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Mi plaza de la ciencia

Por Silvia Montes de Oca

La plaza del Congreso es como la Torre Eiffel. La viste cientos de veces, pero siempre te recibe de una manera distinta. O la misma, sólo que es la memoria la que traiciona. La plaza de las efemérides, de los escenarios y públicos diferentes. Andá a saber desde dónde estará cortada la calle hoy. Salgo del subte B y subo dos escaleras mecánicas, la primera a pulmón, porque no anda. Desde la segunda, salgo a Av. Corrientes. Tengo cierto apuro. Ya quisiera ver que no se mueven autos. Ni bien encaro por Callao tengo la primera foto de la plaza a cuatro cuadras. La calle está vacía. Ah, no cortaron. Está en rojo la onda de los semáforos. Hay un par de motos de la Policía. Pero sobre los laterales. Quiero apurar el tranco porque me espera una cita de honor. Tan esperada y trabajada. Tan expectante. La cita de los que vamos y los que vamos, para con la cita. Toda la circulación de peatones y autos es casi normal hasta desembocar en la esquina de Rivadavia y Callao. Ahí sí, como una especie de pomelo gigante apoyado en las justas de la verja del Congreso, están todos. Sobre la vereda, sobre esa primera cuadra de Entre Ríos, avanzando un poquito sobre la plazoleta que da justo enfrente. Un círculo casi perfecto. Tan nutrido como se pueda calcular si imaginamos toda esa superficie cubierta.

Me dedico a bordearlo porque no sé qué tan compacto estará por dentro. Me sorprenden un par de abrazos por detrás y de un costado. Cuando uno llega a estas concentraciones y se encuentra con amigos y compañeros, no se saluda con un simple beso. Si la distancia lo impide, será el brazo en alto agitando la mano muchas veces. Si se da, viene el abrazo, generalmente largo y apretado. Sentido. Porque se respira clima de fogón, que es como una comunión de historias. Ya vistas y vividas.

A la pregunta de rigor de «¿Cómo andás?» las respuestas varían. «Y… acá… Acá estamos…». Nadie dice “Estamos bien pero vamos mal”. O, “Vamos mal pero vamos a estar mejor”. Tampoco nadie dice «Mejor, ¡imposible!» Algunos van sueltos, pero son los menos. Tampoco se ven de a uno. Se ven algunos delantales. Mucho cartel con palito de madera escrito con marcador grueso. Los apurones de último momento. Para regocijo de las cámaras y el único móvil de C5N, hay algunos científicos –imagino– lavando platos y dejando que la espuma del detergente corra por el cordón de la vereda. Escena repetida, una y mil veces. En pines, fotos de diario, en Internet. Hoy las redes amanecieron repletas de tuiteos, instagrameos, likeos, y mucha noticia del “interior”. Porque en el “interior” se hace ciencia y hay mucho científico, institutos de excelencia, profesionales de calidad y compromiso con la comunidad. Siempre me viene a la mente el CENPAT, de Puerto Madryn, porque son una máquina de gestionar visibilidad y ciencia. Pero vi también en un posteo de los integrantes del CONICET de la delegación Quequén-Necochea haciéndose presentes: la arena de la ciencia se llaman. Y hay dando vueltas otra publicación en Facebook que tira el dato de todas las plazas del país donde habrá concentración. En la plaza del Congreso hay muchos CONICET, porque es un organismo emblema y transversal a todas las instituciones donde se genera conocimiento. Pero están los otros. Veo pecheras del INTA y la bandera de la CONEA. Desde los balcones del Congreso hay empleados que miran por las ventanas. «Qué les va a importar a estos la ciencia. Miran cualquier cosa que pase abajo». Y abajo, en la vereda, escucho “No vinieron muchos”. “Si esto es todo lo que podemos movilizar, estamos fritos”. “Está buena la marcha. Estamos todos. Conseguimos estar todos, no es tiempo de andar peleados”, dicen los que para mí andan más cerca de la verdad. Sí, están todos. Todos los que representan a los que necesitan ser representados. Y la convocatoria fue masiva y multiforme. Veo los chalecos verdes de ATE CONICET y se ven repartidas las ciencias. Las sociales, las exactas. Hay docentes y estudiantes. Más los visitantes de siempre de la plaza Congreso. Alguno discute con unos pibes con pinta de jóvenes que entraban en la adolescencia cuando Cavallo mandaba a lavar los platos. Y alguien que se mete y dice “Yo a vos no te vi acá en los noventa”, y el resto de la oración se pierde porque están probando sonido.

