y hay un poco de todo, sí; el machismo fue capaz de corroer las raíces más profundas de muchas mujeres, de todas las edades. Es real. Pensando en la banalidad del mal, esta bajeza humana atravesó y atraviesa la sociedad sin discriminar géneros.
¿Qué decir, si ya desde los más altos escalafones de poder reproducen una violencia continua contra las luchas feministas, contra las mujeres que pretenden formar parte de la esfera de lo público? ¿Qué decir, si aquellas y aquellos que pueden materializar las leyes que protejan a las mujeres no las reglamentan, no disponen recursos para que sean ejecutadas? ¿Qué decir si lo único que hace hoy nuestro Gobierno es recortar presupuesto y recursos?
¿Qué acotar frente a periodistas que utilizan el término de “descuidados” al momento de describir el reguero de pistas que llevan a confirmar este feminicidio con toda su carga de violencia? ¿Creen que tendrían que haber sido “más cuidadosos”? ¿Les parece que el análisis tiene que partir desde ahí? ¿Les parece que reventar a una piba por dentro es “descuidado”? Claro, que pase, pero que sea menos escabroso. ¿Y quién es más escabroso acá?
Pero, sobre todas las cosas, necesariamente es pensarse como mujer en ese lugar, y es que tantas veces atravesamos esa situación: si hubiese elegido tal o cual camino, si me hubiese puesto tal o cual ropa, si hubiese dicho sí o no o tal vez… Todas lo pensamos en algún momento, todas estamos continuamente en esas disyuntivas.
Y hoy ya no vale decir «podría ser tu mamá, tu hermana, tu prima o alguien a quien vos quieras» y que sólo ese sea el modo de tener empatía. No. Es momento de hacerte cargo de tu incapacidad de entender y sentir que ninguna persona es merecedora de ser una depositaria de tu ejercicio de poder, que ya dejó de ser un tema “privado”, en donde no me meto porque es cosa de “parejas”, es cosa de “familia”. No. Ya es una responsabilidad social pensar las mejores formas de actuar frente a una situación así, y la decisión de mirar a donde quieras es tuya, pero no me pidas que me quede de brazos cruzados. Y si querés quedarte con tu idea de “marchemos por el NADIE MENOS”, te digo que no es que no entendiste nada, es que elegiste no hacerlo.