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Micaela: Vivir en los barrios

Contexto (en Concepción del Uruguay)

«Atrás de la foto de Micaela –riéndose con los chicos– había una copa de leche, hay apoyo escolar, hay tiempo, hay sacrificio; es dejar de hacer otras cosas un fin de semana por estar en los barrios», comentó Fernando. Él milita en el Movimiento Evita y su hijo Damián es el referente de la JP Evita.

Fernando está con su hija Nayla, una nena de unos diez años con una remera que dice “Micaela Somos Todas”, y Karol, su esposa dominicana –que también tiene un hijo militando en esta agrupación–, tomando mates lavados y charlando con compañeros en las puertas del CEF de Concepción del Uruguay donde adentro el círculo más íntimo de Micaela García estaba despidiéndola.

“La Negra era una zarpada. Era una piba que hacía ruido y que todos la escuchaban”, recuerda Fernando.

A un costado, cuatro compañeros se abrazaron tras haber colgado banderas, carteles y fotos. “Por vos juramos vencer”, se lee en sus espaldas.

«Ahora seguimos convirtiendo este dolor en lucha», dijo Jonti, también militante de la JP Evita. «Es lo que significa Micaela para todos nosotros; ella luchaba por los derechos de todos».

Cuando suenan los bombos de lejos, los jóvenes corren dos cuadras, hasta el Boulevard Yrigoyen. La JP Evita de esta localidad se pone al frente de una gran columna que encabezan las mujeres. “Negra, mi buena amiga, vivirás siempre en la Villa Mandarina, en cada barrio de Concepción, en cada centro por Justicia e Inclusión. Levantamos tu bandera, tu lucha y tu pasión; te juramos, compañera, venceremos en tu honor”, cantaban riendo y llorando a la vez. Levantaban banderas rojas, negras y azules, sostenían carteles donde se ve a La Negra sonriendo.

Dentro del CEF, dos filas de sillas separan el gimnasio del féretro. Al lado una foto de Micaela, una guitarra, una pantalla gigante y una figura de la Virgen María con un cartel: “Con tu sonrisa como bandera”, frase que también muchos llevaban en las remeras.

La pantalla pasaba fotos. Allí se veía quién era Micaela, quién era La Negra. De fondo, «Juguetes Perdidos», himno ricotero por excelencia. Se la ve haciendo deportes, se la ve con amigos, con compañeros, con niños. Se la ve marchando a puro redoblante, se la ve con un cartel que dice que son 30.000. Se la ve en el barrio Villa Mandarina, se la ve laburando por los pibes, jugando con ellos, escuchándolos; se la ve militando.

Al final de la proyección, la JP Evita irrumpió en el lugar. Lo saben todos, Micaela militaba con ellos. Vinieron de Santa Fe, Paraná, La Plata, Quilmes, Berazategui, Mar del Plata. Muchos, la gran mayoría, no alcanzaron a conocerla pero estaban ahí, apoyando a los compañeros, a los familiares, pidiendo justicia. Sabiéndose compañeros de luchas, sabiendo que Micaela es también una nueva bandera. Y los gritos lo dicen: por vos juramos vencer, por vos juramos vencer, Negra querida vivirás siempre en la JP.

Una militante de género

En las gradas estaba el último mural que pintó La Negra: “Las paredes se limpian, las pibas no vuelven”, al lado, su bandera de la JP Evita que llevaba a cada marcha. Micaela, víctima del femicida Sebastian Wagner y de un Poder Judicial patriarcal cómplice, murió dando batalla a su lucha más importante; Micaela era una militante de género.

Era quien armaba proyectos con las mujeres del barrio, con las trabajadoras populares, era quien discutía donde podía contra los machismos diarios, era la que movilizaba pidiendo igualdad. Micaela sabía también que hay un Gobierno que recorta políticas públicas para erradicar la violencia de género; un Estado que a veces no está y que las pibas no pueden volver. La Negra, sobre todas las cosas, sabía que no hay justicia social sin igualdad de género. Esa era una de sus principales banderas.

Con chalecos negros que llevan la cara de Néstor Kirchner o de Eva Perón, cuatro mujeres de cada lado, con rostros serios casi inertes hacen un pasillo por donde pasa la gente a dar ese adiós y saludar a la familia. Enseguida entra un pequeño grupo del Frente de Mujeres del Movimiento Evita. Rodean el cajón abrazadas, murmuran algo que no se oye y levantan los dedos en V. La primera mujer de ese pasillo lloró mientras apretaba fuerte las manos de sus compañeras.

Vamos, negrita, baila hasta el fin

En la sala están también las diputadas Juliana Di Tullio, Adela Segarra, Mayra Mendoza, Lucía Portos, Lucila De Ponti, el ex Canciller Jorge Taiana, los diputados Leo Grosso y Juan Manuel Abal Medina, entre otros referentes políticos que se acercan a acompañar a la familia.

Andrea Lescano, la madre de Micaela, vestía la camiseta de voley de su hija, que dice «Negra». La gente la saluda llorando y ella, que dice estar en paz, que está en calma, consuela a todos.

