Por Ramiro García Morete
«Tengo muchas cosas que hacer, antes de irme/ tengo mucho para equivocarme/ es temprano para encontrarme». Eugenia estaba con su precario bajo Stagg tocando una base repetitiva en Mi, mientras conversaba con Eli. «Yo ya estoy tocando, así que armá algo», la apuró. Ceci pasaba por el amplio pasillo y tocó una chancha o algo así. Eli improvisó melodías a partir de un cuadro que tenía palabras sueltas, casi como hoy cuando componen en una especie de cadáver exquisito colectivo. Metros de cisne surgiría del mismo modo que, en general, ocurriría todo: uniendo partes.
Fue a fines del 2014 cuando Eugenia –arquitecta– se mudó a La Casa Ferviente, ese espacio creativo de barrio norte. «Me encanta que vivas acá», le dijo Eli antes de partir a Perú. «Volvemos y armamos una banda». Ella –que tocaba la guitarra– en verdad se dedicaba a la danza. Como Ceci, que también provenía de las artes escénicas. Las unía mucha música que iba desde Radiohead a Shaman, pero aparentemente solo como escuchas. Al volver, Eugenia retrucó a la «amenaza». Las clases de bajo de Eli llevaron a Fran (hermano de Eugenia, multi instrumentista y productor) a la batería y una nueva chicana: «Cuando toque mi banda vos vas a ser el baterista». El chiste no lo fue tanto y poco tiempo después un importante caudal de energía retumbaba en el garaje de la casa comunitaria. «Somos una banda de amigos y la mitad no somos músicos», dice Eugenia que decían al principio, como si una banda de rock no fuera eso. Pero a la par de la advertencia, también funcionaría como vía libre para una perspectiva lúdica y multidisciplinaria donde las partes se amalgamarían reconociéndose y potenciándose. «Cotidianamente me miro en un espejo, cotidianamente me veo en tu reflejo. Hay que simplificarlo todo. Soy yo. No es tanto ser yo. Sos vos. No es tanto ser vos», rezará La felicidad.
Alguien dijo que el arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma. Quizá directamente sea un martillo para romper el espejo. Lo cierto es que con Leticia (quien tomó el bajo cuando Eugenia temporalmente se mudó a C.A.B.A.) y Andrés (guitarra) ya incorporados, la banda rompió prejuicios (propios) y límites creando un espacio cuya multiplicidad se traduciría en principio al sonido. Orgánico y también sintetizado, con guitarras sutiles y baterías potentes. Rock, sí, pero con elementos de electrónica, capas, ambiente y pasajes sonoros diversos. Traducciones de estados emocionales surgidos de las mismas zapadas o el particular proceso de composición. Las visuales y la danza comenzarían a retroalimentarse con las canciones. Y la banda, mucho más que una banda, sería un lugar. Sus temas, tan sensoriales como reconocibles, parecen apuntar a lugares anhelados: el cielo, la felicidad y hasta «el lugar perfecto». Pero lejos de un estado idílico, La felicidad se presenta como compleja, cambiante y precisamente imperfecta. No desde el sonido y ejecución, donde es impecable el trabajo de producción a cargo del ya asentado como batero, Francisco Labaqui. Tras un buen Ansiosa (2018), la banda logra abrevar su imaginario en un muy buen disco que escapa a los géneros y donde la energía sigue su flujo. Igual que el nombre de la banda en cuestión: Río Rabiosa.
«LA PRESENTACIÓN DEL 5 DE OCTUBRE EN ESTACIÓN PROVINCIAL VA A SER ¡UN SHOW CON DE TODO! ¡NUESTROS QUINCE! ES NUESTRA FELICIDAD DE HABER PARIDO ESTE DISCO»
«El trabajo fue tratar de mostrar el laburo de 4 años», dice Eugenia Labaqui sobre el flamante material. «Mostrar el mundo diverso que planteamos –sigue–, que por momentos se pone re punki, heavy, oscuro y por momentos tiene un lado tierno y sensible. Un poco de esa mezcla somos nosotros en cuanto a imagen y distintos estados». Y entre risas intenta definir el disco: «Lo que se puede ver en La felicidad no lo sé describir, es… ¡la felicidad! Elegimos tema porque la letra surgió de tratar de analizar como convivimos nosotros, como nos reflejamos en el otro. Todos vivimos juntos en una casa. La felicidad representa nuestro vínculo colectivo».
Labaqui expresa: «Nuestra propuesta va más allá del disco. Que la banda sea una escena. Con visuales, cuerpos en escena bailando. Que te comas una peli y sea no simplemente ver una banda mientras estás tomando una birra. Lo que queremos es provocar a la gente, atravesarla, que se conecten y que no solo sean espectadores».
Esa fusión de disciplinas incide en la composición: «En el momento en el que estamos componiendo o zapando, todo el resto de las disciplinas nos atraviesan como individuos. Ya tiene ese tinte de lo no musical. Cada tema estuvo compuesto en base a un estado que se quiere generar».
Labaqui se muestra muy feliz de que lo que comenzó como un juego hoy sea algo serio, en el mejor de los sentidos: «Se te va de las manos, porque lo que vos generás no sabés si va a traer el doble o nada. ¡Ahora que sale que todo el mundo lo conozca! Que tengamos un piso de gente en La Plata está buenísimo. Nos conocen más de lo que creíamos. La idea es salir un poco de LP, que se abran puertas en otro lado. Y la presentación del 5 de octubre en Estación provincial va a ser ¡un show con de todo! ¡Nuestros quince! Es nuestra felicidad de haber parido este disco».