El mandatario golpista de Brasil, Michel Temer, decidió enviar 5.600 efectivos militares y policías a dos de las favelas más pobladas de Rio de Janeiro: Chapadao y la Pedreira. En un despliegue digno de una invasión militar, los soldados y policías rodearon las favelas con armamento pesado, vehículos blindados y helicópteros. Lejos de cesar la violencia, luego de que se decretarse la intervención militar los tiroteos aumentaron cerca de un 40%.
No es una novedad que el mandatario golpista ha hundido al gigante sudamericano en su peor momento democrático desde el fin de la dictadura militar. Al golpe parlamentario se sumó la persecución política-mediática-judicial contra los opositores. El caso más emblemático es el encarcelamiento arbitrario del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva y el intento de proscribirlo. El resurgimiento de la violencia política (símbolo de ello es el asesinato de la concejala Marielle Franco, asesinada con balas de la policía), la intervención militar del estado de Rio de Janeiro y el control militar del Ministerio de Defensa (algo que no sucedía desde la dictadura) también enmarcan el momento.
Como si todo ello fuera poco, desde el jueves, 5.400 militares y 180 policías desembarcaron con armamento pesado, helicópteros y tanquetas en las favelas Chapadao y la Pedreira, donde habitan más de un millón de personas.
Tras cuatro meses de intervención militar, según señala una investigación del Observatorio de la Intervención del Centro de Estudios de Seguridad y Ciudadanía de la Universidad Candido Mendes (Cesec-Ucam), lejos de reducirse los hechos de violencia, los tiroteos aumentaron.
Desde el 16 de febrero, día en que el golpista Temer decreto la intervención militar, hasta fines de junio, se registraron 3.210 tiroteos, 1.794 homicidios dolosos y 60.709 robos. Los crímenes cometidos por policías y militares provocaron la reciente reacción de los jóvenes estudiantes, que salieron a protestar por el asesinato de Marcos Vinicius da Silva, un niño de catorce años baleado por la policía la semana pasada.
La violencia política-policial-militar que forma parte de la decadencia de la democracia brasileña sólo se entiende en el marco del modelo de exclusión que instauró Temer después del golpe parlamentario. Modelo que parece tener fecha de caducidad si la derecha no puede proscribir al expresidente Lula, quien, a pesar de haberse convertido en el primer preso político de Brasil desde el regreso de la democracia, sigue a la cabeza de todas las encuestas de cara a las elecciones presidenciales de octubre.