Por Carlos Barragán
Es miércoles 21 de marzo y llego desde La Plata a una radio comunitaria, de esas en las que podemos hablar ahora. Esta es Radio H de La Homero Manzi. Es el programa de Sergio Burstein y Gustavo Paúra. Me invitan a conversar, así, sin más tema que las ganas de charlar conmigo, y eso me cae bien, sobre todo porque no soy un especialista en casi nada. Y lo primero que les cuento es que tengo manchadas las manos con pintura blanca porque en La Plata me encontré con los compañeros de la Facultad de Periodismo pintando pañuelos en Plaza San Martín. Pasé para ir junto con ellos a la presentación del proyecto para que Hebe sea declarada ciudadana ilustre de la provincia y, como estaban con los pinceles y los moldes de los pañuelos, me puse a pintar. Me puse a pintar pañuelos para colaborar; podría haber ayudado a empujar un auto, o a juntar hojas, o a pintar una mesa. Recién cuando terminé el último sentí la emoción, y en lugar de pensar que los había ayudado, me dí cuenta de que me habían regalado esa oportunidad de dejar pañuelos de las Madres hechos por mí sobre unas baldosas que verán miles de personas. En el programa de Radio H llamaron a Luis D’Elía marcando el número de la cárcel de Ezeiza, y charlamos con él un rato. ¿Qué se le dice a un compañero que está preso? Lo que se me ocurrió fue que aguantara, que no sintiera que eso podía durar mucho más porque estos tipos hay cosas que ya no pueden hacer. Creí lo que le decía, pero nunca pensé que tres días después Luis iba a recuperar la libertad que le robaron. Hebe en La Plata contó el terror de las Madres cuando secuestraron “a las tres mejores”, como lo dijo ella. Contó que ninguna quería volver a salir, por el lógico miedo y porque sus familias razonablemente no las dejaban. Pero ella pensaba que tenían que salir a reclamar por las Madres desaparecidas, y volvieron a la Plaza, primero muy pocas que lograron convencer, y después las demás. Hebe cuenta que robaron sellos para tener los hábeas corpus que nadie les quería dar para llevar los reclamos a los organismos internacionales, cuando todavía creía en los organismos internacionales. Que viajaron a Estados Unidos y a Italia sin dinero y sin planificar nada. Que hicieron muchas locuras. Y bueno, “nos decían locas”, dijo, “y algo de locura hay que tener para hacer algunas cosas”. Luis D’Elía, el que frenó un golpe de Estado cuando le pegó un bife a un tipo que lo insultaba en Plaza de Mayo, me cuentan Burstein y Paúra que en el juicio se hizo amigo de ese hombre, tanto, que va a comer a su casa. Locuras de Luis las dos, la de salir con unos pocos más a poner el cuerpo aquella noche que se ponía muy oscura, y la de hacerse amigo de uno de los que apoyaban la oscuridad. Zannini también salió en libertad ayer, y se dio el gusto de ir a la plaza, él, que estuvo preso durante los años del genocidio. Y me pregunto si está bien festejar la libertad de quienes nunca deberían perderla. Quizá sí: festejamos que los enemigos de la libertad no puedan darse el gusto. Ayer decenas me besaron y me prometieron que vamos a volver, me compré un pin de Evita, me saqué fotos, canté algunas cosas y me comí un choripán gigante que me regaló Marcelo, el choripanero compañero. Mientras le daba mordiscos enormes, una mamá le ponía en la boca pedacitos de chorizo a su bebé de brazos. Calculé fácilmente que de ese bebé me separan más de cincuenta años, y que el humo del mismo choripán del compañero Marcelo nos envuelve en la misma historia. Y pensé que hay días buenos hasta en los peores tiempos. Y que, así como no me animé a pensar que en tan poco tiempo mis compañeros volverían a estar libres, tengo que animarme a pensar que otras cosas justas pueden pasar antes de lo que creo.