El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, dialogó con Contexto en el marco de la entrega del Premio Rodolfo Walsh a la Comunicación Popular, otorgado por la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata.
En una charla distendida, habló sobre una variedad de temas que reflejan su mirada sobre la política y la postura del espacio que conduce acerca del conflicto en Cataluña, el sectarismo de un sector de la izquierda y la disputa del sentido común en un marco de concentración mediática sin precedentes.
– ¿Qué significa para usted recibir el Premio Rodolfo Walsh, un reconocimiento que ha sido otorgado a destacados presidentes de América Latina?
– Es un enorme honor, un privilegio. No es un premio que merezca tanto yo, como sí el conjunto de mis compañeros en España. Me siento honrado de poder representarles a ellos recogiendo un premio tan prestigioso que, además, lleva el nombre de una referencia de la lucha por un periodismo digno.
– Usted ha sido asesor del vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Álvaro García Linera, y otro referente de Podemos, Juan Carlos Monedero, ha sido asesor en Venezuela, por lo cual tienen un amplio conocimiento de lo que pasa en la región. ¿Qué paralelos encuentra entre los procesos que hemos vivido en América Latina y los que se viven en España?
– Son estructuras económicas diferentes y realidades económicas distintas. La relación entre los países del centro y la periferia sitúa a los diferentes sistemas políticos en posiciones geopolíticas y económicas diferentes. A pesar de esas diferencias, América Latina nos ha dado herramientas para pensar la política. Para encontrar conceptos y categorías que nos sirvieron para superar situaciones de bloqueo que se estaban dando en nuestros países. A pesar de que no se pueden extrapolar de manera mecánica los estilos o las políticas exitosas que se han aplicado en esta región, América Latina nos ha servido para pensar la política de manera más laica, de manera más abierta. Creo que nuestros éxitos, en los últimos cuatro años, tienen que ver con esa manera de pesar, más abierta.
– Usted ha señalado en diversas entrevistas ser fanático de la serie Juego de Tronos. Si uno pensara el neoliberalismo como “los caminantes blancos” y la corrupción como “los Lannister”, ¿sería posible decir que Podemos, en este momento, está dando una pelea que no es contra el enemigo principal?
– Nosotros nos identificamos con Khaleesi, que con sus dragones plantea una reorganización del poder político. Juego de Tronos es una serie con muchos niveles de lectura y con interpretaciones políticas muy interesantes. No es mi serie favorita, pero a mí hay un personaje que me entusiasma mucho: Tyrion Lannister. Él encarna buena parte de las virtudes que Maquiavelo recomienda al príncipe, y al mismo tiempo es un sentimental. Esos dos elementos, la virtud política y la capacidad de conmoverse con las injusticias y de ponerse siempre del lado de los oprimidos y de los débiles, que es una de las características de ese personaje, me gustaría que fuera algo que se pudiera identificar con nosotros. En mi despacho tengo una fotografía de Tyrion.
– En alguna ocasión ha señalado que cierta obsesión por los símbolos ayudaron a generar, en Europa, una izquierda sectaria que quedó aislada y le era funcional a la derecha, porque sólo acumulaba el 6% de los votos. Ustedes no se apoyaron en esos símbolos y generaron una fuerza que pudo disputar el poder. Sin embargo, al dejar los símbolos de lado para conseguir mayor apoyo popular, ¿no existe un riesgo de que se pierdan el apoyo, los símbolos y la identidad?
– Los símbolos y los significantes son imprescindibles para hacer política. Si algo le ha enseñado Argentina al mundo es que no se puede hacer política sin identidad. Pero, al mismo tiempo, la generación de identidad es una batalla política permanente en la que el adversario siempre trata de situarte en la posición que le resulte cómoda. Nosotros nos hemos revelado frente a eso. Hemos tratado de resignificar algunos símbolos y de colocarnos, en la batalla ideológica, en terrenos que nos permiten avanzar y tratando de no quedar arrinconados en espacios que le resulten cómodos al adversario.
Si el adversario sabe que no puedes pasar del 5 o 6% de los votos, es posible que incluso te mime y te cuide porque en esa posición no representas un peligro y, además, puedes ser un tapón para que otro proyecto avance.
Siempre hemos tratado de salir de ahí y creo que la enorme violencia con que se nos trata, en comparación con el trato que recibieron algunas izquierdas en nuestro país, tiene que ver con que desde el principio se dieron cuenta de nuestra voluntad ganadora. Nosotros no estábamos en política para reivindicar una bandera o una remera, sino para ganar.
– ¿Qué reflexión nos puede dar sobre la importancia de la participación de los jóvenes en la militancia?
– La juventud es la promesa de futuro. Lo que más me emocionó de la marcha del 24 de marzo fue ver a tantos chicos y chicas comerse a besos a las Madres y la alegría con la que se expresaban en esa movilización. Esa marcha no era solamente un grito de rabia frente a los horrores que produjo la dictadura, sino que es un grito de alegría respecto del país que se quiere construir y de la dignidad democrática que se quiere reivindicar. Los jóvenes son la única promesa en la que podemos confiar para tener un futuro mejor que el presente.
– La postura de Podemos respecto del conflicto en Cataluña los ha llevado a perder parte del apoyo que habían ganado en esa región. Sin embargo, sostienen que están convencidos y que defenderán esa postura. En alguna conferencia, usted dijo que cuando uno se radicaliza en una posición corre el riesgo de que, cuando se muera, los hijos le puedan poner de epitafio: “Siempre tuvo razón… pero nadie lo supo”. Con su postura, ¿no corren el riesgo de que les pase eso?
– Espero que no. Nosotros ganamos dos elecciones generales en Cataluña y dos elecciones generales en el País Vasco, al mismo tiempo que éramos la primera fuerza de oposición en Madrid, en Baleares y Navarra precisamente porque creo que tenemos un análisis de la realidad española que se ajusta más a la verdad.
Es cierto que, en los momentos de polarización, quien defiende el sentido común frente a los sentimientos puede ser penalizado. Pero creo que en el medio y largo plazo se va a valorar a quien puso soluciones arriba de la mesa, a quien puso sensatez, y a quien trató de evitar dinámicas de enfrentamiento que no llevan a ningún lado.
Por otra parte, nosotros somos estrategas y trabajamos para ganar, pero no si eso implica renunciar a nuestros principios. No pensamos que la política sea un mercado de demanda en el que nuestra actividad consista en colocarnos en la posición media. Somos una fuerza de transformación social y nuestros objetivos políticos solamente se podrán llevar a cabo si, efectivamente, la sociedad cambia.
– Si la disputa del sentido común es fundamental para la consolidación de los procesos populares, pero los medios de comunicación están concentrados en las manos de quienes han instalado el sentido común durante siglos, “los dueños de la imprenta”, ¿cómo se puede dar la pelea?
– Es importante dejar de llorar. Todos sabemos que “el árbitro está comprado”, pero no nos acerca más a ganar el partido repetir todo el tiempo que eso es así. Antes de empezar a hacer política sabíamos quiénes son los dueños de las grandes empresas y de los medios de comunicación, como así también que ellos imponen las reglas del juego. ¿Tenemos que ganar el partido enfrentando al otro equipo y al árbitro? Sí, pero la vida para los revolucionarios nunca ha sido fácil.