Por Ramiro García Morete
Al cruzar el umbral de los míticos Estudios Ion, Matías Arrúa se puso a llorar. Quizá más cerca de su faceta de escritor que del escepticismo y la ironía que destilan sus posteos en Facebook, el músico no sólo sucumbió ante la inmensa historia que cobija ese recinto de la música nacional. Por alguna razón cedió ante su propia historia. Recordó aquella emoción en el taxi al comprar una guitarra Laser a 280 pesos un día después de pedirle a su padre y poco antes de sacar los tonos de “La balada del diablo y la Muerte”. También a Ezequiel, aquel pibe del barrio fanático de AC/DC que era su referente y con el que zapaba blues a los trece. Por supuesto aquella vez que en la esquina de 1 y 80, cerquita de la sala de ensayo actual, cruzó a Andrés Mundaca. “Vos y yo tenemos que armar una banda”, le dijo sabiendo que tocaba la batería. Se acordó por supuesto de su ingreso en la carrera de Música Popular, allí donde las ínfulas de cualquier autodidacta flaquean. Allí donde conoció a Ayelén Cabrillana. ¿Quién diría que esa compañera que luego se dedicó a la óptica acabaría colgándose el bajo para grabar el segundo disco de la banda? Y en los estudios donde Tincho Casado, productor, les pidió que vinieran solos.
Pero desde hace un tiempo ya no es un trío. No sólo ingresó Ayelén, sino un grupo de amigos y colaboradores que renovaron espíritu y sonido de la banda. Esa cuyo cantante es capaz de correr dos cuadras a un comprador de una preventa, pero que aprendió a juntarse por juntarse, más allá de los metódicos ensayos diarios. Después de Llanto indio, ese poderoso lamento que combinaba hard rock y aire folclórico, Mundaka no deja atrás la intensidad y ni cierta poética. Pero dosifica en pos de la canción y la armonía. Quizá por eso el inminente disco se llama Luces en el alba: todo se ve más claro al cruzar el umbral del día por venir.
“Pasaron dos años entre un disco y otro –introduce Arrúa–. Y un integrante. Fue un proceso muy lindo. Le dio luz a la banda este proceso, algo que renueva.” Cuando Maximiliano Palma se fue por agotamiento, Arrúa le propuso a Ayelén. “Pero yo no toco el bajo”, fue su respuesta. “No importa. Tenés un bajo y si querés tocar después es ensayo y ganas”, insistió el cantante. «Se metió de lleno a estudiar todos los días, a ensayar. Se comió un viaje. Y la primera fecha que hizo con Mundaka fue la primera de su vida.”
“Fue algo muy loco. Se armó un equipo de diez o doce personas. Dejó de importar si venía gente o no. Estamos nosotros. Si bien fue un año bueno en cuanto a gente, dejó de ser importante. Antes éramos tres y toda la carga repercutía en nosotros. Éxitos o fracasos eran mochila de los tres. Ahora, al ser un equipo, la energía no está tan concentrada y es muy sano.”
Quizá todo ello incidió en un sonido más cancionero y no tan intenso como el álbum debut: “Ya está. Dijimos: basta de llanto. Fue una época que quisimos concluir. Empecemos a componer de otra manera, otro timbre, otras letras”. Y extiende: “Claro que hay una esencia folclórica muy fuerte. Pero tratamos de no seguir reforzando esa idea, porque uno se aburre también. Era muy power trio, enfocado al arreglo y por ahí seis partes en un tema. Ahora es más desde la canción. Más corto. Partes definidas. Estamos cómodos en esa lógica. Después no sé qué vendrá”.
El álbum, que será presentado este viernes en el C. C. Favero (117 y 40), implicó un año de trabajo mientras de fondo sonaban discos de Divididos, Sumo, Güacho y Pappo. Arrúa se muestra efusivo y feliz de dedicar tiempo y amor a la música.
“El otro día hicimos un tema y me preguntaba: ‘¿Cuántas veces hice este ejercicio de agarrar una hoja y empezar a anotar una canción?’. Y decís: ‘Qué lindo tener tanto hambre’. Todo esto lo hago por compartir la música. Me encanta cuando una banda toca lejos. Y está lluvioso y hace un poco de frío. La otra persona no sabe que para compartir este momento con su música hice un movidón. Todas esas instancias de sacrificio me parecen maravillosas.”
El ingreso de la bajista también influyó en cambios que acompañan a la sociedad. ”Fue muy intenso el cambio. Dejó de ser esa banda de chabones que cuando se juntan se vuelven medio pelotudos. Esa deconstrucción se recontra vio en cuanto a los hábitos. No es que lo sufrimos. Se fue dando naturalmente y está buenísimo.”
Respecto del futuro posterior a la presentación del disco, “la idea es hacer una localidad por mes, estar en festivales y no tanto en fechas nuestras. Grabar uno o dos temas nuevos hechos con Ayelén. Y lo que viene es canción, definitivamente. Estrofa, estribillo. Viene por ese lado a pleno y estamos muy contentos”.