Por Elkin Giraldo Castellanos
Cuando me preguntan sobre Argentina, de la gente, de su comida, de lo que bailan, siempre respondo lo mismo: que la gente es amable, que la comida es deliciosa y en baile los colombianos tenemos más experiencia. En cambio, cuando me preguntan si el país está bien o mal económicamente, si se parece a Venezuela, si es verdad que Cristina se ha robado todo y el país está en quiebra por ella, les digo que no sé. Lo único que yo les puedo hablar es de la Argentina que conozco, esa que en 2013, cuando llegué a este país, no necesitaba policía para estar tranquilos en una plaza de la ciudad de La Plata tomando mate, esa que cuando ibas al supermercado veías productos nacionales y se te hacía extraño no ver una marca yanqui invadiendo las góndolas.
La Argentina que conozco es una Argentina que se enorgullecía de ser la primera generación en recibirse de una Universidad nacional y que cada ocho días comía un asado, típico de este país. Hablo de 2013, 2014, 2015, años en los cuales parece que por lo menos la tranquilidad era lo primordial. Ahora todo cambió, una ruptura es notoria desde que asumió un nuevo Gobierno, algo pasó. Las personas andan más molestas, los estudiantes desertan porque no pueden sostenerse ni siquiera en una Universidad pública, mientras algunos dicen que es por los extranjeros que venimos. La realidad es otra, es lo palpable lo que se percibe, el día a día. Quizás sea justamente mi mirada migrante la que me ha permitido reconocer que hay un antes y un después. No digo que todo haya sido color de rosas, pero no me interesa hablar de eso; algunos tienen su tiempo invertido en ello. Lo mío es poner mi punto de vista del país que amo y en el que he vivido hace cinco años. Es poner de manifiesto mi interés porque el país en el que habito sea mejor, y claro que depende del Estado, claro que depende de nosotros, por supuesto que todo puede mejorar.
El conflicto social es muy grave cuando se está hablando de personas como si fueran cosas, el conflicto es terrible cuando hay personas que ponen en duda que pagarles a los maestros como corresponde es quitarles el dinero a “la gente de bien” que trabaja todos los días. Lo único que falta es que pase lo que sucede en algunos países latinoamericanos, como Colombia, donde las personas están clasificadas por estratos, siendo uno el que menos tienes y siete el que se puede pagar la Universidad.
Como estudiante de comunicación de una Universidad pública me parece de real interés lo que acontece en Argentina, y ojalá sólo bastara mi mirada para darle solución a lo que se está viviendo y encaminar el rumbo. Pero ¿qué se está viviendo? Se está viviendo una situación de zozobra, de miedo, de angustia, de tener que salir todos los días a reclamar lo que debería ser justo hace ya bastante tiempo.
Las campañas para las elecciones legislativas (22 de octubre) están a pleno, es verdad. Eso no indica que haya que desconocer el descontento de gran parte de la sociedad, y no es un descontento con una persona o un partido, es el descontento de sentir que hay alguien con “más derecho” quitando los derechos, la dignidad. El paso que va tomando Argentina es un paso que hay que frenar, entre todos, entre los que creemos, entre quienes estamos convencidos de otra Argentina, esa que respeta su vida no importando de qué partido es o de dónde viene.
La historia argentina es particular, como la de todos los países. Justo es en esa particularidad donde radica la importancia. Las dictaduras como se conocían quedaron atrás; ahora hay otras formas, otros modos, con más poder y más eficacia. Algunos se están aprovechando, pero otros ya nos dimos cuenta de que la única manera es una organización real, con eficacia, con compromiso.
La Argentina que conozco es la que quiero, la que se resiste a dejar de ser y la que espera que no se bajen los brazos, ¡nunca!