Por Ramiro García Morete | Foto: Gentileza Manuel Cascallar
“Entrando en vos y en mí/ Desarma la matriz/ El amor”. Algunos eventos desarman. Puede que “eventos” no sea la palabra indicada. Pero, bien: hay cosas que nos corren de lugar o que lo alteran. A veces pequeñas, como el Roland Juno que adquirió un año atrás. El teclado, comentará, “ofrece un dispositivo que promueve la música desde otro lugar”. No hacía tanto había regresado a componer desde la eléctrica luego de años de acústica. Casi como cuando niño en Bariloche. Si bien su temprana fascinación por una chancha y bongó que había en la casa apuntaban a tocar batería, la guitarra siempre sería su instrumento. Aunque por alguna imprecisa razón no recibió muy bien aquella eléctrica que le obsequió su padre. Sí sería un verdadero evento otro regalo: el minicomponente Philips que grababa los cd´s en cassettes. Con sus amigos se turnaban para comprar discos originales y hacer copias. Como Invisible, cuyo vinilo ya estaba en su casa pero la bandeja no siempre funcionaba. Había algo de descubrimiento en esas cintas compartidas de la mano de King Crimson, Zappa, Primus, Janes Adicction.
“Yo disfruto mucho con la música que hacen los demás”, dirá. Faltaría mucho para que ese asunto de atender la música de otros, grabar y demás deviniera en un rol de productor. Antes de venir a La Plata a estudiar arquitectura, ensayaría con algunas bandas sin nombre pero quizá la consideraba desde otro lugar. Hoy se preguntará si aquello no era apenas un hobby y hasta se arrepentirá del “tiempo perdido”. Tiempo que sin embargo aprovecharía intensamente al descubrir una ciudad efervescente de sonido. Cambiaría de carrera y entraría en Bellas Artes mientras escuchaba Melero, Bochatón o Beck. “Un día escuché a los chicos (El Mató) tocando Tormenta Roja en la radio y me volaron la cabeza”. Cuando formó Ático no dudó en volcarse de lleno a la música. Si bien la suya era una de las bandas esenciales de eso que se llamó indie platense, ya exponía una impronta difícil de encasillar. Desde sus armonías a su modo de articular palabras y gestos vocales, su música siempre ha conciliado belleza, melancolía y oscuridad.
Un puñado de canciones escritas en la primavera pasada atravesaría uno de esos momentos de la vida que realmente desarman. Componer para vivir y para sobrevivir, en sus palabras. La mudanza de su aliado Gastón Porro (Un Planeta) a Capital y los encuentros frecuentes con Canki hicieron que la idea de un par de temas deviniera en algo más que un EP. Entre múltiples teclados e ideas sonoras, la música sería como nunca lo que siempre había sido en su vida. Aunque con la sutileza de un compositor fino, su nuevo EP –entre sintetizadores, voces graves, falsetes y la más elegante oscuridad del pop– evidencia uno de sus trabajos más emocionales. No desde el grito desgarrador ni desde una lírica literal, sino desde la honestidad que va más allá del texto y que evidencia en el cuidado por la obra. O sencillamente el amor. No solo el de los vínculos que relatan estas cuatro canciones sino el de entregarse al trabajo por la vital recompensa de realizar algo propio y distinto. Algo como Teodoro Caminos Lagorio, esa clase de músicos que –como el amor– desarman la matriz.
Después de El portal (simple del 2017), llama la atención que su nuevo trabajo sea La Matriz. “Hoy estaba acomodando unas carpetas para google drive y vi una relación titular. Pero no sé muy bien qué viene a simbolizar. No fue buscado”, cuenta Caminos. Sin embargo reconoce que hay una continuidad sonora. “Y quizá compositiva, en parte”. Las diferencias residen –en parte también– por los instrumentos de donde surgen los temas. “El teclado me posibilita otra cosas, me libera de ciertos prejuicios a nivel armónico. Es muy rudimentario en las teclas mi desempeño, pero es un dispositivo que te promueve la música desde otro lugar. Visual y sonoramente a la hora de componer. Tiene otro juego en la disposición de las voces, cosas que en la guitarra no haría en el teclado me resultan”. Coincidió que Canki (Juan Francisco Obregoso), si bien es guitarrista, cuenta con teclados y gran manejo para trabar esa “etapa en que estaba cambiando mi coloratura y tímbrica en la producción hogareña”.
Caminos cuenta que desde hace tiempo, la composición va en simultáneo con la idea de producción, ya sea programando algún patrón rítmico primario o aplicando reverberaciones a las voces maqueteadas. “Después de Ático empecé a indagar en un registro un poco más alto. Dejé una impostación más post punk o dark. Y entré en una búsqueda más melódica, más definida. Y ahora la verdad que estoy tratando de recuperar lo otro. Me gusta que les cantantes abarquemos la mayor cantidad del espectro y los modos de emisión posibles. Me parece interesante, para salir de una monotonía tímbrica que a veces cansa”. Volviendo a la producción, el trabajo con Canki fue mano a mano, “nota por nota”.
“Las cuatro canciones hablan de vínculos amorosos entre dos personas. O entre las personas. No sé muy bien eso. Yo recién venia pensando respecto a esta entrevista y hace un tiempo me digo a mí mismo que la verdad que compongo para vivir. Y para sobrevivir. Básicamente, a mí la composición particularmente me posibilita sanar o revisar cosas. Sacar sentimientos y tormentos”, explica Teo. Y va más allá: “Lo más importante para mí es poder estar haciéndolo. No tiene que ver con una proyección de carrera, que es probable que sea así para muches”.
Por eso, apuntó que en un determinado y complejo momento de su vida lo que tenía que hacer era ir a lo de Canki y ponerse a trabajar: “En ese sentido fue un año maravilloso. Fue un trabajo lento, paso a paso, muy cuidado. Con momentos muertos también, empantanados, pero todo fue tomando forma y felizmente, si se puede decir, lance este EP. Estoy contento de poder compartirlo, contento con el resultado”.