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Panorama de transferencia científica

Por Federico Peron*

En el año 2012, durante una conferencia en el Instituto de Biología y Medicina Experimental, el entonces (y actual) ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación, Lino Barañao, expresaba: «Si ustedes ven cuántos son los investigadores que hacen transferencia de tecnología, no son más del 5%, siendo generosos». A cinco años de aquel discurso, no hay cambios en el sistema científico tecnológico argentino.

El escaso número de tecnólogos en el país atenta contra las pretensiones de un modelo desarrollista, principalmente por lo que refiere a patentes. Según datos de la Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología (RICyT) correspondientes al período 2007-2015, en Iberoamérica, CONICET ocupa el puesto 17 en cuanto a cantidad de patentes internacionales, con 64. Esta misma estadística ubica en el primer lugar al Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, con 965.

A estas 64 patentes a nivel internacional, se le reconocen a la Argentina otras 176 nacionales. Con estas 240, ocupa el séptimo puesto en cantidad de patentes a nivel iberoamericano, por detrás de España, Brasil, México, Portugal, Chile y Colombia. El RICyT remarca que este dato es llamativo por su bajo volumen, si se considera que “en gasto en Investigación y Desarrollo, en cantidad de investigadores y cantidad de artículos científicos, se encuentra consistentemente en el tercer lugar de América Latina, luego de Brasil y México”.

Esto está en relación con que Argentina no es miembro activo del Tratado de Cooperación en materia de Patentes (PCT), por lo que, como explica el director del grupo de Nanotecnología del Instituto de Química de San Luis, Dr. Julio Raba, «patentás primero a nivel nacional y viendo como prospera, con las relaciones que puedas tener, después la patente puede ser internacional», porque hacerlo a nivel nacional es más económico, mientras que a nivel internacional tiene un costo que limita el trabajo de los inventores argentinos.

La devaluación del peso sumada al proceso inflacionario que atraviesa el país en los años recientes dificultan costear los gastos de patentamiento en el exterior, que llegan a ser de hasta US$ 3.000 en algunos casos, según el sistema de PCT. Si bien CONICET logró que su partida presupuestaria se ajustara por inflación, los demás institutos públicos que componen el sistema científico tecnológico nacional no lo consiguieron, lo que conlleva un desfinanciamiento del sistema y la consecuente imposibilidad de lograr competitividad a nivel internacional.

La relación entre la titularidad y la cantidad de inventores es otro aspecto negativo. Argentina cuenta con 683 inventores o equipos de trabajo abocados a hacer transferencia.

Si bien tener más inventores que titulares es una constante entre los países iberoamericanos, la situación en otros países es más pareja, al poseer una proporción más próxima al 1 a 1; en Argentina es de casi 3 inventores por patente. Esto puede tener dos posibles explicaciones: la imposibilidad de las empresas locales de apropiarse de la invención, fruto del trabajo de los desarrolladores en el país; una gran cantidad de tecnólogos argentinos que trabajan para el sector privado y patentan fuera del país.

Este es el panorama para quienes hacen transferencia en Argentina, donde, si bien, como analiza el director del Instituto de Investigaciones en Tecnología Química, Luis Cadus, «los últimos diez años fue un renacer del CONICET prácticamente», no están claras las metas, y esto atenta contra el prestigio logrado por los científicos en el tiempo reciente; luego, si se descontextualiza lo que hacen y «se empieza a hablar de «ciencia útil» o «ciencia inútil», estamos en muy mal camino».

Tratado de Cooperación en materia de Patentes

El PCT es un tratado internacional ratificado por 152 Estados contratantes por el cual se puede solicitar la protección de una invención por patente mediante la presentación de una única solicitud “internacional” en un gran número de países, sin necesidad de cursar por separado varias solicitudes a nivel nacional o regional.

Para patentar bajo este tratado, primero debe presentarse una solicitud internacional ante una oficina nacional o regional de patentes o ante la Organización Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI). Continúa con una búsqueda internacional de documentos publicados relativos a patentes y bibliografía técnica que pueden afectar el proceso. Superada la búsqueda, se procede a la publicación internacional, en que se divulga la patente. Finalmente, la fase nacional, en la que las oficinas nacionales de los países miembros del PCT conceden la patente.

Desde el momento en que se presenta la solicitud a nivel nacional, o bien por el PCT, hasta que es aceptada transcurre un período de doce meses. Luego, producto de la búsqueda internacional obligatoria, de seis meses hasta la publicación por la OMPI, y otras dos instancias opcionales para ampliarla, pasan otros dieciocho meses. Al entrar en la denominada Fase nacional habrán pasado treinta meses desde la primera solicitud.

El beneficio de recurrir a este procedimiento de patentamiento internacional es, por un lado, que, cumplido los plazos establecidos, la patente es reconocida de forma casi automática en todos los países miembros y, por otra parte, sus costos son más bajos que al hacerlo mediante el Convenio de París, en el que luego de reconocerse la patente nacional puede optarse por solicitar patentes internacionales en cada país que se desee.