En un playón contiguo, afuera, una militante, cercana a los diputados que allí llegaron, recibe un mensaje. No tiene el número agendado, pero le preguntaron si está en Concepción. Responde que sí, sin saber a quién y esperando esa respuesta. Resulta ser Marcelo Figueras, biógrafo del Indio Solari, uno de los músicos predilectos de La Negra. El escritor pregunta entonces si es cierto que estaban sonando todas canciones de Los Redondos. Además de «Juguetes», «Gualicho» y «Caña Seca» y «Un membrillo» también sonaron esa tarde. El Indio quiere hablar con los padres, dice Marcelo. Los nervios, el asombro, ganan hasta a un diputado que sale corriendo a pedirle a los bombos que se callen; es el Indio charlando con Néstor “Yuyo” García, el padre de Micaela, quien le pide un mensaje para los compañeros.

«Sé que Micaela era una bella niña, una bella muchacha, muy solidaria. Tenía una carga de pasión y honestidad, que hoy en día son pasiones que no abundan. Como siempre, los buenos se van antes”, dijo el ex líder de Los Redondos amplificado a una multitud silenciosa, antes de cantar por pedido de la madre.

Quisiera que me recuerden

“Yuyo” agarra el micrófono e invita a quien quiera a hablar. Amigos, familiares, dirigentes, toman la palabra: el hermano que dice que no le interesa la política, que pensaba irse del país pero que ya se olvidó de esa idea, a los gritos, ensayando dos dedos en V, dijo que va a levantar el nombre de su hermana bien alto; las amigas que no militan, pero que van a luchar como lo hacía Micaela; los compañeros de Facultad con un texto destacando los valores; la amiga de la secundaria que dijo que fue La Negra quien le enseñó la importancia de ir a los barrios; los pibes y pibas de Villa Mandarina que estaban firmes junto a la foto de Micaela y por más que quisieran no pueden hablar porque no pueden parar de llorar; Damián, el referente de la JP de Concepción, que pide, como Fidel tras la muerte del Che, que los militantes “sean como Micaela”.

«Yo no sabía qué decir, pero encontré algo para leer», dijo la abuela sin titubear, y agregó: «Es un poema de Joaquín Areta, uno que seguramente recuerden porque lo leyó alguien muy especial».

Es “Quisiera que me recuerden”, el mismo texto del militante de la UES desaparecido que leyó en 2005 Néstor Kirchner. Una chica, apoyada en las vallas de las gradas, llora mientras repite a la par el texto. Abajo la historia se repite. Un chico que lleva el chaleco de organización mira para arriba, se muerde el labio, y llora también por esa piba que, como muchos, está conociendo ese día.

«Hasta ahí habló la abuela de Micaela. Ahora voy a hablar como compañera», dice la anciana una vez terminado el texto, acallando las palmas, y se saca el sweater; abajo lleva su remera de la JP.

«Atención, atención, abuela, te saludan los soldados de Perón» grita ahora la militancia a una abuela que promete llevar a su nieta hasta la victoria siempre mientras besa su foto.

Emilio Pérsico, referente del Movimiento Evita, celebra a la familia de la militante, quien valientemente encabeza el acto. «Micaela era una revolucionaria porque la revolución se trata de darle poder al que no lo tiene. Cuando les enseñan, cuando juegan a la pelota, cuando patean, cuando están en los barrios, a los chicos les dan poder», dice Pérsico, recordando el trabajo que hacía La Negra en Villa Mandarina. «Hemos sembrado la semilla de Micaela en la tierra más fértil que hay, que es el corazón de cada uno de estos jóvenes.»

En el nombre de Micaela

Yuyo y Andrea agradecen el cariño recibido y afirman nuevamente que van a seguir con las luchas de su hija, esta vez mediante una fundación que llevará su nombre. “Micaela nos mostró una forma de cambiar la realidad, y eso, multiplicado por una montón de gente, es lo que va a cambiar esta sociedad”, dijo Yuyo.

Por pedido del padre, militantes, amigos y dirigentes salen por la puerta de atrás mientras cargan un féretro lleno, de banderas y remeras, en una camioneta gris. Encabezan el cortejo las cámaras de los medios nacionales. Atrás la familia, los amigos, los que militan, los que no. El Boulevard Hipólito Yrigoyen se llena de gente. Un grupo de obreros, desde lo alto de una construcción, filma la procesión. Los balcones de Concepción son la vidriera de aquellos ojos que no se mezclan con la poblada a pesar de los carteles en alto que dicen que “todxs somos Micaela”.

Una mujer miró fijamente con ojos húmedos a la columna avanzar; con su mano tatuada sostiene una foto de Micaela y con la otra a una niña de unos diez años. Unas maestras sacaban fotos desde el cordón, imágenes que después van a compartir en su grupo de Whatsapp con otras, que van a decir que politizaron una muerte, queriendo ignorar que La Negra hizo de su vida un hecho político.

Una compañera de la JP grita el nombre de Micaela y todos responden instantáneamente que está «presente». En cada cuadra, la chica repite el mismo grito. Llegando al cementerio, su voz está desgastada pero insiste entre campanadas. A un costado se lee nuevamente el último mural de Micaela. Entra la familia, los amigos y los curiosos, que son más de un centenar. Afuera quedan muchos.

En la puerta del cementerio municipal, unos diez niños caminan por el boulevard que lo bordea. Llevan cañas que mueven de un lado a otro ondeando banderas invisibles. Los pibes y pibas de Villa Mandarina cantan felices, ya no lloran: La Negra no se murió, La Negra no se murió, La Negra vive en los barrios, la puta madre que lo parió. Gritaban volviendo a sus casas, cantaban riéndose por la palabra permitida, por el poder ganado; cantaban con una sonrisa como bandera.


 

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