Por Ramiro García Morete
En su casa no había demasiada música. Apenas un radiocaset. Tampoco había demasiados lujos ni viajes ni autos ni nada de lo que sus amigos o compañeros del San José poseían. Es que sus padres, científicos del CONICET, siempre tuvieron –como él mismo dirá– los pies en la tierra. Igual que cuando hoy, de grande, invierte todo su dinero en nuevas herramientas y conocimientos, todo el esfuerzo y el gasto iban dedicados a la educación. Pero lo que él realmente anhelaba –porque envidiar parece una palabra inconexa con este joven que ha hecho de obtener lo deseado una ética– era un reproductor como el que por ejemplo tenía su amigo y notable músico Juan Almada. Allí descubrió que Los Beatles afinaban, acostumbrado a gastar una pobre cinta donde los fabulosos cuatro hacían equilibrio para no quebrarla. Apenas un winco en lo de sus abuelos, algo de tango, académica y Palito Ortega. Pero en lo de su amigo no sólo había CD de Paul Mc Cartney, sino que sonaba todo brillante. Las mismas canciones eran otras. Por eso este hombre de carácter ameno y metódico, cabello lacio crecido y una barba contorneando su sonrisa, dice que la computadora cambió su vida.
No era la máquina de Dios y ni siquiera una Pentium 1. Ni siquiera había Internet en su casa cuando agonizaban los noventa. Pero tenía “dos parlantitos y una reproductora de cedé”. Y podía conseguir “cedés truchos” con MP3 y primeras versiones de Cool Edit o Sound Forge. Desde entonces, fiel a su educación, todo fue paciencia y constancia. Ya como joven cantante de Kaiser Calavera sería el tipo que bajaría del escenario a ecualizar. A la par de que se formaba e informaba en la habitación de su hogar céntrico, comenzó a operar bandas amigas y hasta desconocidas. A punto de entrar a Ingeniería Electrónica –porque no pudo irse del país a estudiar Acústica–, se anotó en un curso de posgrado de multimedia. Todos lo miraban raro a este jovencito, igual que cuando empezó a hacerse un nombre en la ciudad. Sería el primero de tantos cursos que tomó y que luego daría el pibe que debía conseguir fotocopias sobre sonido y mezcla hace veinte años y hoy termina dando charlas en otros países para esos mismos profesionales que leía. Él siempre fue un profesional. Nunca se lo tomó de otra manera.
Nuevamente aplicando la ética científica, para él todo es conocimiento y aprendizaje. Así es que hoy pasa de trabajar en el Gran Rex para Charly a una pequeña banda en Pura Vida, de mezclar en el mejor estudio de New York a masterizar a una banda debutante de La Plata, de conocer Sillicon Valley (epicentro de la tecnología) y tres presidentes en un año a no tener problemas en llevar sus propios aparatos para mejorar el sonido de algún tugurio, de dar charlas TED o desarrollar proyectos innovadores de tecnología y salud auditiva a llevar a un músico a la casa en su modesto auto tras un recital.
Para él, todo es conocimiento. Y sonido. Desde aquellos parlantitos hasta esa nave llamada “Astor Mastering”, vive para y por el sonido con una mirada tan artística como metódica: todo puede mejorarse. Así como una masterización se trata de que cada sonido e instrumento se perciba más nítido y más bello, lo mismo ocurre con el mundo. Cuando habla de la sociedad o de su rubro o un disco al azar, no juzga presurosamente: sólo piensa cómo puede llegar a su máximo potencial. Si esta misma nota no fuera gráfica y tuviera sonido, todo este caos de datos e imágenes se entendería y luciría al ser mezclado por Juan “Cana” San Martín. El tipo que hace que el resto suene mejor.
“No puedo vivir en silencio –confiesa–. Es real. Lo necesito para un descanso físico que es el sueño. Y no siempre ocurre. Ni el sueño ni el descanso auditivo. Lo real es que todo me entra por los oídos. Estamos teniendo esta charla y estoy escuchando la lluvia en parte, y no es que me estoy distrayendo. Pero presto mucha atención al entorno. Entré a la habitación y ya escuchaba la reverberación de la sala. Y la ventana abierta cambia esa reverb. Y es como que uno hace un estilo de vida de esto. Suena un timbre y pensás que suena un Si bemol. Y también suena una bocina y pensás en la componente espectral.” San Martín ejemplifica: “Es como cuando una persona de seguridad entra a un lugar y lo primero que mira es dónde está la salida de emergencia. Me pasa que todo lo que me entra por los oídos, consciente o inconscientemente, lo analizo. Y en casi todos los órdenes de la vida”.
