Por Estela Díaz*
Todos los años se celebra en marzo en la sede de la ONU en Nueva York la reunión de la Comisión Social y Jurídica de la Mujer (CSW). Este año, su sesión 59 estuvo dedicada a hacer un balance a veinte años de la cuarta conferencia mundial de las mujeres que se celebró en 1995 en Beijing, China. La Declaración final de la Conferencia y la Plataforma de acción de Beijing han marcado el rumbo de las políticas destinadas a promover los derechos humanos de las mujeres y niñas durante estos años.
A diferencia de hace veinte años, para las más de mil organizaciones de mujeres, sociales y sindicales presentes en Nueva York hubo decepción y disconformidad. Esto se expresó en una declaración conjunta titulada: “Un documento débil frente a los desafíos para las mujeres y las niñas”. Allí se cuestiona la metodología implementada, que dejó totalmente fuera de las rondas de consulta a las organizaciones sociales, y también la política. Un documento que queda por detrás de las grandes definiciones propuestas a veinte años vistas.
Cabe destacar la actitud de la representante de Brasil, secretaria ejecutiva del Ministerio de las Mujeres, Linda Goulart, que usó su breve tiempo de exposición (cada delegación oficial tiene cinco minutos) para denunciar lo que allí estaba aconteciendo. En lugar de compartir las acciones que los gobiernos del PT (Lula da Silva y Dilma Roussef) vienen realizando para el avance de los derechos de las mujeres, prefirió hacer una manifestación política, señalando con fuerza que ese ámbito no estaba a la altura de los desafíos que se debían asumir para la inclusión plena de las mujeres en el desarrollo, que resultaba inaudito sólo conformarse con una débil declaración, que no asumía con fuerza desafíos a futuro.
En los encuentros previos, Latinoamérica vino marcando el pulso de hacerse cargo de las demandas de las mujeres de la región y del mundo. Mayor participación política, reducción de brechas de desigualdad laboral y económica, derechos sexuales y reproductivos, combate a la trata y la violencia, fueron parte de los compromisos que nuestra región asumió en los encuentros previos de Santo Domingo, Montevideo y Chile. Sin embargo, lejos de ser la Plataforma de Beijing un piso para el debate, resultó ser un techo en el mejor de los casos. Si se abría la declaración final de balance para el debate, se corrían riesgos ciertos de retroceder en los acuerdos que se alcanzaron hace veinte años.
Está claro entonces que desde este contexto conservador resultaba impensable que se realizara la 5° Conferencia Mundial de Mujeres, a pesar de ser lo esperable a veinte años de la anterior. Son justamente los países más comprometidos con una perspectiva de derechos humanos los que desalentaban su realización.
La explicación política de esta situación se asienta en una trama más amplia que el debate por los derechos humanos de las mujeres. En el trasfondo y como contexto más general está la gran crisis internacional, signada por el ocaso de la fiesta neoliberal y por un cambio de época a nivel global. No es para nada el fin del capitalismo, que siempre supo generar sus crisis y salir de ellas acumulando más capital y riqueza para unos pocos. Pero mucho menos estamos frente al anunciado fin de la historia, de la política y las ideologías, que iban a ser reemplazadas por el cuasi dios mercado. Este fracaso estrepitoso del neoliberalismo y el Consenso de Washington se paga con costos enormes a nivel humano. El balance es un mundo más injusto, con mayor concentración de poder y riqueza; por lo tanto, con mayores desigualdades y más cantidad de conflictos armados. La situación de Europa ha dado un viraje significativo a posiciones conservadoras y de derecha, donde las pocas experiencias de cambios progresivos como Grecia o España no llegan aún a tener fuerza para impactar en los posicionamientos en foros internacionales de sus países.
La disputa de hegemonía a nivel mundial está abierta, y la multilateralidad como fenómenos de articulaciones, negociaciones y alianzas, con la emergencia de China, está poniendo en jaque la hegemonía única imperial de los EE.UU., que mostró en la última Cumbre de las Américas el rediseño de su estrategia (revisar la insostenible posición frente a Cuba y construir el nuevo enemigo Venezuela), para ratificar su vocación histórica de dominación sobre América Latina. Desde esta perspectiva, el gigante del norte que supo liderar debates en relación con derechos civiles y personales –así fue el papel de Hillary Clinton en 1995– hoy ni esos aspectos guarda en un sentido progresivo, no sólo para las alianzas externas, tampoco para su realidad interna. Están siendo profundamente conservadores y no es casual el crecimiento de propuestas extremas como el tea party. Por eso les cabe mirar para otro lado y dar cabida a fundamentalismos, profundamente conservadores en términos de derechos de las mujeres y diversidad. En ese marco de reconfiguración de alianzas, en foros como la CSW, pasan a tener mayor peso y presencia los países árabes, a diferencia de lo ocurrido en la cuarta conferencia en Beijing.
Queda así Latinoamérica como la región que viene realizando experiencias de autonomía e integración con un sentido, tiempos y orientación propios. La reducción de la pobreza, la protección del empleo, la defensa del territorio, los derechos humanos y sobre todo la consolidación como una región de paz. Con diferencias nacionales, con gran cantidad de contradicciones en cada proceso local, pero con un horizonte puesto en pensar la necesidad de encarnar una integración que atienda las deudas sociales, de las mayorías populares. Una región que a pesar de los avances sigue siendo la más desigual y que también tiene entre los desafíos a futuro la reducción de las enormes brechas sociales, incluidas las desigualdades entre mujeres y varones.
Sabemos que lograr mayor igualdad para las mujeres sólo será posible en la medida que se profundicen los caminos que vienen recorriendo los gobiernos populares en nuestra región. Porque también aprendimos todos estos años que las declaraciones de derechos humanos y los tratados son muy importantes como piso reivindicativo, pero que la cercanía entre derechos declarados y acceso real estará dada en el marco de la construcción de sociedades más justas y más democráticas.
Saramago decía que él no era pesimista, sino que el mundo estaba pésimo. Un poco de este espíritu se vivió en la CSW59. La directora ejecutiva de ONU-Mujeres, Phumzile Mlambo-Ngcuka, dijo en la Sesión: “Hemos cambiado dentro del patriarcado, pero no hemos desmontado el patriarcado; no queremos capacitar a las mujeres para que se adapten al paradigma, queremos transformarlo […] El mundo tiene que cambiar, no las mujeres”. Comparto esta afirmación y los hermosos deseos de transformación, que siempre son motor de movilizaciones y compromisos colectivos. Sólo sumaría que, sin lugar a dudas, si el mundo cambia también cambiaremos todas las personas, y esta no es una tarea sólo de mujeres.
* Secretaria de Género CTA. Coordinadora del CEMyT