Por Ramiro García Morete
“¡Que no es tarde! grita un yo tan nuestro,/ dice: ¡te quiero! Esto se pone bueno./ Del escenario canta todo el ruido del amor”. No es tarde ni temprano para quien ama jugar. A los diez años, apoyado en las bases de un pequeño teclado Casio y los dos acordes que sabía, inventaba canciones y grababa en casetes lo que creía discos. Unos años antes sería fotografiado vestido de Robin y con cara de malo este niño bueno de Los Toldos que apenas si le gustaban los Thundercats. “Es un buen personaje. No ser un héroe, ser el segundo”. Su hermano mayor, por supuesto, sería Batman. Pero, a decir verdad, el único poder que tomaría de él sería el que transmitía su guitarra. El mismo tenía linaje familiar. En la casa del padre, quien a pesar de dedicarse a la medicina tenía sus propias composiciones, se rodearía de vinilos y casetes de Dylan, Neil Young, Led Zeppelin. En lo de su madre, mucho Queen. En un pueblo como Los Toldos, comenzados los noventa –y en la urbe más grande del planeta en cualquier época de la historia– jugar a la música era y será una de las formas más puras de invención y libertad. Porque de eso se trataba. “Me gustaba inventar… hasta el día de hoy. No evolucioné”, bromea. El juego tomaría forma en la adolescencia con Don Apolinario (banda donde combinaban covers de Las Pelotas o Los Fabulosos Cadillacs con temas propios) y luego La Vela, con repertorio exclusivamente suyo. El niño vestido de Robin y con cara de malo aparecería en la tapa de su primer disco solista tras algunos años alejado de la escena musical. Si hay un salto temporal, puede que sea un error de montaje. Precisamente a lo que se dedicó tras llegar a La Plata en el agitado 2001, creyendo que “Comunicación audiovisual” tendría que ver más con la tele. Pero se “copó con el cine” y más de quince años después su profesión es montajista. Si bien entre 2013 y 2015 publicó algunas canciones con Belafonte, el cine capturó su vida. Allí aprendió la importancia de la continuidad y de un discurso estructurado. “Me volvió más frío, más analítico”, dirá para explicar la necesidad que lo llevó a volver a tomar la guitarra. Con el criterio del montajista para unir fragmentos y armar canciones, apeló al desprejuicio del niño que se grababa en su cuarto. Pensó en Tom Waits a la hora de delinear un sonido, invocó a Palo Pandolfo para concebir un modo de interpretar. Pero lo bueno de jugar es que los elementos cambian, se corren. Y por resultado dio un álbum ecléctico en estilos pero coherente en sonido e ideas. Entre lo acústico y lo eléctrico, el blues y el Río de la Plata, la música portuaria y música de tierra adentro, con una voz histriónica y una depurada poética que alude al barrio pero elude la arenga demagógica y el lamento sensiblero. Gabriel Herce es su nombre, y su apodo, Yaka, el título del disco. La demostración de que nunca se es más auténtico que cuando se juega.
“Para mí el disco es una vuelta a la música. Hacía mucho que no tocaba y no grababa. De alguna manera fue volver a ponerme en ese lugar de artista. Y de encarar absolutamente todo. Al no tener banda, fue un proyecto muy personal, muy de juego. No había canciones cerradas de antemano, sino que todo se fue formando durante el proceso. Eso me permitió fluir y después terminarlo.” Y vuelve a dejar en claro: “El concepto es de la tapa. Mi idea era volver a cuando era chico y hacía canciones todo el tiempo. No me importaba si era buena o mala. No teorizaba. Era lo que me gustaba hacer”.
En relación con su desempeño en el universo del cine, hay un lenguaje que se traslada. «Primero que me gusta generar climas, que no son meramente musicales. Ruidos de otras cosas. Hay redoblantes con ruidos de motores, percusiones con ruido de impresora vieja. Me gusta ese juego. Lo que trato de trasladar es lo que quiero contar, como una imagen. No una historia, pero sí una imagen con un concepto.” Y extiende: “De alguna manera quería un sonido más bien lo-fi, no súper prolijito. Yo grababa maquetas con lo que tenía a mano. Y las replicaba en el estudio. Pero muchas partes de esas maquetas, quedaron”. Aunque aclara: “A lo largo de todo el disco se mantuvo la instrumentación y eso lo empareja, más allá de que las canciones sean diferentes entre sí. Al no ser músico profesional, para mí todo se transforma en un juego. No trato de ponerme tan técnico y generar climas. Y que me guste la canción. La canción es la base fundamental”.
Yaka intenta responder de dónde viene su modo de cantar: “Con todos estos años he experimentado muchas músicas. Muchos intérpretes. Me tocó filmar música, sobre todo folklore. Y a la vez uno se va poniendo grande y empezás a conectarte con otra cosa. Para cantar trato de conectarme con algo que no se ve, que está ahí. La música es ese momento. No podría explicarlo. Una conexión con otra cosa. En el momento que estás cantando”. Y ejemplifica con un referente: “Ver cantar a Palo Pandolfo… me gustaría llegar a ese estado. Está en otro plano. Siempre con sinceridad”.
Si estás en el juego, hay que jugar. Si bien no tiene una fecha definida, Yaka espera presentar el disco “con todos los músicos invitados que grabaron. Tengo muchas ganas. Espero que lo antes posible”.