En el contexto de una reducida pero incipiente escena de stoner-rock en La Plata (junto a proyectos como Gran Cuervo o Knei), la irrupción de Katon gana peso por su capacidad de acción, ubicándose en el epicentro de un remolino que parece estar apenas empezando a expandirse. Este primer disco -que fue grabado dos veces después un primer intento demasiado prematuro-, muestra las herramientas más idóneas del trío nacido en Chascomús: una base pesada (Franco Dubois se destapa como un gran baterista, de brazos largos y golpes ágiles) y las distorsiones abrasivas de la Fender Mustang del Furia, un guitarrista aguerrido y de esencia blusera que digita riffs oxidados y construye texturas rasposas.
Siguiendo con las principales claves del género, las canciones de Katon construyen sus fórmula entre la repetición, la potencia y el volumen, creando mantras tormentosos y catárticos. Con la voz del Furia apareciendo con intermitencia -y logrando presencia y prestancia en algunos lapsos como en «Radionucleido»-, las canciones parecen hundirse en cavernas oscuras, casi siempre con finales abruptos o fantasmales, como en ese track oculto que dura más que la totalidad del disco, en donde el trío se carga una jam pesada que parece no acabar más.
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