Por Cristian Secul Giusti
En 1997, el diario La Nación realizó unas Jornadas sobre Periodismo y Ética que contaban con la participación de reconocidos periodistas gráficos, radiales y televisivos de la época. El evento se realizó en tres días diferentes y se dividió en tres mesas: la primera correspondía al eje “El poder de la palabra escrita”, la segunda a “La inmediatez de la radio” y la última a “Las relaciones con el poder”. En cada uno de esos abordajes, los periodistas desarrollaron sus visiones y respondieron a las inquietudes de los presentes (estudiantes de periodismo, trabajadores de prensa e intelectuales de la academia).
Si bien ha pasado el tiempo, las Jornadas obtuvieron cierta trascendencia en los años venideros porque fueron editadas en un libro de circulación masiva titulado Periodismo y Ética, editado y prologado por Carlos Gabetta. La publicación detalla la presencia de los expositores periodistas y efectúa un breve perfil laboral de cada uno de ellos. Entre otros, los participantes fueron: Santo Biasatti, Nelson Castro, Oscar Gómez Castañón, Ricardo Kirschbaum, Jorge Lanata, Joaquín Morales Sola, Magdalena Ruíz Guiñazú y Horacio Verbitsky.
A veinte años de la realización de estas Jornadas, resulta interesante recuperar ciertas nociones periodísticas esgrimidas en ese momento porque, por un lado, permiten comprender la perspectiva histórica del periodismo en dicha época y, por otro, admite reflexiones sobre el devenir de la profesión y los modos en los que cada uno de los disertantes logró ubicarse en los principales medios de comunicación masiva en la actualidad.
En este sentido, conviene hacer un breve repaso por los ejes propuestos tanto en las Jornadas como en el libro para advertir los mecanismos de construcción discursiva que presentan los periodistas en el momento del relato y de su implicancia contextual (a poco de cumplirse ocho años del Gobierno de Carlos Menem y a escasos meses del asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas en Pinamar, durante el verano de 1997).
¿Corrupción? Una mirada única hacia lo estatal
El primer ítem que se advierte en el libro y, por añadidura, en esas Jornadas refería al posicionamiento de los medios de comunicación y el periodismo en las temáticas de justicia. A partir de ello, los periodistas situados en dicho eje debían responder sobre el rol de la corrupción estatal y las decisiones editorialistas o morales que los implicaban. A estas instancias, Verbitsky destacaba la complejidad que podría traer aparejada la posibilidad de recostarse en el periodismo para señalar actos de corrupción. De este modo, se subrayaba la complicación primordial de las instituciones gubernamentales a la hora de enfrentar el tema y la imposibilidad del periodismo en el momento de actuar de modo colectivo frente a ciertas injusticias. En ese caso, el histórico columnista de Página/12 enfatizaba en la figura de Walsh por su “periodismo excepcionalmente valiente y capaz”, cuya producción supo naufragar por desinterés de colegas e instituciones.
En sintonía con los conflictos institucionales, el por entonces prosecretario general de redacción del diario Clarín, Ricardo Kirschbaum, señalaba el escamoteo y la política de ocultamiento del Estado como impedimento para el desarrollo periodístico. De esta manera, recordaba la existencia de reglas básicas en el universo de la prensa: “la decencia, la honestidad y el esfuerzo aplicado a la búsqueda de la imparcialidad y la verdad”. Siguiendo esta línea, el representante de Clarín se negaba a considerar el universo del periodismo como un poder: “Es una forma de distorsionar la tarea del periodismo […] si un medio o un periodista pierden credibilidad, el público comienza a condenarlos”.
Por tanto, es posible anotar que el eje diagramado proponía una focalización sobre la situación de la corrupción estatal en desmedro de la incumbencia privada que, salvo ciertos aspectos esbozados por el propio Verbitsky, no logra convocar una fuerte crítica en dicha sección de la Jornada. Esto permite comprender hoy que es un aspecto que se fue recuperando fuertemente en años posteriores, en donde el llamado “poder real” pudo visibilizarse en aspectos sobresalientes. Asimismo, el hecho de considerar al periodismo como un elemento no relacionado con el poder es también una característica propia de la hegemonía discursiva del momento, pero que en la actualidad es puesta en crisis (aunque se advierte la regresión en las actuales producciones periodísticas de los medios de comunicación masiva).
