Motivado por los intereses de un reducido sector reaccionario de cubanos exiliados en Miami, asesorado por el senador republicano ultraderechista Marco Rubio, y con un discurso que parece extraído de una vieja película de la Guerra Fría, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha decidido endurecer la política hacia Cuba.
En junio de este año realizó un acto en Miami, en el barrio conocido como “La pequeña Habana”. Allí estuvo rodeado de mercenarios que habían participado en el intento de invasión a Playa Girón y Bahía de Cochinos (1961), sectores de vinculados a la mafia, al terrorismo y a exmiembros de la dictadura de Fulgencio Batista. En ese contexto anunció que suspendía “el último acuerdo de la pasada Administración” (en referencia a los convenios firmados por Barack Obama), y su argumento fue que en Cuba “los beneficios de la inversión y del turismo han ido directamente a las Fuerzas Armadas”.
En septiembre, en la cumbre de Naciones Unidas, el mandatario norteamericano anunció que endurecería el bloqueo contra la isla y aseguró que su gobierno enfrentaría al “corrupto régimen desestabilizante de Cuba”.
En un nuevo y triste capítulo del ataque contra Cuba, con un relato extraído de una mala película de espías, el gobierno norteamericano retiró gran parte de su personal de la embajada en La Habana tras denunciar un “ataque sónico”.
Según la denuncia del Departamento de Estado, sus diplomáticos habrían sufrido pérdida auditiva, mareos, zumbidos, dolores de cabeza, fatiga, problemas cognitivos, dificultades para dormir y lesiones cerebrales leves durante su trabajo en la isla. Bajo esa excusa, el gobierno de Trump decidió suspender la emisión de visas en la embajada en Cuba de manera indefinida y recomendar a sus ciudadanos no viajar a la isla.
El secretario de Estado, Rex Tillerson, anunció que “hasta que el gobierno de Cuba pueda garantizar la seguridad de nuestros diplomáticos en Cuba, nuestra embajada quedará reducida a personal de emergencia”.
En respuesta a esta decisión, mediante un comunicado del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, la directora general para Estados Unidos, Josefina Vidal, señaló: “Hemos conocido un comunicado del Departamento de Estado que informa la decisión del Gobierno de EE.UU. de reducir el personal de su Embajada en La Habana”. “Como informamos el pasado martes 26 de septiembre, en la reunión sostenida ese día, a propuesta de la parte cubana, con el secretario de Estado, Rex Tillerson, nuestro ministro de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez Parrilla, le advirtió de no tomar decisiones apresuradas que no se sustentan en evidencias ni en resultados investigativos concluyentes; lo instó a no politizar un asunto de esta naturaleza; y le reiteró la solicitud de cooperación efectiva de las autoridades estadounidenses para llevar a buen término la investigación en curso sobre los alegados incidentes con diplomáticos de EE.UU. en La Habana”, agrega el escrito.
El texto también señala que el ministro “enfatizó que el Gobierno de Cuba no tiene responsabilidad alguna en los alegados hechos y cumple seria y rigurosamente sus obligaciones con la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961, en lo que respecta a la protección de la integridad de los agentes diplomáticos acreditados en el país y sus familiares, sin excepción”.
“Consideramos que la decisión anunciada por el Departamento de Estado es precipitada y va a afectar las relaciones bilaterales, en particular, la cooperación en temas de interés mutuo y los intercambios de diversa naturaleza entre ambos países”, concluye el comunicado.
Como si faltara algún dato más para tender sospechas sobre el relato del “ataque acústico”, la agencia norteamericana Associated Press (AP) remarcó el carácter de espías de los supuestos diplomáticos que sufrieron los daños.
“No fue sino hasta que los espías estadounidenses que trabajaban bajo cobertura diplomática reportaron oír extraños sonidos y sufrir efectos físicos que Estados Unidos detectó que algo iba mal”, asegura AP.
Todo indica que sectores del gobierno norteamericano quisieron buscar una excusa para endurecer las políticas hacia Cuba y, para ello, decidieron contar una historia parecida a las que ocurrían con el famoso personaje cinematográfico, el agente 007, James Bond. Sin embargo, el relato tomó ribetes tan ridículos que terminó pareciéndose más a una de las historias del personaje humorístico de Mel Brooks, el superagente 86, Maxwell Smart.