Desde que asumió el gobierno, Mauricio Macri dio un giro de 180 grados en la política exterior argentina. El nombramiento de Susana Malcorra al frente de la Cancillería fue el primer gesto de su alineamiento total a las directivas trazadas desde Washington.
La diplomacia argentina perdió todo atisbo de independencia y cualquier intento de defensa de los intereses soberanos fue rápidamente descartado. En ese marco, y siguiendo las directivas de la Embajada norteamericana, Macri comenzó un ataque contra el Gobierno venezolano de Nicolás Maduro y contra los espacios de integración regional que se habían consolidado en la última década, UNASUR, MERCOSUR y CELAC.
A los pocos meses, el Gobierno de Cambiemos consiguió un aliado clave. El golpe de Estado contra Dilma Rousseff, en Brasil, puso en la presidencia a otro hombre que respondía a los intereses de la Casa Blanca, Michel Temer. El nuevo mandatario de facto brasileño, el presidente argentino y el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), el uruguayo Luis Almagro, se convertirían en piezas fundamentales para el ataque contra Venezuela.
Macri y el golpista Temer comparten su visión neoliberal y las políticas económicas de ambos Gobiernos rápidamente se pusieron en sintonía: ataque a la educación y a la salud pública, al sistema de jubilaciones y pensiones, desindustrialización y persecución judicial a los opositores políticos.
Otros dos Gobiernos neoliberales de la región entraron en sintonía con el argentino: Colombia, presidida por Juan Manuel Santos, y México, de Enrique Peña Nieto. Ambos países se encuentran bajo la órbita de la agencia norteamericana DEA. Su vínculo con este organismo no sólo no eliminó el flagelo del narcotráfico, sino que lo profundizó sembrado de terror y muerte su territorio.
“Dime con quién andas y te diré quién eres”, reza un viejo dicho. Las alianzas que, en el camino de su alineamiento con Washington, ha tejido Mauricio Macri en la región no avizoran un futuro auspicioso para los argentinos.
El ex diputado nacional del Frente para la Victoria (FpV) Carlos Raimundi, en diálogo con Contexto, aseguró que “el mundo se encuentra en una situación sumamente delicada y de gran inestabilidad política. Hoy, el modelo de la globalización, del capital financiero globalizado, está fuertemente cuestionado. Esto es por la desmesura del régimen de acumulación que hasta hace no mucho tiempo mantenía a los centros de poder (Estados Unidos y Europa) dentro de los sectores más beneficiados por el modelo. Pero, en la actualidad, la irracionalidad de ese proceso de acumulación ataca no sólo a los países que se conocieron tradicionalmente como periferia, sino también a los países centrales. La segunda razón es la aparición de un actor como China, que entra en disputa geopolítica con el capital de origen norteamericano”.
“Hasta 2015, los Gobiernos populares de América Latina habían tenido una posición autónoma de la situación internacional. Al inclinarse sobre el eje de los BRICS desafiaron la condición que históricamente tuvo América Latina, que era estar bajo el área de influencia de Estados Unidos”, señaló.
Raimundi remarcó que “con el final del Gobierno de Dilma Rousseff en Brasil, y de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, y con el debilitamiento de la situación en Venezuela, la región se inclinó nuevamente hacia el eje geopolítico proimperialista. Esto se refleja en un resurgimiento del poder de la OEA por sobre la CELAC y en la debilidad que tiene hoy UNASUR”.
“Tanto Temer como Macri apostaron al triunfo de Hillary Clinton en las elecciones de Estados Unidos, porque representaba la expansión del sistema financiero globalizado. El triunfo de Donald Trump llevó a la diplomacia argentina a dinamitar el MERCOSUR, para luego inclinarse a una alianza con el bloque del Pacífico, representado por países que tienen como denominador común haber sido todos firmantes de acuerdos de libre comercio con Estados Unidos. Hacia ese eje buscan redireccionar la política de la región”, aseguró.
El ex diputado del FpV señaló que “este redireccionamiento no sólo se refleja en la política exterior, sino también en el modelo de política interna. Modelos que desprotegen el desarrollo industrial de sus países, que utilizan el descenso del salario como variable de ajuste de sus economías, que privatizan la educación y de salud, y que se alinean dentro del modelo de defensa de Estados Unidos”.
“La instalación de bases militares, la compra de armamento, las votaciones en los organismos internacionales y la excusa de la lucha contra el narcotráfico para alinear el país dentro de un sistema de control internacional, son todas partes de la misma estrategia”, afirmó.
Raimundi remarcó que “la experiencia demuestra que cuando América Latina se alineó detrás de la estrategia de la DEA, esa estrategia se concentró en el control militar de las áreas de cultivo. Eso convirtió a nuestra región en vulnerable a la dominación militar y tecnológica de los Estados Unidos, pero no redujo ni los niveles de consumo ni los problemas del narcotráfico en sí. Esto sucede porque la DEA no es un dispositivo para neutralizar ni el consumo ni el negocio del narcotráfico. Nuestros países deberían unirse para proponer mecanismo de control al consumo y a la cadena de valor que se multiplica en los Estados Unidos, no en nuestros países”.
“Existe una especie de división internacional del trabajo en materia de narcotráfico. Hasta ahora, la DEA lo único que ha logrado es que Estados Unidos mantenga el nivel de consumo, que se mantenga la cadena de valor, que se autorice el lavado de dinero y que nuestros países pongan los muertos. La DEA no ha dado ningún otro resultado”, concluyó.