Una inmediatez mediada
En relación con la segunda disposición de la Jornada, las preguntas se orientan hacia la credibilidad de los periodistas y las consideraciones sobre la radio como medio informativo dentro de ese marco. En función de ello, Magdalena Ruíz Guiñazú –quien por entonces trabajaba en Radio Mitre– sostenía la importancia de no caer en el descrédito y ser testigos hasta las últimas consecuencias en el oficio del periodismo.
Continuando esta idea, Nelson Castro –quien conducía su programa en Radio del Plata– señalaba que los periodistas contaban con un nivel de relevancia que debía ser prudente, “para no caer en el descrédito, para no creer que somos los protagonistas de la historia”.
Por su parte, Oscar Gómez Castañón –que se encontraba como conductor de las mañanas en Radio Continental– remarcaba la importancia de ser creíbles en la distribución de la información y también “absolutamente objetivos”. En tanto, Santo Biasatti –en su rol de trabajador de Telenoche y Radio Rivadavia– relativizaba la perspectiva que indica que los periodistas instalan un tema en la sociedad: “Ningún periodista, en ningún medio, instala en la sociedad un tema si esta no lo quiere, si esta no lo establece”.
En las cuatro exposiciones cabe destacar que se postulaba un ideal de periodismo que también se desempeña sin las pautas de las corporaciones y que, muy por el contrario, se desarrolla como una cuestión de manifestantes: se debe procurar el crédito brindado por la sociedad (en rigor de un juicio objetivo) y se trabaja para conducir temas, no para provocarlos o configurarlos. Esto, en la actualidad, puede comprenderse como una falacia que reconoce sus debilidades en, por lo menos, dos cuestiones: el periodismo no se viste de testigo ni tampoco resguarda bajo siete llaves su subjetividad; el discurso de la información es un actuante activo y, con la mayor intensidad posible, interviene en los hechos a partir de una instancia subjetiva que no solo instala los temas, sino que los profundiza y los subvierte a límites impensados.
Una trama con poder (y con una dirección)
En tanto, la última mesa de discusión –o simplemente de opinión– despliega un abordaje sobre las relaciones entre el periodismo, los medios de comunicación y el poder político. En ese aspecto, Jorge Lanata –quien conducía «Día D» en el canal América– señalaba que las críticas sobre este tema siempre venían desde el desconocimiento o desde una versión académica de la realidad, es decir, “separada del objeto”. Profundizando esta idea, Lanata remarcaba que existe una división en el universo de la información: una que se considera periodística y otra que sería política. La primera sólo revisa la validez de la información y la segunda la utiliza para los propios fines: “Podemos preguntarnos también si está bien que un periodista se afilie a un partido político, o que un periodista sea funcionario de un determinado gobierno”.
Sumado a esta idea, el histórico columnista de La Nación, Joaquín Morales Solá, enfatizaba en la posibilidad de ubicar al periodismo como algo ajeno a la oposición o el oficialismo político. Más aun, el periodista resaltaba la capacidad de encontrar un camino emancipador que garantice la confianza de la sociedad: “Lo que más le molesta al poder es la independencia de los periodistas”.
Por esta razón, se entiende que la construcción de este eje tejió postulados complejos de precisar. Entre las definiciones, se establecieron ciertos componentes también llamativos: el periodismo depende de sí mismo, no persigue intereses ligados a las empresas y sólo está sujeto a la búsqueda de la información. De esta manera, la creación de la figura del periodista es conjugada a partir de relaciones voluntativas que no parecen estar insertas en una compleja red de complicidades, colaboraciones y operaciones.
En este sentido, la lectura actual de las Jornadas pueden comprenderse de un modo transversal y polémico: el periodismo y, por consiguiente, su ética variable parecían circular por un carril diferente al del poder. Este último, de hecho, se encontraba en las antípodas del desempeño periodístico y, para sumarle un aditamento más complejo, sólo estaba relacionado con lo político o los partidos políticos. Por tanto, la salsa del poder, en estas disertaciones, se encontraba ubicada a kilómetros de distancia de las corporaciones. Es decir que el poder económico no se colocaba en discusión porque el principal enemigo (o aliado tenso) supondría un orden político-partidario. Frente a esto, conviene pensar en lo que sucede hoy en día. Tal vez por dos cuestiones iniciales: porque el discurso de los medios de comunicación masiva propone un modo despojado de intereses para entender la información y porque se renueva la idea del deber ser y de lo independiente en pos de “la verdad”.
Ante esto, sirve preguntar cuál es la verdad si la ética y el periodismo están sujetos a un poder real que está fuera de discusión.