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Ideología de la sociedad, elección presidencial y gobierno macrista

Por Miguel Croceri

“A diferencia nuestra, en otros países no supieron detectar la reconfiguración de las ideologías sociales”, declaró a mediados de diciembre el vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Álvaro García Linera. Fue en una entrevista que le hizo el diario El País de España, y que reprodujo la agencia digital de noticias Nodal, especializada en América Latina y el Caribe, y dirigida por el sociólogo y periodista argentino Pedro Brieger.

La frase del alto funcionario boliviano y figura intelectual descollante de la izquierda latinoamericana está relacionada con el “giro a la derecha” en el continente, ante lo cual afirma que, “si nosotros (el movimiento liderado por Evo Morales) entendemos el proceso de repliegue y seguimos en el gobierno, tenemos posibilidades de remontarlo”.

La mención de García Linera a “las ideologías sociales” puede ser útil para observar lo ocurrido en Argentina hacia mediados de esta década, durante el segundo mandato de Cristina Kirchner, que desembocó en el triunfo de Mauricio Macri y la etapa que vive el país bajo el Gobierno que asumió hace poco más de un año.

En el Frente para la Victoria, especialmente en los sectores peronistas –que son absolutamente mayoritarios en dicho frente–, y de manera especial en dirigentes que abierta o implícitamente cuestionan el liderazgo de la ex presidenta de la nación, desde la derrota electoral en el balotaje de noviembre de 2015 se aludió constantemente a la necesidad de “una autocrítica” para comprender el resultado electoral.

Postular la revisión de los propios errores y el análisis riguroso de las fallas que pudo haber tenido el Gobierno saliente y/o sus candidatos (a presidente y vice, o de la provincia de Buenos Aires, etcétera), y/o de la estrategia de campaña, es una tarea política que puede ser importante, encomiable, bienintencionada, moralmente honesta y quizás políticamente provechosa.

Sin embargo, corre el riesgo de ser frívola, superficial y cortoplacista, al considerar que un resultado electoral es sólo la consecuencia de lo ocurrido durante una campaña en instancias tales como las alianzas políticas que se establecieron, el armado de las listas, el perfil de los candidatos o la elaboración del discurso. Todo eso es muy importante, pero no es lo único que determina quién gana o pierde una elección.

Por el contrario, grandes factores determinantes de un resultado electoral son ajenos al corto plazo y están más allá de las decisiones que tome cada uno de los actores de la contienda (en el caso aludido en esta nota, se trata del sector político que gobernaba el país y el territorio bonaerense hasta finales de 2015), por más rigurosas, acertadas y lúcidas que fueran tales decisiones.

Las razones hay que buscarlas siempre en el contexto histórico. En el proceso de mediano y largo plazo dentro del cual se producen ciertos hechos. En el estado en que se encuentra la sociedad, tomando cualesquiera de las infinitas dimensiones de la vida colectiva, ya fuera el funcionamiento de la economía, los problemas y demandas sociales, el humor social, los climas de opinión pública o, fundamentalmente, los valores ideológicos que estén atravesando.

Tal vez, para interpretar por qué ganó Macri y por qué su Gobierno está llevando a cabo con ferocidad un plan de devastación nacional y social, sea necesario y productivo revisar, repensar y mirar detenidamente procesos que ocurren en las profundidades sociales y políticas, donde la indagación y la comprensión son más exigentes y difíciles, y no tanto en la superficie o en los aspectos más visibles y fáciles de identificar pero que resultan incompletos y engañosos para entender realidades extremadamente complejas.

Hace quince años

Un modo de observar los cambios en los valores ideológicos argentinos es identificar algunos rasgos de las creencias y el comportamiento social especialmente –pero no solamente– de las clases medias, en la etapa en que emergió el kirchnerismo, es decir, con posterioridad a la quiebra económica del país y al estallido de la sociedad a fines de 2001 y durante 2002, y comparar el sentido común que por la influencia de diversos factores se fue gestando paulatinamente en la primera década de este siglo y que prevalece en la actualidad.

Hace quince años, las clases medias explotaron de ira porque los bancos incautaron sus ahorros. Luego, en los doce años y medio del kirchnerismo se vivió una época excepcional donde ningún banco quebró, hubo una estabilidad financiera inédita en la historia del país, el Estado pagó puntualmente los bonos que durante el interinato presidencial de Eduardo Duhalde se habían entregado a cambio de los dólares incautados, y esas mismas clases sociales se olvidaron del problema. Empezaron a molestarle otros asuntos, como las políticas públicas de asistencia a las familias más necesitadas (caso típico: el repudio en amplios sectores de las capas medias a la Asignación Universal por Hijo).

Hace quince años, la desocupación afectaba a alrededor del 25% de los trabajadores y trabajadoras. A grandes rasgos, una de cada cuatro personas en edad laboral. La mayoría de las familias tenían a alguno de sus miembros perjudicados por la imposibilidad de conseguir trabajo. Posteriormente, la etapa kirchnerista produjo una creación de fuentes de trabajo que a través de los años redujeron aquel drama a menos del 7% de desempleo.

