Por Carolina Muzi
“Ay dónde, dónde, dónde estará esa chiquita… esa mujer?”, descomprimía su pena Beatriz en un twit. Palabras y sentimientos que se desahogaron desde el atardecer del lunes hasta hoy se repiten en miles de posteos que siguen brotando en las redes: amor infinito, tristeza, hasta la victoria, seguiremos buscándola, Chicha tu lucha continúa, gracias por tu ejemplo y hashtags: #chichamariani, #hastalavictoriachicha, #buscaremosaclaraanahi.
Y de nuevo, una vez más entre miles de rondas desde que Internet existe, las tres o cuatro fotos de Clara Anahí Mariani Teruggi en bebesit junto al damero de sus padres en blanco y negro circulando en la red por caso aquella beba despierte tal vez la sospecha en la entraña de alguna mujer de 42 años cumplidos este mes. Quién sabe si acá nomás de La Plata, o en qué punto cardinal de la Argentina, de Chile, Europa o Shangai, porque en algún lugar del mundo, está.
Atenaza el corazón pensar que tras semejante lucha inclaudicable y amorosa, Chicha muera sin haber reencontrado a su nieta. Para muchos miles, tal vez y ojalá que para millones, ahí se acurruca hoy la tristeza mientras sus restos son velados en el epicentro de La Plata, que es la Universidad. Y a nueve días del cumpleaños que siempre se festejó lanzando globos al cielo, la tristeza de este 21 de agosto, es más honda que un lago invernal.
Estaba latente desde la semana pasada cuando se supo que internaron a Chicha, pero venía bajando de antes como un cauce finito de los últimos años en que se presentía que pudiera suceder así, que el abrazo no llegara, aunque abrigando la esperanza, que si es perenne es por todo y cuanto se aprendió de su actitud, de las mujeres que salieron a batallar esta ciudad asistidas por el olor de las batitas y el tesoro de los chupetes de repuesto que quedaron en sus casas.
Imposible no recordar, en 1987, a Chicha junto a muchas otras abuelas haciendo una muestra en el Pasaje Dardo Rocha, que estaba semi vacío: esta vez no eran las fotos las que mostraban para ubicar por parecidos, sino aquellos objetos que cada una había guardado en sus casas: tejidos, mamaderas, sonajeros, pañales de tela y bombachas de goma, talqueras. Amorosamente puestas en prolijas vitrinas de vidrio que hizo León Ferrari se podían ver mientras sonaba en El País del No Me acuerdo. Habló Reina Diez, exdecana de la Facultad de Humanidades. Recuerdo a Chicha por entonces diciendo: “En unos años, ellos nos buscarán a nosotras”, tenía 63 años.
Chicha deja un haz de luz en la historia argentina: ancho y calentito, tejido sin parar. Como dijo hermosamente el poeta Juan Aiub ayer: “Algún día su nombre será usado en lugar de búsqueda, búsqueda que dejará de existir en las enciclopedias y sólo usaremos Chicha como verbo que defina eso de revolver mundos incansablemente. Nadie más debería usar ese apodo salvo que demuestre poderes suficientes para enfrentar a todos los dragones”
La escritora Laura Alcoba, autora de La casa de los Conejos, la novela sobre el tiempo que de niña vivió en la Casa Teruggi Mariani antes de exiliarse con su mamá en Francia, iba desdoblando su sentimientos en sucesivos posteos: “Vos sabés, Chicha, cuánto me ayudaste a volver, a entender, a cruzar de nuevo ese umbral”. Y un rato antes, “El coraje, la constancia, el amor que esta mujer ha sido capaz. Lo que el infinito significa. Escucharte, mirarte, aprender de ti, hoy y siempre”. Y después: “Lo que es creer, lo que es amar. Lo que significa abrir un camino. Sé que no te fuiste, que no te podés ir”.
“Tristeza intransigente”, tituló la periodista Sibila Camps una evocación de Chicha, a quien conoció en años felices por la amistad musical de su papá, Pompeyo, con Enrique Mariani. Recordó entonces en la justa mitad de los 80, un concierto de la Sinfónica Nacional que dirigió Mariani en semitácito homenaje a las abuelas. Allí estaban en primera fila la amiguísima incondicional de lucha Elsa Pavón con Paula Logares, la primera nieta recuperada. Cielo Portas, ex alumna del Liceo y emigrada de la ciudad hace décadas, la exaltó por Internet con un cartel y memorias docentes de un tiempo en el que, “para todos, era Mariani: en ese entonces, nadie sabía su sobrenombre. Era la jefa del departamento de arte del Liceo Víctor Mercante. Trabajaba también y mucho mas tiempo de profesora. Hizo para nosotros, sus alumnos, un libro de HISTORIA DEL ARTE, (de la Prehistoria al arte Gótico), creo que era el subtítulo. Un compendio inteligente y conciso con el que nos enseñaba y era lectura obligatoria para preparar historia del arte antiguo. Era blanco, con letras azul grisáceo en la tapa y adentro blanco y negro con dibujos al final. Dictaba Historia del arte y dibujo técnico. También era obligatorio completar una carpeta con dibujos básicamente de perspectiva. La teníamos los sábados a la mañana. Esta maravilla de escuela, dependiente de la Universidad de La Plata junto con Bellas Artes y el Nacional, también fue desde siempre totalmente gratuita, con esa maravilla de gente como profesores. Con ella trabajaba también, en el departamento, Mirucha Almeida de Luna”.
