Por Mariano Camún
Pero allá donde voy, me llaman el extranjero.
Donde quiera que estoy, el extranjero me siento.
Enrique Bunbury, «El Extranjero».
Las últimas declaraciones del presidente de los Estados Unidos Donald Trump, como nos tiene acostumbrados, fueron racistas, marginales, despectivas y xenófobas, cuando trató de sembrar el temor a la inmigración ilegal en declaraciones al programa Axios on HBO.
Con su mirada 100% yankee, su sonrisa quebrada y sus cachetes al mejor estilo “payaso capitalista”, buscó generar malestar en torno a una caravana de centroamericanos que tratan de llegar a pie a Estados Unidos. La respuesta fue la de seguir mandando soldados a la frontera y que instalará carpas para las personas que piden asilo.
Trump plantea desde hace tiempo que se debe negar la ciudadanía a los hijos de extranjeros, acomodado al pensamiento más conservador de los estados americanos. Un decreto presidencial con esa medida daría paso a batallas legales respecto de si el presidente tiene la autoridad para cambiar una enmienda de la Constitución. «Somos el único país del mundo donde una persona viene, tiene un bebé y el bebé es básicamente ciudadano de Estados Unidos”, declaró sin tapujos en sus ideales.
Para entender el contexto, estas declaraciones se dan a pocos días de las elecciones legislativas, y la intención de Trump es básicamente volver a la raíz que tantos frutos le dio cuando la sociedad estadounidense le confió su voto para que sea presidente, donde sus primeras declaraciones fueron “los inmigrantes son violadores y narcotraficantes”, movilizando así a sus votantes más ultraconservadores del interior del país.
Estas declaraciones racistas nos hacen pensar en situaciones vividas hace poco tiempo en nuestro país, cuando luego de la “cacería” y la represión realizada por la ministra de Seguridad Patricia Bullrich en una protesta realizada en el Congreso de la Nación en contra del Presupuesto 2019, con medidas de ajuste y recesión implementadas por el Fondo Monetario Internacional, veintiséis personas fueron detenidas por la policía, entre ellos cuatro extranjeros: dos venezolanos, un paraguayo y un turco.
Ante esta situación, y como era de esperarse, los políticos más xenófobos del sistema argentino no dudaron en salir a pedir la deportación de los cuatro inmigrantes. “Esperamos deportarlos lo antes posible”, dijo el ministro del Interior Rogelio Frigerio. «El turco y los venezolanos no son ciudadanos argentinos. Justo estaban por vencer sus posibilidades de seguir en el país como turistas. Todavía están bajo la Justicia, pero ya hablamos con el director de Migraciones (Horacio García) y lo más posible es que sean expulsados del país. Que vengan a la Argentina, los reciban con buena onda y estén generando estas acciones violentas, no va», dijo la ministra Bullrich.
A ellos se les sumó el senador Miguel Ángel Pichetto: “No tengo ninguna mirada xenofóbica», se atajó, antes de expresar su opinión. «Espero que los cuatro extranjeros, los dos venezolanos, el paraguayo y el turco, ya estén en el Departamento de Migraciones listos para la salida del país. Un país en serio debería actuar así», expresó con su mirada cerrada y sin balbucear.
La dura realidad para los inquisidores de turno es que ninguno de los cuatro tiene participación comprobada en la marcha, por ende, no podrán hacer un juicio abreviado para expulsarlos. Para iniciar el trámite de expulsión debe haber un procesamiento confirmado o una irregularidad migratoria, y nada de eso pudieron corroborar.
“También extraño en mi tierra, aunque la quiera de verdad. Pero mi corazón me aconseja, los nacionalismos que miedo me dan.”