“La Universidad está retrocediendo”

Luego de observar el panorama que afrontan los tecnólogos en el país, queda por analizar el ámbito donde ellos desarrollan su actividad: las Universidades nacionales. Luis Cadus, director de INTEQUI, nos da su visión sobre el rol que asumen y el que tendrían que asumir las instituciones dentro del sistema científico-tecnológico argentino, las falencias del sistema y el verdadero debate que debiera darse en relación con el proceso de transferencia científica.

-¿Las Universidades deben dedicarse a hacer transferencia?

-Sin ninguna duda, porque, si lo miramos desde el punto de vista didáctico, es una actualización natural de sus planes de estudio. Un contacto con una realidad donde estás formando a una persona para ir a intervenir sobre esa realidad. Estaría discutiendo a diario con quién va a usar la tecnología, la asistencia técnica, la capacidad de asimilación tecnológica.

-¿Cómo quedan posicionadas las Universidades en este juego?

-La Universidad se plantea neutra, y no se puede pretender que se plantee neutra y estudie cómo hacer para destruir la educación pública. Por ejemplo, ¿por qué nuestros economistas no estudian producción? Se habla siempre de cuestiones cosméticas y no de lo importante, lo estructural. La Universidad avala un programa de estudio que es financiero y no productivo. No se ve la discusión neurálgica sobre para qué formamos gente, qué queremos hacer, cómo intervenimos sobre la sociedad.

-¿Las Universidades están preparadas para que puedan surgir empresas desde su interior?

-Las Universidades no están preparadas. Tienen conocimiento acumulado y podrían crear, podrían participar con empresas, podrían tener participación activa en empresas, sin ninguna duda. Por ejemplo, «Start Up», empresas de base tecnológica o Spin-Off académicos.

-¿Esto no haría que la Universidad de vuelque definitivamente al mercado?

-Las únicas Universidades que se volcaron al mercado son las que no hacen nada, como las privadas, que no tienen laboratorios, no hacen ingeniería. La Universidad (pública) puede crear una empresa de base tecnológica por fuera, participar accionariamente, ayudar a decidir sobre los orígenes y destinatarios de esa tecnología, garantizar los royalties que la retroalimenten y no necesariamente cambiar sus fines institucionales.

-Entonces ¿es factible que surjan?

-No solo que es factible: debe ocurrir. La Universidad está retrocediendo, estamos en una Universidad de segunda generación y en lugar de ser una de tercera generación está siendo una de primera generación, que es solamente un lugar donde enseñar y que ve la investigación científica y la tecnología como un enemigo. La tercera generación es la Universidad que crea Spin-Off, que puede potenciarse hacia afuera, que mira hacia afuera.

-¿Cuál es el debate que queda por hacer en Argentina en cuanto a ciencia, tecnología y desarrollo?

-Primero, si las industrias van a necesitar lo que haga la Universidad. Nos miramos el ombligo todo el tiempo y creemos que el mundo nos necesita, pero no nos entiende y por eso no nos viene a buscar. Cómo justificamos que el Estado gaste, invierta o me diga que es un gasto lo que considero una inversión, cómo participo de esa discusión si no muestro resultados. Tenemos grandes resultados, como la legión de profesionales que generamos y que hacen funcionar nuestras estructuras, pero tenemos que funcionar mucho mejor todavía. Es difícil ver resultados cuando las instituciones renuncian a poner lineamientos prioritarios en las investigaciones.

-Para que haya ese cambio, deben aportar desde arriba a esto…

-En democracia, es en todos los sentidos. Abajo hay que crear masa crítica para protestar y reclamar y de arriba hay que ser lo suficientemente democrático como para entender que va por esa vía o tarde o temprano va a llegar el cambio igual. Pero con destrucción institucional y enriquecimiento personal no se puede llegar a ningún lado.

Datos y Fuentes:

«El estado de la ciencia 2016. El patentamiento internacional de los países iberoamericanos»: http://www.ricyt.org/publicaciones.

«Tratado de Cooperación en materia de Patentes»: http://www.wipo.int/pct/es/faqs/faqs.html


Julio Raba es Químico (UNSL) y doctor en Bioquímica. Desde 2015 es investigador superior del CONICET e integra el consejo directivo de Inquisal (Instituto de Química de San Luis), donde dirige el Grupo de Bioanalítica, Electroquímica y Nanotecnología.

Luis Cadus es ingeniero Químico por la Universidad Nacional de San Luis. Doctor en Ingeniería por la Universidad Nacional de La Plata. Investigador pPrincipal del CONICET y profesor titular exclusivo ordinario de la Universidad Nacional de San Luis. Director del Instituto De Investigaciones en Tecnología Química (INTEQUI; CONICET-UNSL).


*Estudiante de Periodismo de la UNSL