Y hoy daban ganas de quedarse al sol, abrigados y mullidos en ese inmenso pullover para la moral del país que tejieron Chicha y las abuelas, pensarla en su viaje a otra dimensión a la par que se transforma su energía en más combustible para la búsqueda de esos adultos que fueron robados en pañales, y siguen faltando de a cientos.
Jornada de instalarse en las emociones luminosas, como la del amor ultrainfinito que fue la brújula de las abuelas para desmontar la mayor aberración genocida. Pero aunque el día fuera de silencio y acompañar, la impotencia apura, asoma callada la furia. Y es imposible que no lo haga: hay personas vivas que saben dónde está Clara Anahí, hay un pacto de silencio macabro que nadie logra quebrantar.
La Argentina de lesa humanidad está abierta, sigue activa. Y como en una pesadilla: los exponentes de la dictadura y sus cómplices civiles tienen herederos y defensores en este gobierno, que mantienen su impunidad y sus negocios genealógicos. Están vivos y coleando, algunos son jóvenes que provocan con las barbaridades más insospechadas en el Congreso.
Por caso, es posible que tirando del apellido que dice llevar con orgullo el jefe de Bloque del Pro, Nicolás Massot, reaparezca ese hilván soterrado en el doble pacto cívico-eclesiástico-militar con la corporación judicial que se dejó ver como una de los primeras operetas de este gobierno en un intento de reinstalar para la opinión pública como guerra lo que fue Terrorismo de Estado.
El día de la noche buena de hace tres años, pasó de tener la mejor noticia de Navidad, casi como un cuento de Dickens, a una pesadilla prefabricada. Una trampa. El gran vuelco al corazón de todxs quienes hoy lloramos a Chicha, se estrelló tres días después con un sabor amarguísimo y preguntas: ¿el embuste con la falsa aparición de Clara Anahí el 24 de diciembre de 2015, no fue una operación pro-orquestada con olor a papeles de diarios quemados, para desprestigiar la lucha de los derechos humanos?
¿Una forma de intentar meter cuña, a través de una causa en la que hubo diferencias entre Abuelas y la Asociación de Chicha y, de paso, aprovechar las viejas imprentas para probar el nuevo signo del blindaje y sembrar duda en el aspecto más sensible -la búsqueda de personas privadas de su identidad- de los crímenes de lesa humanidad que siguen activos como fueron los robos y apropiaciones de bebés, en las que estuvo investigada el hampa de papel? ¿Supondrían los operadores recién desembarcados que marcar una división ayudaría a poner en duda (al menos entre la opinión pública hipnotizada por la prensa canalla como por Tusam) estas búsquedas incansables e intachables?
De paso, y aquí vuelve a titilar el hilván, le hacían una doble de cal, a una semana de que abandonara su cargo, al juez federal subrogante Alejo Ramos Padilla, que llegó a Bahía Blanca para regularizar la situación de las causas por delitos de lesa humanidad e investigar el nexo de la Triple A antes del golpe y el reciclaje de sus integrantes en el aparato represivo de la dictadura -procesos judiciales atascados en la impunidad de una trama social especialmente alzada con el azul marino de la Armada y también, aunque no tanto, con el verde oliva del Ejército, que es mersón para el canon aspiracional bahiense.
Ramos Padilla tenía que citar al ex dueño de La Nueva Provincia infante de marina Vicente Massot por complicidad civil. Pesan sobre el primer periodista de la historia en ser acusado por crímenes de lesa humanidad aún sin condena: los secuestros, tortura y asesinatos de Enrique Henrich y Miguel Angel Loyola, delegados de los trabajadores del diario LNP que enfrentaban a la dirección; por encubrir 35 crímenes cometidos y presentarlos como “enfrentamientos” entre militares y organizaciones armadas; el vínculo con el el ex magistrado y agente de inteligencia militar Néstor Montezanti o el hecho de haber sido el soporte comunicacional de la dictadura. Vicente Massot, gran amigo de Camps, uno de sus principales editorialistas desde 1976.