A fines de 2015, cuando se realizó la elección presidencial, los y las jóvenes que se incorporaban al mercado laboral desconocían lo que era buscar trabajo desesperadamente y no encontrarlo. Así como ese sector juvenil, el conjunto de las y los trabajadores internalizaron la vivencia de que acceder a una ocupación –aun cuando la remuneración fuera mínima y existieran condiciones abusivas del empleador– era parte de lo habitual (probablemente ese “acostumbramiento” se modifique con el correr del tiempo, a medida que se genere conciencia en la sociedad sobre la violenta desocupación que está provocando el modelo macrista).

Hace quince años, la Corte Suprema de Justicia de la Nación era objeto de repudio por permitir la incautación de depósitos bancarios (incluso, una investigación dirigida por Federico Schuster, ex decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, comprobó que el origen de la consigna “Que se vayan todos” no nació como un repudio a los políticos sino a los jueces, en manifestaciones frente a los tribunales de Buenos Aires).

Hoy, el sentido común ha vuelto a creer que la denominada “Justicia” –en verdad, la judicatura– es una institución respetable. Es más: los sectores sociales ultra-antikirchneristas, en coincidencia con el discurso dominante del cual son receptores y reproductores/formadores al mismo tiempo, sólo le reprochan no ser más severos contra “la corrupción” que –están convencidos– es la esencia misma de la vida política de Néstor, Cristina, toda la familia Kirchner y los funcionarios de sus Gobiernos.

Hace quince años, al estallar el sistema bancario, se generó en las clases medias un determinado –aunque embrionario, quizás sólo latente y poco desarrollado– ánimo “anticapitalista”. Bronca contra los banqueros y los poderosos, que se prolongaba en un cierto rechazo a la dominación norteamericana.

Prueba de ello fue que, en 2003, ningún candidato se animó a viajar a Estados Unidos durante su campaña electoral por el rechazo que tal actitud producía. Hoy, mostrarse sumiso ante los dueños del mundo –como hace Macri con tanta convicción ideológica como extremo placer personal– volvió a ser una conducta política socialmente admitida y celebrada.

Hace quince años, cambiar los automóviles cero kilómetro cada pocos años, tener aire acondicionado en los hogares, poseer al menos un teléfono móvil por persona y comprar continuamente los dispositivos de comunicación digital más modernos y sofisticados, salir de vacaciones o minivacaciones varias veces el año si las ocupaciones lo permiten, y comprar artículos electrónicos o de cualquier tipo mientras la tarjeta de crédito aguante, eran sólo privilegios de ricos.

A fines de 2015, el modelo kirchnerista había convertido esos hábitos de consumo en normales para las clases medias, y a algunos de ellos en accesibles incluso para clases populares, sin que hubiera conciencia generalizada de cuáles fueron las políticas públicas que llevaron desde una situación a la otra.

Hace quince años, se insinuó una cierta comprensión de las clases medias hacia las clases populares arrastradas el hambre, la desesperación y el desamparo, cuya expresión fue la consigna “Piquete y cacerola/ la lucha es una sola”. Consigna que no reflejó un desarrollo político acorde, pero sí un cierto momento del ánimo social. Pero pocos años después y hasta hoy inclusive, el consenso antipiquetero en la sociedad y el desprecio hacia los pobres reflejaron un cambio rotundo de las percepciones clasemedieras. Muestra de lo mismo es el sentimiento clasista y racista que predomina en la población de la provincia de Jujuy, donde tiene amplia aceptación social la privación ilegal de la libertad de Milagro Sala, y la destrucción o abandono de toda la obra de la organización Tupac Amaru.

Hace quince años, que un oligarca multimillonario encabezara una coalición política de derecha y ganara la presidencia de la nación era una fantasía impensable, de la que muchas/os ciudadanas/os e inclusive lúcidas/os dirigentes y militantes quisieron descreer hasta que la realidad se impuso con todo su rigor.

Un cierto tiempo histórico

La trayectoria de las creencias y los estados de ánimo de la sociedad tomaron un rumbo conservador en los últimos años, entendiendo por “conservador” el sistema ideológico –generalmente inconsciente, naturalizado, convertido en sentido común– que tiende a preservar y reproducir un esquema de dominación social. Dicho esquema busca perpetuar el dominio de clases sociales y de bloques de poder integrados, entre otros, por corporaciones económicas, mediáticas y judiciales, más las camarillas políticas que los representan, que gobiernan por encima de los intereses de la mayoría de la población, y en contra o al margen de las decisiones democráticas de la ciudadanía.

Tomando como referencia las palabras de Álvaro García Linera citadas al comienzo de esta nota, analizar la “reconfiguración de las ideologías sociales” en un cierto tiempo histórico –que podría situarse, sólo como una conjetura orientativa, hacia mediados de esta segunda década del siglo–, puede ser más apropiado para explicar las causas del triunfo de Macri en 2015 y la relativa comodidad con que ha gobernado durante 2016, que la pretendida “autocrítica” que tanto se le ha reclamado al kirchnerismo.