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MOCHA | Identidad, inclusión y militancia

Por Ramiro García Morete

“Hombre, pueblo, nación, Estado, todo: todo está en los humildes bancos de la escuela”, dijo alguna vez Sarmiento. Posiblemente, el llamado gran padre de las aulas se equivoque: quizá no todo ni menos todes pudieran sentarse en esos bancos. Y mucho menos el Estado notarlo, centrado en la idea de “hombre”, precisamente. “Vivíamos en la ignorancia.” La voz de Lohana Berkins, emblemática activista trans, resuena no sólo en el tráiler y en las aulas, sino mucho más allá. Para reclamar un derecho, lo tenés que conocer. Y desde siempre la comunidad trans ha sido postergada e invisibilizada al punto de negarle precisamente esos derechos. El Bachillerato Popular Travesti-Trans Mocha Celis, que funciona en Chacarita desde 2012, no sólo representa la primera experiencia de este tipo en el mundo, sino también de una expresión de activismo colectivo que pone en evidencia que quizá es el resto de la sociedad la que vive en la ignorancia. Sobre el promedio de vida de los trans (35 años), sus imposibilidades para terminar los estudios secundarios, y sobre la policía y la violencia callejera como principal causa de muerte. Pero, al igual que este centro educativo –que recuerda a una trans tucumana de la zona de Flores, que no sabía leer ni escribir, pero sí defenderse ante la policía y que fue asesinada de tres tiros–, el documental que cuenta su historia también es un trabajo colectivo sin golpes bajos, con la frente alta y tanta ternura como agallas.

“La voz de la Mocha es la voz de los estudiantes”, dice Francisco Quiñones Cuartas, quien no sólo es director y uno de los iniciadores del Bachillerato, sino también director junto a Rahyan Hindi de Mocha: nuestra lucha, su vida, mi derecho. Cansado de cierta “zoologización” y miradas extrañadas, el documental no sólo mezcla elementos de ficción, sino que fue realizado por el estudiantado, lo cual devino también en una experiencia pedagógica. Lxs estudiantes adquirieron herramientas audiovisuales y contaron su propia historia. Este proceso que comenzó en 2014 hoy llega a festivales internacionales y plataformas como Cine.ar., y hasta generó que algunxs estudiantxs siguieran la carrera de cine. Pero durante todo este tiempo, seis alumnxs y compañerxs murieron. Mientras tanto, Sarmiento inmortal mira y no dice nada. Y el Estado sigue mirando otra película.

Recién llegado del 34° Festival Internacional de Cine de Guadalajara, donde el documental fue seleccionado por el Premio Maguey que reconoce lo mejor del cine LGTBQ del mundo, Quiñones cuenta que fue muy bien recibido, con todo el mundo emocionado. “Obviamente trasciende. Generó que nos llamen de otros lugares no sólo para proyectar la película, sino la experiencia. La idea de poder armar otro bachillerato en otros lugares como Costa Rica. También en Perú nos hablaron de la necesidad de armar esta misma experiencia”, explicó. Y al definirla deja en claro: “No es una parte de una política pública, sino una acción concreta desde el activismo. No hay un incentivo a nivel nacional para estas experiencias”.

El documental nació porque llegaban periodistas a querer hacer entrevistas, hablar, sacar fotos. “Se daba un fenómeno de ‘zoologizacion’, súper invasivo –cuenta–. Entonces, cuando se pensó en la creación de este documental fue a través de relatos en primera persona, como sujetas de derecho y no objetos. Armamos los guiones con ellas y hubo un proceso pedagógico para usar la herramienta del lenguaje.” Si bien el núcleo es documental, las estudiantes querían ficcionar la historia de Mocha Celis, representar a través de las ficciones. El director señala que hay mucho del método del teatro del oprimido y muchas escenas de la vida cotidiana. “Desalojos, represión. Pero no desde una mirada victimizante ni lacrimógena. Fue una discusión grande de cómo hacíamos para mostrar todo. Hay tres líneas narrativas diferentes: entrevistas, cámaras en mano y ficciones.”

Respecto a una posible apertura y sensibilización social en los últimos años, Quiñones es tajante: “Lo que puedo decir es que en el proceso de 2014 a 2019, seis compañeras fallecieron. Lo cual representa la realidad que ellas están viviendo. Hay una visibilización por el propio activismo, pero no sé si aceptación. Este es un espacio de resistencia, un espacio de demostración que incomoda porque muestra que es necesario construir una educación distinta”. Y agrega: “Me gustaría ser optimista. Pero no se avanzó. Hay un abandono estatal y más en un contexto recesivo, donde no hay siquiera un Ministerio de Salud a cargo. La muerte temprana en lxs trans es un hecho y no hay un estado que dé respuesta al artículo 11 de la Ley de Género. Si bien en 2012 hubo atisbos de apertura, lo que hay hoy es un desfinanciamiento. Si Zulma Lobato tiene que ir por los canales pidiendo, imaginen al resto de las personas”.

“Yo aprendí un montón de cosas –concluye a modo personal–. Miles de cosas. No me imagino mi vida sin el Bachillerato.”