Arriba del camioncito empiezan a leer las adhesiones. Como siempre y gracias a todos, son muchas. Son las de todos los que no están presentes físicamente. Pero que están. ¿Tendrían que estar en la plaza? Andá a saber. ¿Idealmente? ¿Preferentemente? Me llega un whatsapp. «¿Fue mucha gente?» Dudo. Hummm… maso. ¡Pero estamos los mejores, jeje! El “jeje” divide el chiste de la verdad dicha impunemente. Y a mitad de camino, la verdad verdadera es que estamos los que podemos, como otras tantas veces quisimos estar en otras plazas y fueron otros los que pudieron por nosotros.

«No llego a la plaza». Emoticón de diente apretado que me llega al teléfono. «Vas a tener que hacer ruido por mí». “No lo dudes”, contesto. Dicen que entregaron a los legisladores el petitorio de setecientas páginas con mucho más de treinta mil firmas. El número de oro. Treinta y dos mil, para ser exactos. El acto es sencillo y hasta parece corto. Después de leer los puntos del documento consensuado por todos los organismos y representados y representantes, se canta una versión del himno orquestada no por los mejores. «O juremos con gloria morir», aplaudimos todos con ganas. El humo azul de una bengala se ve en perspectiva como si llegara y se mezclara con el celeste de la bandera que flamea por encima del Congreso. Este país a veces duele. Me cuesta dejar la plaza. Ahora que la masa humana deja algunos claros, recién ahora, veo la bandera cortita de CYTA: la primera fila de la defensa de la Selección. Kornblit, Dvorkin, Salvarezza, Aliaga, Paz… y ella, la Dra. Dora Barrancos. Juntamos todas las neuronas de esas cabezas y ya tenemos para arrancar. Cruzo la vista con Salvarezza, mi jurado de tesis. Le doy un abrazo. “Profe, cuídese que anda de acá para allá. Mire que lo necesitamos mucho ahí en el CONI, ¿eh?”. «Silvia, hacemos lo que se puede. Si avanzamos será por el esfuerzo de todos”. Los Científicos y Universitarios Autoconvocados siguen en la plaza. Como una y otra vez desde esa gran jornada tan sólo meses atrás. Ahora estamos como en 2000. Como en 2001. Como cuando daban clases en la calle. Kornblit… y Paenza, cuando decía que nadie iba a cortar la calle porque un científico se quede sin trabajo o cierre una Universidad si la gente no sabe de qué se trata. Tenía razón Paenza. Pero eso fue antes de estos últimos doce años, donde la ciencia creció mucho y los científicos aprendieron a mezclarse un poco más entre la gente. ¿Cuántos es mucha gente? ¿Cuántos es pocos? Cuál es la medida de la expectativa y de la conciencia sectorial. ¿Cómo es el acompañamiento de “la gente”? “Esto es un gran avance”. Tanto como saber que “hoy estuvimos todos”. Todos los que fuimos. “Día histórico”, escucho mientras voy cruzando Rivadavia en dirección a Corrientes. “Porque ahora estamos bastante más comunicados entre nosotros”. Aunque en las otras cuadras la gente camine como si nada. “Claro, tampoco vamos a movilizar como si fuéramos la UOCRA”, dice una pareja que viene caminando atrás mío con un cartel enrollado finito. “Lo bueno es que las convocatorias se arman en un ratito si querés”. Eso tranquiliza. Nos vamos a necesitar. Por las dudas, está bueno saberlo.


 

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