Por Miguel Croceri
La visita de Mauricio Macri a España exhibe una rotunda ratificación del perfil ideológico del presidente argentino y de su alineamiento pleno con la monarquía española, y, fundamentalmente, con el capitalismo de ese país. En este caso, las motivaciones de la visita misma, su contenido político y económico, y los gestos que simbolizan el vínculo entre los personajes públicos es bien distinto de aquellas situaciones donde los jefes de Estado o de Gobierno, por la índole de su función, habitualmente deben compartir encuentros internacionales, reuniones y actos protocolares con gobernantes de signo político-ideológico muy diferente del propio y hasta quizás opuesto, y por lo tanto sus recíprocas actitudes suelen estar atravesadas por razones diversas pero donde las afinidades profundas son escasas o no existen.
(Digresión: en el sistema político de España, el rey es el jefe del Estado mientras que a su vez hay un “presidente del Gobierno” o jefe de Gobierno. Allí, como en toda Europa, ambas funciones están separadas).
Según las circunstancias, dos o más jefes de Estado o de Gobierno pueden reunirse y buscar acuerdos más allá de sus respectivas orientaciones ideológicas porque sus acciones están determinadas, por ejemplo, por intereses económicos en común (por caso, en la Organización de Países Exportadores de Petróleo, OPEP, convergen la monarquía ultraderechista de Arabia Saudí con el Gobierno revolucionario de Venezuela); o por la pertenencia compartida a un mismo espacio internacional (así ocurrió en la Unión de Naciones Suramericanas, Unasur, actualmente paralizada pero que supo contener a Gobiernos de derecha e izquierda); o por la cercanía geográfica que obliga a maximizar los esfuerzos de negociación para minimizar conflictos (como lo muestran periódicamente el derechista colombiano Juan Manuel Santos junto con el izquierdista venezolano Nicolás Maduro); o por la recíproca conveniencia de dar pasos históricos en torno de conflictos gravísimos (ejemplo, gobernantes israelíes que en ciertas etapas han negociado con líderes palestinos, o Barack Obama visitando La Habana y acordando con Raúl Castro un proceso de distensión entre Estados Unidos y Cuba).
En cambio, entre Macri y los distintos factores de poder político en España es bien distinto: existe entre las partes una plena afinidad ideológica y una completa convergencia de intereses. El presidente argentino tiene devoción tanto por la monarquía encabezada por el rey Felipe VI y respaldada por su padre, el anterior rey Juan Carlos I (quien luego de haber abdicado del trono conserva el título de “rey emérito”), como por el Gobierno conservador de Mariano Rajoy.
Sin embargo, en última instancia esas muestras de una sólida relación personal y política exceden –como siempre– a los funcionarios públicos del máximo nivel que las personalizan, y encarnan un tipo de alianza mucho más trascendente entre las clases sociales y bloques de poder dominantes de cada país, llevadas a la práctica por las estructuras y liderazgos políticos que representan sus intereses.
Macri, los reyes de España (el actual y su esposa, y el anterior y su esposa) y el Gobierno de Rajoy, ponen en escena los profundos entramados que vinculan a la derecha argentina con la española, tanto a sus vertientes específicamente políticas como a las económicas y también a las comunicacionales y culturales (ejemplo de esto último es el trato respetuoso y favorable que le dispensan al presidente argentino actual el diario El País de Madrid o Televisión Española, que en cambio descalifican y estigmatizan a los líderes que ellos consideran “populistas”. Otro ejemplo es la “conferencia” conjunta, llena de halagos hacia el Gobierno macrista y de diatribas contra el peronismo por parte del escritor peruano-español y Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, quien en las últimas décadas funge a nivel internacional como uno de los más importantes propagandistas ideológicos de las derechas hispanoamericanas).
Pero, por encima de todo y más allá de sus protocolos, la reverencia del Gobierno macrista está dirigida al poder de la clase capitalista española –cuyos intereses defienden tanto la Corona como el Gobierno de su país–, la cual ha hecho excelentes negocios y ganado un predominio estratégico en Argentina desde que el Gobierno de Carlos Menem le abriera la puerta en los años noventa, y que ha sido parte fundamental del saqueo y el robo sufrido por nuestro país en aquellos tiempos y también hasta hoy, aunque los Gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner le pusieron algunos límites, el más importante de los cuales fue la renacionalización de YPF.
Dicho de una manera esquemática y mediante una metáfora sentimental: el capitalismo español y Mauricio Macri “se aman” recíprocamente. Comparten ideologías e intereses, y por eso propenden a similares políticas públicas y apuntan a un mismo modelo de sociedad. Se necesitan entre sí, y a cada cual le conviene que el otro exista como factor de poder en su respectiva esfera de influencia.
Los protagonistas de estas relaciones de poder y de negocios acaban de vivir una semana de éxtasis (entendiendo esta palabra como se la entendía tradicionalmente, antes de que existiera una sustancia con el mismo nombre que produce a quien la consume efectos alucinógenos y afrodisiacos). En estos días, todos ellos han estado transidos de placer y gratificación por los gestos políticos realizados, y por las implicancias económicas y de todo tipo que tienen sus decisiones.
