Los asesinatos de líderes sociales en Colombia no cesan. Esta semana, el líder campesino Ezequiel Rangel Romano, miembro de la Asociación de Campesinos del Catatumbo, fue hallado muerto de varios disparos.
En lo que va de 2017, fueron asesinados 68 líderes sociales, seis excombatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC – EP) y nueve de sus familiares.
El Movimiento Marcha Patriótica denunció que, en el último tiempo, 138 de sus miembros fueron asesinados por el paramilitarismo.
Mientras avanza la aplicación del acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC – EP, el paramilitarismo desangra a Colombia. El fantasma de la masacre ocurrida en los ochenta sigue vigente. En aquella época, alrededor de 5 mil miembros de la guerrilla que habían dejado las armas y se habían incorporado a la vida política creando el partido Unión Patriótica (UP) fueron asesinados.
En diálogo con Contexto, Lido Iacomini, responsable de Relaciones Internacionales de Carta Abierta y analista internacional, señaló que “para intentar dar explicación a un proceso de esta naturaleza hay que tener en cuenta varios aspectos. En principio, hay que ver que, para que el proceso de paz fuera posible, se conjugaron, por un lado, la necesidad de la antigua guerrilla colombiana de acomodarse a una nueva situación internacional que no era para nada favorable para continuar la lucha armada. Evidentemente, la lucha política le brida a las FARC mejores condiciones para cobrar un carácter de masas y poder disputar el poder desde un lugar distinto”.
“En la clase dominante colombiana la situación fue contradictoria. Uribe fue el representante del sector más retrógrado y se opuso al proceso de paz. Por ello, Santos tuvo que dividir fuerzas en los sectores dominantes para conducir ese proceso. Santos representa un sector de la burguesía que prende un tipo de desarrollo al que la vigencia de la guerrilla y la lucha armada hacía inviable”, remarcó el analista.
Por último, Iacomini señaló que “sin dudas, con la incorporación de la guerrilla a la vida política, la izquierda puede sentar las bases que le permitan una participación clave en la vida democrática de Colombia. Esto es visto con preocupación por un sector de la burguesía que intenta limitar esas posibilidades, tratar de impedir que una nueva fuerza de izquierda entre de manera vigorosa a la vida política, y para ello van a tratar de dejarla con la menor cantidad de cuadros políticos posible”.