Quien quiere oír, que oiga
Con pasión, San Martín combina lenguaje técnico y precisión discursiva. Tiene mucho sentido: alguien que vive de escuchar se expresa bien. Habla sobre la evolución y las responsabilidades del rubro, sobre el placer de que en un set cada tema suene con los mismos efectos que en el disco, de cómo el cerebro se acostumbra y necesita descanso. En un universo donde la histeria y los egos colapsan, es conocido su temple.
“A mí se me abrieron más puertas por no ser un ogro –reconoce tímidamente–. Es cierto que la mala onda marca cierta autoridad. Pero si un músico toca incómodo, ¿de qué me sirve? No hago las cosas para caer bien. Yo me siento cómodo de esta forma y los músicos también. Si no, no laburaría tanto. Pero es cierto que si no estás en una situación de estrés, hay muchas cosas que salta la ficha más rápido. Espectáculos que cuando todo está bien me puedo preocupar por otras cosas. He atajado músicos que se han caído. ¿Vos no debías estar preocupado por el sonido?, me han dicho. Mi tarea no es levantar un músico que se cae. Hay veces que en el under estoy a la vez operando luces y no es mi tarea. Pero si puedo, lo hago porque potencia el espectáculo.”
¿Existe una mezcla o disco perfecto? San Martín distingue: “Si escuchás Mule variations de Tom Waits arranca todo saturado, todo roto. Y vos decís: esto técnicamente está mal. Pero artísticamente está bien. Quizá es lo que el tipo quiere hacer sonar. Cuando tiene una búsqueda, lo puedo disfrutar. Si es así, uno lo tiene que aceptar”. Y asume: “Ese es el tema. Sacar un poco la cabeza de la ingeniería. Pero que la ingeniería sea un sustento para no tener que decir que no. Si alguien pide algo, ver cómo se puede solucionar. Y si no, tener fundamentos”.
Si no se lo viera bien, podría aplicarse el mote de workaholic. San Martín no para ni un segundo –al momento de cierre estaba en una reunión en el Hospital Británico, por ejemplo–. “Yo no siento un retroceso salir de un Luna Park e ir a Pura Vida, por más que llevo aparatitos para sonar un poco mejor. Todo lo contrario: es el desafío. En las grandes ligas está todo servido. En el Gran Rex vos pedís determinado micrófono y lo tenés. En el under te la remo y entiendo que hay que poner un poco más de sí para llegar al mismo estándar. Porque yo siento que todo músico merece estar en el estándar alto. Y el público tiene que escuchar lo mejor posible. Porque yo soy público también. Yo quiero que todo esté siempre a lo máximo que se pueda. No me estoy vendiendo. Me hablás de carácter y a mí me gusta disfrutar con la música. Yo sé con lo que me voy a encontrar. Si puedo mejorarlo, voy a estar mucho más feliz. Yo entiendo que determinados recintos o sistemas tienen su techo. Bueno: yo quiero estar en la terraza.”
Con tanto prestigio y trabajo, uno podría imaginar un estandard de vida elevado. Pero no. “Soy un tarado –se ríe–. Parte de mi calidad de vida también es el disfrute. Laburo mucho. Y me muevo en distintos ámbitos. Y algunos no sólo no me dan dinero sino que me insumen. Hago docencia gratuita o proyectos de divulgación ad honorem. La inversión de eso son horas que no estás en tu trabajo o con tus afectos. Pero es una apuesta para que crezca el rubro o lo de los audífonos –un proyecto para hipoacúsicos–, que se materializa en premios o reconocimiento. Yo no sé cuánto tengo invertido en esto. Pero después la posta es que te viene un pibito y los padres te abrazan llorando porque el pibe volvió a escuchar. No te lo cambio por nada.” Y completa: “Yo tengo mi casa, mi vehículo. Mi calidad de vida va por otro lado. Mi goce pasa por los oídos. Yo quiero que donde estoy, suene bien. Cuando hago música o cuando escucho, que suene bien. Y cuando hablo de música quiero tener el conocimiento. Invierto en educación musical y técnica, en mi herramienta para poder plasmar. Y también invierto en mi entorno. Me permite disfrutar de poder ir a trabajar. Cada vez que voy a trabajar no hay quien no me diga ‘que te diviertas’. ¿En qué laburo te dicen eso?“.