“Angustia” de los patriotas
Esa relación promiscua entre las derechas argentina y española tuvo una expresión simbólicamente inigualable cuando en la celebración por los doscientos años de la independencia de nuestro país, en julio del año pasado, Macri imaginó que los patriotas de entonces sintieron “angustia” al separarse de España. Si ese desvarío presidencial merece alguna vez la atención de los historiadores, puede afirmarse casi con total certeza que no encontrarían algo similar en ningún lugar del mundo ni en ninguna época de los tiempos pasados.
Muy probablemente, jamás hubo un gobernante tan brutalmente impune para despreciar las luchas de su nación, la fiereza y la crueldad de una guerra de emancipación, y el sacrificio y heroísmo de los fundadores y fundadoras de la patria. Macri, que es auténtico y transparente en su impunidad, y que lo es sobre todo cuando no está guionado por sus asesores en marketing político, jamás podrá entender lo que significa luchar contra cualquier opresión y lograr el triunfo.
La frase textual en la ocasión fue: “Estoy acá (en Tucumán) tratando de pensar y sentir lo que sentirían ellos (los que declararon la independencia) en ese momento. Claramente deberían tener angustia de tomar la decisión, querido Rey (dirigiéndose a Juan Carlos de Borbón, invitado especial a los actos oficiales), de separarse de España” (una de las noticias sobre el recordado momento, con el respectivo video, fue publicada por el portal El Intransigente el mismo día del acto y el discurso, el 9 de julio de 2016: http://www.elintransigente.com/politica/2016/7/9/bicentenario-polemica-frase-macri-exploto-redes-sociales-mira-video-392247.HTML).
Pero esa repugnante sumisión de Macri no es “a España”. Es al capitalismo español. La transparente conformación ideológica del presidente argentino incluye –con convicción, placer y conveniencia, es decir, uniendo lo agradable con lo útil– una completa subordinación en los hechos de fondo, en el discurso y en los gestos simbólicos a esa potencia de segundo nivel dentro del capitalismo central, que encontró en América Latina en general y en Argentina en particular un espacio con afinidades de sangre y familias (por las grandes corrientes migratorias españolas que poblaron nuestro continente desde la violenta colonización de hace cinco siglos, más la específica migración a nuestro país entre finales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX), y por lo tanto con afinidades lingüísticas y culturales, el espacio económico y político ideal para expandirse en el último cuarto de la centuria pasada.
El kirchnerismo revirtió, parcial pero valientemente, la sumisión de la nación argentina al capitalismo español. En algunas de sus medidas fundamentales recuperó para el Estado nacional a la empresa Aerolíneas Argentinas, que había sido saqueada por empresarios de España con el aval de sus Gobiernos, medios de comunicación y demás expresiones del poder de allá. Además, resistió siempre la presión de las empresas de telefonía, electricidad y gas (entre otras) cuyos principales accionistas provienen de ese país europeo, para aumentarles las tarifas según los aumentos del dólar.
Finalmente, tomó dos decisiones de recuperación de soberanía económica que, si se las compara con la historia contemporánea, únicamente fueron superadas por Gobiernos que llegaron al poder por la vía revolucionaria (sólo se asemejan a la nacionalización de los hidrocarburos de Bolivia, dispuesta por Evo Morales en mayo de 2006).
Una de tales decisiones fue la eliminación del sistema de jubilación privada y del negociado de las AFJP –medida que afectó, entre otros, a los bancos españoles que eran propietarios de algunas de esas administradoras de fondos de jubilaciones y pensiones–, y la otra decisión, de menor volumen económico pero de mayor fuerza simbólica, fue la recuperación de YPF –saqueada por capitalistas españoles, igual que en otros ejemplos mencionados, en este caso de la empresa Repsol, aliados a la monarquía de su país, a sus distintos Gobiernos y a sus poderosos medios de comunicación convertidos en gigantescos aparatos de acción psicológica sobre el conjunto de la sociedad.
Todo eso odiaba el capitalismo español del modelo kirchnerista, y todo eso quiere revertir Mauricio Macri. Por eso, los poderes de allá lo “aman”. Y también por eso las fuerzas sociales y políticas emergentes que disputan la hegemonía en España y que están representadas por el partido Podemos tuvieron hacia el presidente derechista argentino una actitud de denuncia y repudio que los dignifica y enaltece, y por la cual muchos/as argentinos/as estamos agredecidos/as.
Y si bien hablar de amor y odio para analizar relaciones de poder y negocios puede parecer una forma de banalizar y ridiculizar los sentimientos, es una manera posible de sintetizar e interpretar simbólicamente la enorme profundidad histórica de los intereses nacionales y de clases sociales que están en juego cuando Macri, los reyes de España y Rajoy sonríen, se felicitan y se disfrazan (como lo exhiben las payasescas indumentarias monárquicas de gala que vistieron el presidente argentino y su esposa), al realizar gestos que intentan conquistar simpatías en la opinión pública.