Años en que Chicha, a quien media ciudad de La Plata ya adoraba y conocía de las décadas previas como la gran profesora de Historia del Arte del Liceo Víctor Mercante, comenzó a reunirse con once abuelas y a mover el cielo y la tierra para encontrar a los bebés. Cuando incansable e imaginativa, apelaba a todos los recursos y enviaba camufladas en cajas de alfajores Havanna las denuncias y hábeas corpus a Europa con amigos y ex alumnos que viajaban.
“Massot y La Nueva Provincia me hicieron mucho daño”, reprodujo a 40 años del golpe una entrevista a Chicha por Juan Carlos Martínez, la Agencia Paco Urondo:
- Otro gran amigo de Camps fue Vicente Massot, del diario La Nueva Provincia
Chicha: Sí, Vicente Massot era muy amigo de Camps. Massot y el diario La Nueva Provincia me hicieron mucho daño. La Nueva Provincia le daba muchos espacios a Camps para que publicara toda suerte de mentiras con respecto al destino de mi nieta. Unas veces decía que la niña había muerto en el ataque, en otras oportunidades publicaba que Clara Anahí estaba viviendo con su padre en España, incluso después que mi hijo había sido asesinado. También decían que yo sabía que la nena había muerto pero que no reconocía el hecho por mera especulación. . En el diario de la familia Massot se publicaban esas y otras infamias contra mi persona y por eso digo que Vicente Massot y su diario me hicieron mucho daño. - Massot está siendo juzgado precisamente por su participación en delitos de lesa humanidad, lo que incluye la persecución y luego el asesinato de los delegados gráficos de su diario
- Chicha: Me parece bien que se juzgue a los civiles que participaron o fueron cómplices de la dictadura. No fueron pocos. Pregunto: ¿Vicente Massot sabe quién se llevó a mi nieta? Él era muy amigo de Camps… el tribunal tendría que preguntarle por Clara Anahí… ¿Sabe Massot dónde está mi nieta? concluye Chicha.
No podrán estos detentores de un viejo poder alitósico, con continuadores abrigados en chalecos Uniclo, cortar la lana ni la inmensa trama de verdad y justicia ovillada por abuelas, organismos y, en esta causa puntual, empujada años después por los fiscales Hugo Cañón, Miguel Palazzani, José Nebbia.
Parecerían sueltos los cabos e implicancias en la actualización de estas antiguas sociedades cívico militares y el PRO, en Bahía Blanca, Buenos Aires y Córdoba. Va de nuevo: gobierna las segunda generación de la clase que llamó a los militares para que disciplinaran a su antojo a la sociedad, mientras hacían la vista gorda al Terrorismo de Estado y estatizaban deuda privada, Macri padre a la cabeza.
Pero volviendo al juez Ramos Padilla, batallado por la corporación judicial bahiense que jamás hubiera citado a Vicente Massott más que para un asado o un cóctel (un año antes cesantearon al juez Alvaro Coleffi que sí lo sentó a declarar), es hijo de quien fuera abogado histórico de Chicha Mariani, Juan Ramos Padilla, a su vez el juez que declaró la inconstitucionalidad de la Obediencia Debida y el Punto Final, uno de los primeros que lograra restituciones de niños robados por los genocidas, figura especialmente antipática para Clarín, el otro diario cuya sociedad con la dictadura se imprimió en Papel Prensa y estuviera involucrado en apropiaciones que jamás pudieron probarse por la impunidad que surge del pacto en tinta roja.
“Magnetto”resaltaba con marcador indeleble en el lomo de una de las tantas cajas azules en la casa gabinete de investigadora de Chicha, rodeada de las mariposas que eran símbolo para Clara Anahí, como las muñecas compradas en cada viaje. El mismo archivo que se inundó en 2013 y decenas de voluntarios ayudaron profesional y amorosamente a recuperar.
El día que apareció la nieta 127, hija de María del Carmen Moyano y Carlos Poblete, se terminó el rodaje de La casa de los conejos, en base a la novela homónima de Laura Alcoba acerca de un tiempo de su infancia en esa vivienda montonera de La Plata. Es la casa Teruggi Mariani que Chicha mantuvo y preservó como Sitio de Memoria y sede de la Asociación Anahí, rehabilitada por los arquitectos Ana Ottavianelli y Fernando Gandolfi con una cubierta que permite recorrerla y dejó intacta la prueba de aquel ataque bestial que comandaron en persona Camps y Etchecolatz. Queda el ejemplo de Chicha valiente interpelándolo hace 12 años para que en vez de rezar el rosario diga dónde está Clara Anahí Çporque él sabe donde está Clara Anahí y él sabe que mataron a Diana por su orden o con su mano”
Y el cortejo que se lleva a Chicha se aleja de la UNLP con estruendos de los perdigones policiales que reprimen la marcha de trabajadores de Astilleros Río Santiago.
Inmensamente querida, se va y se queda una habitante ilustre y justiciera de esta ciudad donde las calles no tienen nombres pero los corazones y las baldosas sí.